Ya huele a pavo relleno. Con un poco de concentración, uno podría sentir el suave golpe de la bota navideña al atravesar distraídamente la puerta de la casa. Los receptores olfativos creen reconocer el palosanto en el incienso de manzana verde sin gluten. El ropopompom nos acosa. Incluso un canal de cable transmitió 24/7, películas navideñas, ¡en julio! Y toda esta precocidad rojiverde, ha causado un pequeño sobrecogimiento en la casa. Principalmente porque tenemos la sensación que fue hace poco nomás que terminó la temporada anterior de renos y galletas. Mitad pereza, mitad carga laboral, este año terminamos de retirar, empacar y guardar todos los adornos papanoelescos en marzo. Rompimos nuestro propio récord histórico, aunque, entre risas y mea culpas, prometimos sería la última vez y que, en adelante, desmantelaríamos todo al siguiente minuto de acabado el Día de Reyes.
Para seguir con el recuento del calendario, para los quiteños, como ya es mundialmente conocido, el año de trabajo termina, de manera oficial, la noche del pregón de Fiestas de Quito. Digo, de manera oficial, porque, al igual que ahora ya estamos oliendo a muérdago y mirra, las fragancias de los canelazos empiezan a percibirse clandestinamente por los pasillos y rincones de cuanto lugar acoja una agrupación de más de dos personas, desde un poco después del largo y anhelado feriado de noviembre. Pero este 2022, ya no habrá necesidad de darse dos por shunsho a escondidas antes del pregón, porque, para Quito, el quiosco se cerrará el 20 de noviembre. Ese día, nuestra gloriosa selección de fútbol debutará en el Mundial de Qatar y, a partir de ese pitazo inicial, independientemente de lo que suceda después, todo se convertirá en una gran cantina, una pachanga febril hasta el 2 de enero de 2023.
De hecho, ayer, me quedé asombrado de que, en estos tiempos de metaversos, enefetés, criptos, instagrams, tiktoks y demás ananayes tecnológicos, el tema trendy generalizado era dónde comprar el álbum y los cromos del Mundial. Sí, mis ojos y orejas no daban crédito a lo que estaba viendo y escuchando. ¡En tiempos de hiperconectividad, esta vieja, viejísima tradición, todavía se mantiene! Y con qué fuerza. Ojo, y todavía no sale a la venta oficialmente, sino que en ciertos puntos autorizados se inició la preventa. Lo poco que salió al mercado se agotó más rápido que las entradas para Bad Bunny. In your face! O bueno, in your rabbit ears!
A riesgo de expresar una blasfemia contra la coyuntura, la verdad yo nunca le encontré el gusto a llenar un álbum de cromos. Primero, por razones motrices. Qué pereza tener que ir a comprar cada día paquetes de cromos, abrirlos, revisarlos, separar los nuevos de los repetidos, ¡PEGARLOS! sin que se salgan del marco, derechitos. No nací para los trabajos manuales.
Segundo, por razones presupuestarias. Comprar cromos es como entrar en un casino de Las Vegas, en el Triángulo de las Bermudas, en un hoyo negro. Los ardorosos coleccionistas se convierten temporalmente en adictos y pierden toda la perspectiva de lo que realmente gastan. Compran y compran y vuelven a comprar, hasta que salga aquel “my precious” cromo que les falta. Y no se van a detener. Dirán que la satisfacción de haber llenado el álbum paga cualquier quiebra financiera, que todo por la Tri. La verdad es que con todo lo que van a gastar esta vez, probablemente les pudiera alcanzar para un tour cortito a Catar. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Para llenar el mencionado álbum se requerirán 670 cromos. Cada sobre con cinco cromos costará US$ 0,90. En el mejor de los escenarios, que en la compra de sobres nunca se repita un cromo, el álbum se llenaría con 134 sobres, esto es US$ 120,6. Pero es un escenario de fantasía, por que quien tiene la maquinita de imprimir los cromos los va liberando poco a poco. Así que, el entusiasta tendrá que comprar muchos, muchos, muchos más.
Esto me recuerda a la leyenda del ajedrez y los granos de trigo (googlear los ignoritos).
Y, esto casi siendo la misma cosa, me lleva a la tercera razón por la cual no soy fan de los álbumes: la probabilidad. Existen varias teorías que la explican. Pero, de manera general, es aquella posibilidad de que un evento ocurra, conforme a supuestos (palabra favorita de los economistas), los cuales pueden irse complejizando ad infinitum. ¿Cuáles son las probabilidades de que llene el álbum a la primera y única compra, con el supuesto de que vamos a invertir SOLO US$ 120,6? Ternuritas…
En todo caso, quién soy yo para decirles que no corran a buscar el cromo de Lionel Messi (que dicen que será el último en salir al aire; no tengo pruebas, pero tampoco dudas) y hagan la de Cantuña, si eso les va a reportar momentos de felicidad en familia o la sensación de estar viviendo el Mundial como si estuvieran ahí, face to face con los jugadores, saber sus nombres y outfits. De última, el álbum les dará alguna utilidad, en 50 años ya podrá ser considerado vintage y podrían recuperar, al menos en parte, su inversión. O si no tienen tanta paciencia, siempre será un fashion madurador de aguacates o un célebre insumo para el año viejo. (O)