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En Internet es muy difícil saber si la información que estamos consumiendo viene de una fuente confiable, si representa un conocimiento aplicable a nuestra situación actual, o si la persona que la distribuye cuenta con las credenciales requeridas. Esto hace que debamos cuestionar si la información es gratis de verdad.

05 Junio de 2024 16.14

Es verdad que muy probablemente no pagaste por acceder a este artículo.¿Lo convierte esta condición automáticamente en gratis?

 Podemos estar seguros que al menos no usaste tu dinero para acceder a él. Así como podemos tener certeza de que si su costo sería cero, no existiría un incentivo para la prestigiosa revista donde aparece publicada esta columna, ni para el feliz escritor a cuya mente accedes a través de estas letras en este momento. 

Vivimos en un mundo donde la abundancia de información es ubicua. Es un tipo de riqueza que se traduce en prosperidad de todo tipo. Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de generar energía eléctrica ilimitada y que satisfaga enteramente la demanda de toda la humanidad. El hábito nos lleva a pensar que requerimos de más fuentes de energía,¿es esto así?

 No. 

Si tuviéramos acceso al conocimiento, o información, para fabricar un panel solar de miles de millones de kilómetros cuadrados y para transmitir la energía eléctrica que se genere gracias a él a través del espacio, podríamos poner a orbitar el coloso equipo alrededor de Marte y obtendríamos toda la energía limpia que necesitemos.

Lo que nos falta es información para fabricar los instrumentos y tecnologías que nos permitan obtener cualquier tipo de recurso que requiramos. Si tuviéramos este conocimiento ya lo hubiéramos aprovechado. 

Si aplicamos lo aprendido hasta ahora a la realidad de que el Internet nos permite acceder a prácticamente todo el conocimiento humano de forma ultra eficiente, podemos decir, sin temor a equivocarnos que, siempre y cuando exista la voluntad de aprovechar la información de forma constructiva, nuestra vida se ha hecho más abundante. 

Por si fuera poco, el acceso a toda esta riqueza no requiere de mayor esfuerzo. Podemos disponer de ella en un instante y, con la aparición de la inteligencia artificial, hacerlo de la forma más natural posible para un ser humano, como lo es usando nuestra voz y teniendo una simple conversación.

 Sin embargo, esta abundancia tiene un lado oscuro.

Aparenta ser gratis. Y lo gratis no existe. O, dicho de la forma preferida, “si es gratis, el producto eres tú”. Todo tiene un costo que alguien más paga. Y en el caso de la información, el que paga es uno. 

En Internet es muy difícil saber si la información que estamos consumiendo viene de una fuente confiable o es falsa, si representa un conocimiento aplicable a nuestra situación actual o no tiene nada que ver con ella, o si la persona que la distribuye cuenta con las credenciales requeridas o es un charlatán. 

Le agrega gravedad al asunto el hecho de que el camino escogido para responder a estás importantes interrogantes suele ser el buscar en Internet, el mismo medio difícil de validar de donde provino la información que queremos validar. 

Suena a la solución que dan los gobiernos modernos a las crisis económicas que causan ellos mismos imprimiendo billetes y que se resume en “imprimamos más billetes”. 

Que estrés

Por cierto, otro de los efectos de esta sobredosis de información es que las personas no leen artículos tan largos como éste. Así que si todavía continúas por acá, bravo, perteneces a la minoría. 

Pese al desaliento que nos invade por la imposibilidad en la que aparentemente nos encontramos, podemos estar tranquilos pues hemos conseguido entender algunas cosas esenciales. 

Entre ellas, que la abundancia de información es el único tipo de abundancia requerida para generar más prosperidad aún y por lo tanto la crucial importancia de impedir que se le pongan barreras y filtros a su libre flujo con los pretextos a los que nos tienen acostumbrados los personajes que requieren de oscuridad para poder maniobrar de forma inmoral.

También hemos comprendido que lo gratis no existe. Y que por lo tanto cuando nos digan que algo es gratis lo más probables es que le estén viendo la cara de bobo a alguien y que ese alguien probablemente seamos nosotros mismos. 

En realidad pagas por este artículo “gratis” con tu tiempo y atención. 

Pero esperemos que no solo con eso. 

Ojalá también asumas el costo de activar tus capacidades mentales de clasificación (¿esto que leo es útil o desechable?), de organización (¿cuál es el orden adecuado en el que debo obtener esta información?), y discriminación (esto que acabo de leer y que me clasifica como una minoría ¿proviene de alguien que realmente sabe o de un charlatán?). 

Para tu tranquilidad, existe un trabajo editorial serio por parte de la revista donde lees está columna y que garantiza la calidad de la información que recibes.

Respecto del autor,¿quién soy yo? (O)

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