Aun cuando la Inquisición identificó "herejía" en todo cuanto pudiese cuestionar los postulados de la Iglesia católica, la "amenaza judía" fue la causa más determinante del aparato opresivo justificado por adefesiosas consideraciones religiosas. Ello en tanto, a lo largo del siglo XV, los judíos constituyeron una poderosa fuerza financiera en su condición de prestamistas y "arrendatarios de los tributos", lo cual generó resistencia en la mayoritaria población católica. Lo anterior si bien el pueblo hebreo en la Europa medioeval apenas sobrepasaba el uno por mil de todos sus habitantes. Recordemos que los judíos -antes que de España- fueron también expulsados de Inglaterra, Francia y otros reinos europeos.
Conforme la Inquisición tomaba cuerpo, concibió un sistema de represión alrededor de cualquier accionar humano que alcanzase a litigar con la religión católica. Al margen de las absurdas apreciaciones de los tribunales inquisitorios para identificar supuestos herejes, particular mención cabe hacer también de la "brujería". Fruto de la ignorancia y de intereses materiales, su persecución era conveniente. La institución fue una manifestación más de la corrupción reinante en la Iglesia católica, que ha sido una constante a lo largo de buena parte de su historia.
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En 1487 los dominicos H. Kramer y J. Sprenger publican la obra Malleus Maleficarum (Martillo de las Brujas). Es un tratado en la materia, que la Inquisición lo adopta como texto ilustrativo... alecciona en qué son, cómo ir tras de ellas y la mejor manera de juzgarlas y castigarlas. El rol de los dominicos, en efecto, fue fundamental. Recordemos al fraile T. de Torquemada, de sangre judía, quien como Inquisidor General amasó una considerable fortuna repartida entre sus familiares y allegados. Este tipo de personajes responde a traumas adquiridos en la infancia, que al no ser superados se proyectan en actuaciones futuras.
Para la Inquisición, sustentada en el Malleus Maleficarum, ya en el clímax de su sinrazón, las "féminas" son los seres más proclives a la brujería, siendo que etimológicamente la palabra significa "Fe-Minus"... "menos fe". Concluye en que la mujer como débil en "fe" tenderá, por principio, a renegar de esta. Llega a afirmar que la mujer cuando odia a alguien a quien antes amó, hierve de ira, lo cual implica que si en algún momento adoró a Dios su conversión en bruja será drástica. Rezagos pragmáticos de esta cultura inquisitorial pueden apreciarse en la resistencia del Vaticano, por ejemplo, a permitir el sacerdocio de la mujer. Para la Iglesia, las mujeres siguen siendo seres de segunda categoría.
La competencia de la Inquisición abarcó el juzgamiento de actos que, a su malsano criterio, constituían "delitos" contra la fe y la religión, la moral, la dignidad del sacerdocio... y las labores del Santo Oficio. Los primeros comprendían a la herejía y a la blasfemia. Los otros, a la superstición y a la brujería, así como a la bigamia, al requerimiento de favores sexuales en el curso de la confesión, y a cuanto podía significar obstaculizar los procesos inquisitorios. La institución fue industriosa en armar un aparataje sustantivo y adjetivo que poco dejaba sin ser enfrentado para tornar eficiente sus mañosas pretensiones.
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Los sumarios iniciaban con el secuestro de bienes del ofensor, que de ser condenado pasaban a poder de la corona, sin perjuicio de la apropiación de una cuota por parte de los inquisidores. De hecho, al margen de la nombradía que traía consigo la calidad de inquisidor en los campos eclesiástico y social, era una función harto rentable. La pena de muerte, por lo general, se ejecutaba en la hoguera... asumiendo que el reo sobreviva al juicio. Las confesiones eran obtenidas por tortura. Esta, normalmente, se cumplía en "la garrucha", "el potro" y mediante el vaciado de agua por la boca para generar ahogo.
Si bien el inventario comienza a hacerse público años antes, en 1564 se publica la primera edición del Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, que es la lista de libros censurados por la Iglesia católica. Es abolido en 1966 por el papa Pablo VI luego del Concilio Vaticano II, que a la fecha contenía alrededor de 4.000 títulos. Es una obra emblemática de cómo la Iglesia pretendió frenar al saber humano. La inclusión de textos estaba a cargo de la Sagrada Congregación del Índice.
A discreción de la Congregación, las obras incluían aquellas contrarias a la fe (v.g. Biblia en lengua vulgar), de cábalas, de astrología y supersticiones, de amor y cualquiera que atente contra las buenas costumbres religiosas (como toda de naturaleza sexual), y escritos que cuestionaban a los sacerdotes, a las órdenes religiosas y a los príncipes terrenales. Este artículo hubiese sido censurado. (O)