En la última década el mundo se ha enfrentado a cambios que han generado gran presión en tensiones geopolíticas, conflictos armados, crisis migratorias, resurgimiento de nacionalismos y la polarización ideológica lo que ha provocado que la agenda de muchos países en temas de sostenibilidad quede en segundo plano, a pesar de los esfuerzos globales motivados desde décadas para combatir el cambio climático y no sobrepasar el 1,5°C de aumento de temperatura, meta que hoy por hoy se ve bastante borrosa, por no decir lejana.
La necesidad de promover un progreso apalancado en la inmediatez ha ocasionado que muchos de los proyectos enfocados en el desarrollo sostenible se vean afectados, y las grandes inversiones se destinan a proyectos que priorizan el uso de combustibles fósiles, el gran contribuyente del efecto invernadero, el cambio climático, la destrucción de bosques para agricultura entre otros. La filosofía de la colaboración, investigación y pensamiento a largo plazo ya no son prioridad. Hemos sido testigos durante los últimos años de la frustración generalizada de la sociedad civil por la falta de acuerdos y liderazgo en temas ambientales en foros y encuentros mundiales como el Acuerdo de París o últimamente el Tratado Mundial sobre el Plástico que se realizó en agosto pasado y en el que no se llegó a ningún acuerdo.
Todo ese desplazamiento por un interés, principalmente, económico no solo ha desplazado a las decisiones con enfoque ambiental, sino también a la problemática ambiental y las posibles soluciones han quedado en segundo y tercer plano en el plano mediático, ocasionando un retroceso en la cultura ambiental y el enfoque sobre las problemáticas que nos aquejan sobre el cambio climático y calidad de vida.
Esa inestabilidad política no solo afecta a las grandes potencias y países desarrollados también lo hacen, y en gran medida, a los países en vías de desarrollo. Así, un ejemplo claro es que el financiamiento que apalancaba a grandes proyectos gubernamentales para combatir el cambio climático ya se ve complicado. Se estima que se requieren alrededor de 7,5 billones de dólares para combatir el incremento de temperatura al 2030, cifra muy lejana a la realidad. Otro ejemplo son las decisiones políticas que han disminuido la cooperación internacional y han puesto en riesgo la subsistencia de muchos proyectos ambientales generando más incertidumbre e incluso desempleo en muchos países que dependían de dicha colaboración.
¿El Ecuador se ve afectado?
La respuesta es un sí, Ecuador sí se ve afectado. Los países en desarrollo serán los más impactados y, en el caso ecuatoriano, esa afectación viene dada principalmente por su dependencia económica de la explotación de recursos naturales lo que le hace muy vulnerable a los efectos del cambio climático. Sin ir más lejos el país vivió de cerca hace un año grandes incendios forestales y sequias que nos llevaron a capítulos ya olvidados de oscuridad y que, lamentablemente, podrían en un futuro no tan alejado, ser el pan de cada día si no regresamos a ver a políticas ambientales.
A lo anterior hay que sumar otro ingrediente de reciente acontecimiento: por una parte, el enfoque y la necesidad de incrementar la producción, exportación e inversión en seguridad y por otra parte la política de hacer recortes en el tamaño de Estado para generar ahorros han promovido través de la fusión de varias entidades públicas, entre ellas, y las que nos motiva a esta nota, fue la que en su momento se llamó Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE) con el Ministerio de Energía y Minas, una jugada algo cuestionable por lo antagónico de uno y otro.
Aunque es prematuro evaluar los efectos de esta fusión, es fundamental que los temas ambientales no pierdan su rumbo ni su relevancia. La búsqueda del bienestar colectivo debe incluir la sostenibilidad como una prioridad nacional, reconociendo que el desarrollo económico no puede lograrse a costa del deterioro ambiental. Ecuador posee una biodiversidad privilegiada y única y ecosistemas estratégicos como el Yasuní y las Islas Galápagos, cuya conservación no solo es vital para el país, sino para el equilibrio ecológico global. Es prioritario continuar con iniciativas muy positivas en este campo como la ley de económica circular, liderar los proyectos para la disminución del consumo de plásticos, movilidad sostenible, energía sostenible entre otros.
Más allá de todos estos argumentos, lo claro al momento es que es urgente recuperar el protagonismo de los temas ambientales en la política pública no solo de nuestros países sino de los grandes jugadores globales, promover el fortalecimiento de la cooperación internacional y garantizar que las decisiones del presente no comprometan el futuro de las próximas generaciones. (O)