El reciente Decreto Ejecutivo N.° 60, que fusiona el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica con el Ministerio de Energía y Minas, representa más que una reestructura administrativa. Es una señal de madurez institucional y, sobre todo, una oportunidad estratégica para acelerar inversiones, ejecutar proyectos clave y generar empleo en un país que lo necesita con urgencia.
¿Por qué es relevante? Porque sin inversión no hay empleo, y sin empleo no hay desarrollo ni estabilidad social. Cada proyecto que se retrasa por trámites burocráticos es una carretera que no se construye, una planta energética que no opera, un contrato que no genera ingresos para el Estado ni trabajo para las comunidades. Ecuador enfrenta hoy una tasa de desempleo del 3,5 %, pero si sumamos el subempleo y la informalidad, el 55,9 % de los trabajadores vive en condiciones precarias (INEC, junio 2025). La inversión es el motor que puede cambiar esa realidad, y esta fusión ministerial puede ser el aceite lubricante que permita a ese motor funcionar con mayor eficiencia.
Naturalmente, toda reforma trae consigo impactos sensibles. La desvinculación de más de 5.000 servidores públicos no es un dato menor, sino una realidad que afecta a familias, trayectorias y comunidades. Por eso, es fundamental que este proceso vaya acompañado de medidas responsables de transición laboral, donde la empresa privado cree esas plazas de trabajo, y apoyo institucional. Al mismo tiempo, el desafío ahora es que esta reorganización sea el punto de partida para la generación de empleo digno y sostenible, con oportunidades que no excluyan, sino que integren a más ciudadanos al desarrollo productivo del país.
1. Gobierno: menos burocracia, más estrategia
Uno de los principales obstáculos para el desarrollo energético del Ecuador ha sido la fragmentación institucional: trámites ambientales que toman años, permisos duplicados, y ministerios con misiones contradictorias. Con la fusión de Energía y Ambiente bajo un mismo paraguas, se abre la puerta a una coordinación estratégica real, algo que países como Colombia y Perú ya han implementado con éxito.
La burocracia es una enfermedad silenciosa: impide tomar decisiones a tiempo, frena la innovación y ahuyenta al talento técnico. No por gusto, gigantes como Nokia o Kodak colapsaron no por falta de recursos, sino por estructuras internas lentas que los dejaron atrás. Ecuador no puede repetir ese error en su sector energético, más aún cuando el mundo está entrando en una nueva fase de demanda masiva de energía impulsada por el auge de los data centers, la digitalización y la inteligencia artificial.
De hecho, se estima que la demanda global de electricidad crecerá un 3,4 % anual hasta 2030 (IEA, World Energy Outlook 2024). Si Ecuador quiere ser parte de ese suministro, necesita infraestructura, velocidad y visión. Eliminar trabas burocráticas no es solo eficiencia: es sobrevivencia y posicionamiento en el nuevo orden energético.
2. Empresa: reglas claras, mayor apetito inversor
El sector privado —especialmente el internacional— mide cada movimiento en función de riesgo y certidumbre. Durante años, Ecuador ha cargado con un riesgo país elevado, desincentivando inversiones en sectores clave como energía, minería o infraestructura.
Hoy, el riesgo país se ubica en 797 puntos, su nivel más bajo desde junio de 2022, según datos de medios de Ecuador. Este es un momento histórico. En un mundo donde Europa y Medio Oriente enfrentan conflictos, países como Ecuador tienen una ventana de oportunidad única para proyectarse como refugio de capital productivo.
De hecho, América Latina podría captar hasta USD 70.000 millones en inversiones energéticas para 2030, según la CEPAL (julio 2025). ¿Estamos preparados para recibirlas?
Esta fusión ayuda. Al reducir los tiempos de aprobación ambiental, se vuelve viable invertir en proyectos que antes se descartaban por ineficiencia. Un inversionista que debe esperar 24 meses para aprobar licencias ambientales, pozos exploratorios o auditorias, simplemente se va al país vecino que sea más eficiente. Pero si hoy Ecuador demuestra ser más ágil, más técnico y más transparente, puede transformarse en el destino elegido.
Y eso se traduce en algo tangible: empleo local, encadenamientos productivos, exportaciones, infraestructura. En otras palabras, calidad de vida. Donde hay inversión, hay progreso.
3. Sociedad: crecimiento con sostenibilidad
Algunos podrían temer que esta fusión debilite la protección ambiental. Pero ocurre lo contrario: alinear energía y ambiente permite que ambos dejen de competir y empiecen a colaborar. El resultado no es la eliminación de estándares, sino la mejora en su implementación.
El ejemplo de Canadá es ilustrativo: con una institucionalidad integrada, ha logrado ser uno de los cinco mayores productores de petróleo del mundo, mientras mantiene un marco ambiental robusto y creíble. La clave: regulaciones claras, procesos ágiles y visión de largo plazo.
Para Ecuador, esto también significa hacer justicia con las comunidades productivas. No es aceptable que poblaciones en Orellana o Sucumbíos vivan sin agua potable, sin caminos o sin hospitales, mientras proyectos energéticos se estancan por trámites duplicados.
La fusión no es una solución mágica, pero sí un paso en la dirección correcta. Es un intento por recuperar la gobernabilidad, ejecutar proyectos clave y generar empleo. Y, sobre todo, es una señal de madurez institucional: cuando un país deja de pelearse con su propio potencial y empieza a gestionarlo con visión técnica y política, todos se benefician. El gobierno se vuelve menos burocrático, las empresas recuperan la confianza para invertir, y las comunidades ecuatorianas acceden a lo más importante: generación de empleo digno, sostenibilidad ambiental y crecimiento a largo plazo.
Necesitamos ser mas eficientes.(O)