Los cumpleaños no son una celebración. Son una trampa.
Pero no es una trampa cualquiera. Esta es delicada, imperceptible, multitudinaria, de esas que no nos damos cuenta porque están bien camufladas. Pensemos en esto: se acerca su cumpleaños, estimado lector, y, de repente, el mundo parece conspirar para que lo celebre. Amigos insisten en una cena, familiares planean sorpresas que no pidió (en algunos casos acompañado de la obligación de borrachera) y las redes sociales le bombardean con recordatorios de que debe hacer algo especial (o comprar en las farmacias porque tiene descuentos y hay que curar los achaques). Para muchos esto no es alegría, es una expectativa que se puede convertir en frustración: ¿a quién invito?, ¿si almuerzo solo es señal de que nadie me quiere?, ¿con quién festejo sin que otros se resientan por no haberles escogido?, ¿por qué no me llamó esa persona por mí cumpleaños?, ¿qué digo después del deseo de feliz cumpleaños? En realidad, todas esas cosas agobian y son generadas por la llegada de un día en el calendario.
Entonces, uno cumple años y se pregunta: ¿por qué hay que fingir que esto es una fiesta? Quizás porque necesitamos inventarnos rituales para convencernos de que seguimos perteneciendo a una sociedad en particular. Saber que la gente todavía nos quiere, aunque sólo nos escriba una vez al año con un sticker de Piolín. Quizás, y esto es lo más triste, porque sin Facebook ni cumpleaños no habría ninguna excusa para que alguien nos recuerde. Por eso es una trampa.
También es una trampa porque uno no puede estar de mal humor en su cumpleaños sin ser acusado de grinch. "¡Pero si es tu día!", te dicen, como si uno escogiera los días en que puede ponerse de malhumor. Nadie contempla que tal vez no te sientas especialmente celebrable, o que prefieras pasar el día durmiendo sin que te despierten mensajes de WhatsApp a las 00h01 con stickers de tortas que detestas. En tu cumpleaños no puedes simplemente ser. Tienes que estar disponible para ser feliz. Porque hay que organizar todo. Hay que comprar globos biodegradables. Hay que armar un grupo de WhatsApp que se llame "Cumple Estebita 🎉🎂💥", y después ver cómo se van saliendo todos del chat.
Y qué decir del regalo. Es un verdadero problema porque siempre genera expectativa. Si es demasiado barato, ofende. Si es muy caro, incomoda. Si no te gusta, tienes que poner cara de "me hacía falta justo esto" mientras tu cerebro grita "¡otra vela aromática no!". Hay gente que, por evitar todo esto, termina pidiendo plata. Y eso ya no es cumpleaños: es crowdfunding.
Ahora, un tipo sensato preferiría que lo recuerden el 21 de abril porque ese día escribió un párrafo memorable, o porque el 28 de febrero se le ocurrió una idea absurda mientras caminaba, o porque el 11 de mayo fue un día maravilloso. No por necesidad hay que festejar el 29 de julio porque es la fecha que dice en la cédula.
Ahora, no se trata tampoco de no ser agradecido o de rechazar el amor o la atención. De lo que se trata es de rechazar la obligatoriedad de ser feliz. Porque eso es un cumpleaños: una emboscada emocional. A primera vista parece una celebración cursi. El centro de todo es una persona (quien cumple años) que debería sentirse honrada, amada, agasajada. Pero en realidad se trata de una trampa para cumplir con expectativas sociales, familiares y, ahora, hasta algorítmicas. Se generan demasiadas expectativas puestas en un solo día, lo que puede generar frustración.
Tienes que agradecer, sonreír, contestar cada mensaje, fingir sorpresa ante regalos que no querías y emocionarte porque te ponen confeti en la puerta de tu oficina. El cumpleaños no es para ti. Es para que los demás sientan que hicieron lo correcto: que llamaron, que escribieron, que pasaron. El afecto se vuelve un trámite.
Y si encima decides no festejar, eres una amenaza al sistema. Un aguafiestas. Te conviertes en ese personaje raro. Por eso los cumpleaños son una trampa. Porque te atrapan entre la expectativa y el recuerdo, entre el deber y la culpa, entre el pastel y la obligatoriedad. Pero claro, es difícil dejar de festejar. Porque entonces no sería cumpleaños.
Pero bueno. Igual caemos cada año. Porque en el fondo, muy en el fondo, algo en nosotros todavía quiere que nos sorprendan con una torta que diga nuestro nombre sin errores ortográficos. Aunque sepamos que todo es una trampa. Y que el año que viene lo volveremos a permitir. (O)