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Liderazgo

Por qué decir todo que "sí" en el trabajo podría estar frenando tu propio ascenso

Benjamin Laker

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Ser servicial puede abrir puertas, pero también te encierra en un rol que pocos asocian con liderazgo. Cómo el hábito de complacer a todos puede jugar en contra cuando se trata de crecer en la oficina.

18 Octubre de 2025 06.30

Ayudar a los demás es una de las formas más rápidas de generar confianza en el trabajo. Ese compañero que siempre acepta todo se transforma en alguien confiable, el que resuelve problemas, la persona a la que todos buscan cuando se acercan las fechas límite. Pero lo que al principio parece una virtud puede convertirse en una desventaja. Quienes son demasiado generosos con su tiempo suelen terminar sobrecargados, pasan desapercibidos a la hora de ascender y, muchas veces, acumulan un resentimiento silencioso hacia la misma cultura que ayudaron a construir.

La realidad es que decir que sí no siempre demuestra compromiso. A veces refleja miedo: miedo a decepcionar, a perder oportunidades o a que otros los juzguen por no mostrarse dedicados. Después de todo, nadie quiere quedar como el que no sirve. Sin embargo, ese hábito de decir que sí a todo tiene costos ocultos que pueden afectar una carrera más de lo que muchos imaginan.

¿Por qué la generosidad termina convirtiéndose en una sobrecarga?

Al comienzo, decir que sí genera satisfacción. Los compañeros agradecen la ayuda, los jefes te ven como alguien confiable y los equipos avanzan porque vos estás ahí para cubrir los huecos que otros dejan. Pero con el tiempo, ese hábito termina generando una carga desigual. Lo que debería haberse repartido entre varios cae siempre sobre las mismas pocas personas.

Ese desequilibrio casi nunca es intencional. La mayoría de los compañeros no busca aprovecharse. Simplemente saben quién va a cumplir. Así, quienes se muestran más confiables terminan cargando con la mayor parte del trabajo. Lo que comenzó como un gesto generoso se transforma en una expectativa constante.

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Con el tiempo, el rendimiento empieza a deteriorarse. Los plazos se retrasan porque una sola persona asume demasiadas tareas. 

Con el tiempo, el rendimiento empieza a deteriorarse. Los plazos se retrasan porque una sola persona asume demasiadas tareas. La creatividad se reduce porque no hay espacio para pensar con profundidad. El agotamiento se instala en silencio, alimentado por la frustración de ser siempre quien ayuda, pero nunca quien progresa.

El costo oculto de la reputación

Paradójicamente, decir siempre que sí no solo agota. También puede afectar la forma en que los demás te perciben. Tus compañeros empiezan a verte como un asistente, no como un líder. Los jefes pueden confiar en vos para ejecutar, pero dejarte afuera cuando se trata de pensar estrategias. Al fin y al cabo, la mayoría tiende a valorar más a quienes saben proteger sus límites que a quienes asumen tareas extra todo el tiempo.

Esto es lo que los psicólogos llaman la trampa de la competencia. Ser demasiado eficaz en ayudar hace que te definan por eso. En vez de destacar por tu creatividad o tu capacidad de análisis, te reconocen como quien mantiene todo en orden. Es un rol necesario, pero difícilmente abre la puerta a un ascenso.

También aparece el riesgo del resentimiento. Cuando aceptás todo, los demás pueden asumir que no tenés prioridades propias. Incluso, es probable que, sin darse cuenta, empiecen a considerar que tu tiempo vale menos. Lo que buscaba mostrar compromiso termina, muchas veces, debilitando el respeto.

Por qué decir que no genera más influencia

Aunque parezca contradictorio, una de las estrategias profesionales más efectivas es aprender a rechazar pedidos. Decir que no no tiene que ver con el egoísmo. Es una manera de cuidar tu capacidad para hacer un buen trabajo. Cuando marcás límites claros, tus compañeros empiezan a respetar tanto tu tiempo como tu criterio.

Después de todo, un sí selectivo vale más que un sí automático. Si ayudás solo cuando realmente hace falta, tu aporte se vuelve más visible. La gente te percibe como alguien que sabe administrar sus prioridades, no como quien simplemente absorbe tareas.

También hay un efecto de señal. Los líderes que saben cuándo decir que no muestran seguridad. Dan a entender que no temen cuidar su propio enfoque. Esa actitud genera credibilidad y aumenta las chances de que les asignen responsabilidades más importantes.

Cómo poner límites sin romper vínculos

El problema es que decir que no puede parecer riesgoso. Nadie quiere quedar como alguien poco colaborador. Sin embargo, es posible cuidar los límites sin dañar las relaciones. La clave está en la forma de responder.

Una estrategia efectiva es explicar con claridad cuáles son tus prioridades. En vez de dar una negativa tajante, podrías decir: "Quiero darle a esto la atención que merece, pero ahora mismo estoy con otra fecha límite. ¿Podemos retomarlo la semana que viene?". Ese tipo de respuesta transmite respeto y, al mismo tiempo, deja en claro tus límites.

Otra opción es ofrecer alternativas. Derivar una solicitud a alguien más capacitado para ayudar demuestra que seguís dispuesto a colaborar. Cuidar tu tiempo no implica dejar a los demás librados a su suerte. También es útil ser proactivo. Si compartís en qué estás trabajando y qué podés asumir de forma realista, les facilitás a tus compañeros la comprensión de tus límites. Esa transparencia ayuda a evitar malentendidos.

Con el tiempo, estas prácticas modifican la forma en que los demás te ven. Dejás de ser la persona que siempre dice que sí para convertirte en alguien que elige con criterio. Ese cambio puede marcar la diferencia entre ser visto como quien colabora y ser reconocido como un verdadero líder.

 

*Con información de Forbes US.

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