En octubre de 1958 el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963) es elegido papa. Asciende al trono de Pedro con el nombre de Juan XXIII; fue canonizado por Francisco en 2014. Diversos factores influyeron en la formación humana y religiosa del "papa bueno". Así, su origen campesino humilde, su servicio en el ejército como soldado de sanidad y capellán durante la I Guerra Mundial, y sus labores apostólicas en Bulgaria, Grecia y Turquía. Como nuncio apostólico en París, le correspondió enfrentar las consecuencias de la colaboración de un sector de la Iglesia francesa con los nazis en el curso de la ocupación. Tan pronto comienza su magisterio, anuncia la necesidad de que la Iglesia católica celebre un Concilio. Vaticano I había tenido lugar cerca de cien años antes... casi un siglo sin avance doctrinal de Roma, pero sí por parte de "católicos liberales".
Los nefastos acontecimientos del siglo XX -las dos guerras mundiales-, la posguerra, la "modernidad" que vivía el mundo, el auge del comunismo y su ateísmo, los cuestionamientos a la cerrazón de la iglesia y, en general, las nuevas realidades sociales y políticas, requerían de una iglesia innovada e innovadora. Sabiamente pensaba Juan XXIII en una Iglesia católica que deje de lado posiciones dogmáticas. Estas colocaban al catolicismo en entredicho y, de hecho, generaban un sostenido proceso de deserción en sus filas.
A diferencia de sus predecesores, Pío XI y Pío XII, Juan XXIII arriba sin prejuicios. Lo hace con mente proclive a actualizar la posición de la Iglesia católica frente a temas que, desde la Reforma, la mantenían a la vera de progresos teológicos y pragmáticos. En definitiva, exigidos por una sociedad que se rebelaba contra imposiciones carentes de sentido. En enero de 1959, había escrito en su diario que el concilio "era una invitación a la renovación espiritual a favor de la Iglesia y del mundo". Inaugura el Concilio Vaticano II en octubre de 1962. Tras la muerte de Juan XXIII en 1963, Pablo VI (Giovanni Battista Montini, 1897-1978) toma la posta, para clausurarlo en diciembre de 1965.
Estaba claro que mantener a la católica aislada de otras iglesias no era opción. En efecto, el papa recibió en Roma a los líderes de las iglesias protestantes. Eso implicó emprender en un ecumenismo realista, al cual Roma había resistido irracionalmente por cuatro siglos. Identificó la necesidad de desarrollar una "nueva teología" que acerque a la iglesia con sus seguidores, no solo en términos religiosos pero igual sociales.
Emblemática es su encíclica Mater et Magistra de 1961, promulgada con ocasión de los setenta años de la Rerum novarum (León XIII) y de los treinta de la Quadragesimo anno (Pío XI). Juan XXIII refiere que el problema más importante de "nuestra época" es el derivado de las relaciones entre ricos y pobres. Afirma que todos somos solidariamente responsables del estado de malestar consiguiente. Por ello, dice, es preciso formar las conciencias en el sentido de "estimular la responsabilidad que incumbe a todos y especialmente a los más favorecidos". No perdamos de vista que la constitución pastoral Gaudium et spes, resultante del sínodo, expone que la iglesia tiene mucho que aprender del otro... de ese que profesa otra fe o que incluso carece de credo.
En seguimiento de Vaticano II, en 1968, la conferencia del CELAM en Medellín -a la que acudió Pablo VI- avaló los pronunciamientos conciliares. De idéntica manera actuaron las conferencias episcopales de Kampala para África, y de Manila para Asia. Para decepción de católicos pensantes y racionales, hubo sectores de la iglesia y de fuera de su seno abiertamente opuestos a Vaticano II. Icónico es el caso de monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991), francés ultraconservador, quien desde un inicio cuestionó las pretensiones papales y de los obispos participantes del sínodo.
Con ocasión del Concilio, Lefebvre organiza el denominado Caetus internationalis patrum, que agrupa a más de cuatrocientos obispos de su misma impresentable línea. Llegó a fundar la Hermandad sacerdotal san Pío X, que incluso abogaba por el papado para el extremista. Procede a ordenar sacerdotes por su cuenta, en franco desafío a la autoridad pontificia. Es sancionado a divinis (suspensión canónica impuesta a un sacerdote para ejercer su ministerio, Diccionario de la lengua española, RAE). Ya en el magisterio de Juan Pablo II, consagra obispos entre sus seguidores, ante lo cual el papa dicta su excomunión.
Algo alineada con los pronunciamientos de Vaticano II, pero definitivamente contraria a la ortodoxia lefebvreana, tenemos a la Teología de la Liberación del sacerdote y teólogo peruano Gustavo Gutiérrez (1928-2024,). En entrevista publicada en Le Monde, razonaba Gutiérrez que la liberación es un término que toca al orden social, político y humano... liberación total de la persona y no simple mutación de las estructuras. Agregaba que el pecado no es otra cosa que la ruptura del amor al prójimo. (O)