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El trabajo informal ha vuelto a la escena y a los desvelos. Suprimirlo parece imposible. La informalidad está metida en la sangre de nuestra sociedad

11 Junio de 2025 16.44

El tema del trabajo informal ha regresado a la palestra. Esta vez ligado a las prioridades del gobierno, a proyectos de ley, a declaraciones, a ofertas. El asunto ha calado en amplios sectores, sobre todo ligados al empresariado, a las mujeres, a los jóvenes y a los veteranos. Todos lo identifican como clave para alcanzar el bienestar. 

Los datos son alarmantes y se agravan con el tiempo. Para junio 24 los informales llegaban al 52,5% del total de trabajadores. No hay variaciones por género: hombres 52.4%, mujeres 52,5%. Lo grave se aprecia en jóvenes de 15 a 24 años (59%) y entre adultos mayores de 65 (78%). El campo muestra también cifras más duras que las ciudades. Problema global, con diferentes rostros.

El trabajo informal refiere a una relación laboral que no está sujeta a las leyes nacionales, no está respaldada por contratos oficiales, ni siquiera registrada. No hay acuerdo escrito o legalmente reconocido.  El sector no cumple con pago de impuestos, los trabajadores carecen de afiliación a la seguridad social y no se respetan derechos laborales básicos: estabilidad,  salario mínimo, vacaciones, pensiones, protección en despidos, acceso a prestaciones.

Se incluyen trabajadores por cuenta propia (ambulantes) como empleados de pequeños negocios no registrados (meseros, dependientes). Figuran también gran cantidad de actores que nos rodean: empleadas domésticas sin contrato, albañiles sin seguro, taxistas piratas, artistas, trabajadores a distancia sin regulación. Y artesanos, muchos artesanos. Y niños, muchos niños trabajadores.

Valga una aclaración. Subempleo y trabajo informal no son lo mismo, aunque hay semejanzas. El subempleo puede ser formal o no, su sello es el trabajo insuficiente en horas o ingresos, aunque esté registrado en condiciones deficientes. El trabajo informal siempre está fuera del reconocimiento oficial. Puede o no ser a tiempo completo. 

Los perjudicados son muchos. En primer lugar, los trabajadores que quedan encerrados en un círculo vicioso de pobreza insalvable. El estado que deja de percibir impuestos y tiene obstáculos para aplicar políticas. Los consumidores presa de riesgos de calidad y seguridad de productos y servicios. No hay ganadores, y sin embargo, persiste, se enraiza. 

Las causas suponen la combinación de factores económicos, sociales, institucionales y culturales.  Entre ellos: falta de oportunidad en el sector formal, bajos niveles de formación, entornos de crisis. Y obstáculos para la formalización: trámites engorrosos, costos, burocracia, desconfianza en las instituciones. El razonamiento justificativo básico suele ser: "si formalizarse es tan complicado, riesgoso, costoso y largo, es preferible seguir igual".

Informalidad como comportamiento 

Los especialistas desmenuzarán y profundizarán mejor las aristas del trabajo informal. Aquí, se intenta resaltar un tema que cruza estas prácticas. Se trata de la cultura de la informalidad entendida como conjunto de creencias, comportamientos y acciones que hacen que la informalidad sea apreciada de modo natural, aceptada socialmente y muchas veces deseable para un trabajo individual o un mini negocio con empleados.  

La cultura de la informalidad implica, a más de la naturalización del trabajo informal  y la desconfianza en el estado, dos claves más. La una es el sentido de autosuficiencia (capacidad de salir adelante sin el estado y a pesar de los riesgos). Y la otra, la tradición (familias enteras vinculadas). Estas situaciones y percepciones culturales a la hora de los cambios pesan mucho. 

Las conductas informales van más allá. Figuran en múltiples acuerdos, sellados a veces con un apretón de manos o un cruce de miradas. Están en todas partes: venta de productos sin registro, expendio de comidas, transportes locales, chulco, servicios médicos y de curanderos, clases particulares y elaboración de tesis, corredores, tramitadores al por mayor y cientos de artesanos (plomeros, albañiles, costureras...). La transparencia es una excepción, la viveza y corruptelas tienen campo abierto.

Estas prácticas por acuerdo tácito (culturalmente de gran valor) se asocian con otras comprensiones de la informalidad, especialmente el incumplimiento, la plantillada. Llegan, como sabemos, hasta a las relaciones personales: las citas, las promesas, los ofrecimientos...

Problema estructural complejo. Enfrentarlo demanda medidas en lo económico (inversión, emprendimientos...), en lo social (sostener el trabajo formal, favorecer a las micros, reformar contratos), en lo institucional (eficiencia y transparencia), en lo cultural (educación y concientización).... Lastimosamente, las propuestas inspiradoras pueden hacerse añicos si no logramos éxito en el tema que nos atormenta, la seguridad.  (O)

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