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Si apuntamos a derrotar problemas estructurales como la falta de empleo y la consecuente pobreza, no es suficiente con tener un crecimiento económico bajo, lento y esporádico. Necesitamos incubar un crecimiento significativo y sostenido en el tiempo.

02 Noviembre de 2022 23.44

Para asegurar que las pocas oportunidades que existen en el Ecuador no se disputen entre las actuales y entrantes generaciones, necesitamos crecer. 

Si apuntamos a derrotar problemas estructurales como la falta de empleo y la consecuente pobreza, no es suficiente con tener un crecimiento económico bajo, lento y esporádico. Necesitamos incubar un crecimiento significativo y sostenido en el tiempo. 

Sin embargo, durante los últimos años, el ingreso generado por habitante en el Ecuador, prácticamente, se ha estancado. No logramos superar el mismo límite de hace ocho o diez años.

Este dañino resultado se explica fácilmente si, al reflexionar con más profundidad este indicador, se toma en consideración que para calcularlo se relaciona económicamente la capacidad de la producción medida por la población. 

Por un lado, la producción no está creciendo a los niveles que necesita la economía para ofrecer oportunidades que vinculen sólida y sostenidamente al talento humano y la inversión en un modelo generador de mayor riqueza.

Por otra parte, mientras la población, y particularmente la población económicamente activa, crece a tasas constantes, las opciones de tener un empleo adecuado se reducen aceleradamente, convirtiéndolo en un privilegio de cada vez menos trabajadores.

La realidad combinada explica el estancamiento del PIB per cápita en el Ecuador, donde la producción enfrenta condiciones adversas para despegar; y, las capacidades laborales pueden contribuir a producir más, pero no encuentran los espacios para hacerlo.

Los dos puntales que deberían llevarnos a tener crecimientos exponenciales, son los mismos factores que hoy están rezagados: producción y empleo.

Ciertamente la pandemia debilitó las aspiraciones de iniciar la década con un crecimiento robusto, pero el esfuerzo de recuperación no puede quedarse solamente en un rebote estadístico que nos lleve de vuelta al mismo ritmo inercial y moderado que seguía el crecimiento de la economía en los últimos años.

Tampoco resulta deseable, ni aceptable, volver al crecimiento circunstancial apalancado por un periodo de bonanza de precios internacionales y una desordenada política fiscal, puesto que ha quedado demostrado que ese impulso excepcional se apaga en la medida en que la bonanza termina y el ajuste fiscal inevitablemente llega.

En consecuencia, el verdadero desafío será demostrar que el manejo económico puede conducirnos a crear más ingresos sostenidos para todos, aprovechando y estimulando las reales capacidades instaladas que tienen las fuerzas productivas para dejar atrás el modelo basado en el auge coyuntural que solo profundiza la dependencia fiscal y petrolera.

El primer paso será renovar la visión país para estandarizar al crecimiento como meta trasversal en todas las esferas de la vida económica.

Esto significará, por ejemplo, acordar un modelo de orden fiscal que no desconozca los recursos que se necesitan para promover el crecimiento y que, éste, a su vez, pueda permear a todos los segmentos de la sociedad. Es claro que sin disciplina fiscal no habrá crecimiento sostenible, como tan claro es que no será suficiente con alcanzar el orden fiscal sin crecimiento económico.

Idéntico enfoque es replicable para el manejo del sector externo, financiero o real de la economía.

Incrementar las exportaciones, captación de inversiones, créditos a costos más competitivos o mayores niveles de empleabilidad deben ser el reflejo de un modelo enfocado a fortalecer la dolarización y la expansión de las actividades económicas, vía crecimiento de las capacidades de la producción y generación de divisas.

Estas transformaciones también deberán trasladarse hacia un renovado modelo empresarial  que tenga como primer resultado un visible descargo en el tiempo y recursos que los empresarios, emprendedores y trabajadores destinan para sobrellevar el peso de las innecesarias regulaciones, recargos tributarios y la débil institucionalidad país, para que pongan sus esfuerzos, enteramente, al servicio de una mayor productividad, innovación y creación de mejores fuentes de empleo. 

En ese punto, le estaremos devolviendo a la empresa el rol social que le corresponde y que le sirve al país: producir para crecer sosteniblemente. 

No serán pocos los cambios que se necesiten para lograr este objetivo, pero la visión para alcanzarlo tiene que ser unificada.

Las reformas macroestructurales que le urgen al país no han cambiado, pero lo que sí podemos cambiar es la forma de enfrentarlas; y, cualquier reforma bajo una economía que crece sostenidamente tiene más probabilidades de concretarse con éxito, que bajo en una economía con persistente estancamiento. (O)

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