Presupuesto 2026: más recursos hoy, menos futuro mañana
El país no puede seguir dependiendo indefinidamente del aumento de impuestos ni del crédito fácil. Más deuda compra tiempo; más inversión compra futuro.

El Presupuesto General del Estado para 2026 llega acompañado de cifras que, en apariencia, invitan al optimismo. Los ingresos proyectados alcanzan los 30.120 millones de dólares, provenientes de fuentes permanentes y no permanentes, lo que representa 1.150 millones más que en 2025. La narrativa oficial atribuye este incremento a una mayor recaudación tributaria y a un renovado acceso al financiamiento externo. En términos simples: la economía se mueve ligeramente más, se consume más, se recauda más… y el Estado vuelve a endeudarse.

Sin embargo, el entusiasmo dura poco cuando se revisa el lado del gasto. Para 2026 se proyectan 35.534 millones de dólares, frente a los 34.600 millones del año anterior. El déficit fiscal es evidente. A esto se suman compromisos adicionales por aproximadamente 11.000 millones de dólares, que, si bien no se contabilizan como gasto corriente, constituyen obligaciones reales que también deben ser financiadas. El resultado es previsible: endeudamiento cercano a los 13.000 millones de dólares, aprovechando un riesgo país más bajo que facilita, una vez más, acudir al crédito.

El problema de fondo no es únicamente cuánto se gasta, sino de qué depende el frágil equilibrio presupuestario. Una parte sustancial de los ingresos descansa sobre variables altamente volátiles, como el precio internacional del petróleo y la capacidad de sostener la producción petrolera nacional. Si alguno de estos factores falla, el andamiaje fiscal se debilita rápidamente. El país avanza, así, sobre una cuerda floja, con un margen mínimo para enfrentar choques externos o errores internos.

En este contexto, el gran ausente del presupuesto es el crecimiento económico. El Gobierno proyecta una expansión del 1,8 % para 2026, una cifra que apenas alcanza para sostenerse. Para generar empleo de calidad, reducir la pobreza y cambiar la trayectoria del país, Ecuador necesitaría crecer cerca del 5 % anual durante al menos una década. Todo lo demás es administración de la escasez: cubrir las obligaciones de hoy postergando los problemas del mañana.

Persistir en el financiamiento del Estado a través de la deuda implica aceptar una lógica riesgosa. La deuda compra tiempo, pero no desarrollo. Permite llegar a fin de mes, pero no construir el próximo año. Sostiene el presupuesto, pero no transforma la economía. El crecimiento sostenible solo será posible mediante reformas estructurales profundas, utilizando el capital político en la Asamblea para atraer inversión privada, especialmente en sectores estratégicos como petróleo, electricidad y minería.

El país no puede seguir dependiendo indefinidamente del aumento de impuestos ni del crédito fácil. Más deuda compra tiempo; más inversión compra futuro. Y hoy, Ecuador necesita futuro. Necesita decisiones incómodas, pero liberadoras. Porque sobrevivir ya no es suficiente; crecer es la única salida real. (O)