El sueño rebelde de un padre artesano y su hija actriz
Entre cuero, arte y amor filial, Gabu y John Córdova construyeron una marca que calza los pies y el alma. Esta es la historia de Moshi Boots, una empresa familiar que se atrevió a romper moldes, coser identidad y caminar su propio rumbo.

Moshi Boots nació de un lazo irrompible entre padre e hija, de una deuda afectiva con la estética y de una necesidad urgente de ser, de crear, de existir fuera de lo común. Esta es una historia de resistencia que camina sobre cuero, cicatrices, ternura y una obstinada creencia en lo bello.

John Córdova nació en Ambato, ciudad de artesanos, pero su mundo desde niño estuvo rodeado de música campesina, libros, pinceles, cocina, arte y salsa. De familia de escritores, pintores y compositores, entendió desde muy joven que su vida no cabría en un cubículo. Aunque estudió psicología clínica, su cuerpo, como su espíritu, necesitaba moverse, crear. "Estar en una profesión que no quieres, es como estar casado con una persona que no amas". 

Diseñaba chaquetas desde los 17, bailaba salsa desde los 12, se cocinaba desde los 11. Estudió artes, diseño y viajó todo lo que pudo a Colombia, Venezuela, Estados Unidos, Europa. Todo lo que aprendía, lo volcaba en sus creaciones. En su taller se confeccionaban zapatos y se inventaban lenguajes.

Pero el arte no siempre paga las cuentas y mientras sus diseños únicos eran subestimados por cadenas comerciales, John trabajaba al límite. Hasta que su hija, Gabu, decidió que era hora de darle al arte el lugar que merecía.

Gabriela Emilia Córdova, conocida como Gabu, es actriz profesional, influencer, gestora cultural y la hija de John. Desde los 11 años supo que la actuación era su destino cuando debutó en el Teatro Sucre en una obra sobre corrupción que hizo llorar a todo el público, recuerda. A los 15 ya grababa películas; a los 19 estudiaba en el Instituto de Cine y se ganó una beca para estudiar diseño en Argentina. También fue seleccionada entre miles para ser parte del elenco de Enchufe TV. Su vida iba rápido, pero no lo suficiente como para olvidarse de su padre.

Desde los 14 ya trabajaba con él en ferias, limpiando zapatos, atendiendo clientes. Veía cómo diseñaba obras de arte para venderlas al por mayor a precios, muchas veces, injustos. Y no aguantó más. 

"No entendían la 'fucking vibe'", dice entre risas y rabia. "Lo que hace mi papá es especial. No es para todos, es para gente única. Hay que ponerle nombre, espacio, vida". Y con US$ 300 de ahorros, otros US$ 150 prestados por su madre y un arrendador que dudó pero aceptó, abrieron la primera tienda en la Floresta. Así nació Moshi Boots.

Gabu Córdova. Moshi Boots. Foto: Pavel Calahorrano

¿Por qué "Moshi"?

Porque así le decía John a su hija cuando era niña: "Moshi", una palabra inventada, como los nombres que usan los enamorados o los poetas. Una manera de decir "mi amor", sin decirlo. Cuando pensaron cómo debía llamarse la marca, Gabu no dudó. Su padre tampoco.

"Pero tenía que quedar claro que hacíamos botas", aclara Gabu. Por eso nació "Moshi Boots". La ternura con estructura, el arte con visión empresarial y el cuero cubriendo su pasión. 

Moshi no se concibe como una fábrica, es más un taller, un espacio donde la creatividad no se terceriza y donde las manos tienen más valor que las máquinas. Cada diseño pasa primero por la cabeza (y el lápiz) de John, quien hace los moldes, combinando telas, probando colores, corrigiendo formas. Gabu coordina los equipos, las ventas, las redes sociales y la expansión.

El equipo está compuesto por 17 personas, muchas de ellas artesanos que trabajaban por su cuenta y encontraron en Moshi una comunidad. Algunos trabajan desde casa, cuidando a sus nietos mientras cosen. Otros son jóvenes artistas que atienden las tiendas y también crean. Todos son parte de una familia extendida, tejida con color y respeto.

El proceso es meticuloso, casi un ritual. Diseño, corte, costura, ensamblaje, detalle, prueba, ajuste, producción. Cada zapato puede tener una historia detrás o una historia por delante. Algunos clientes llegan con ideas propias. Otros piden réplicas. Muchos buscan piezas únicas que no existen en ninguna otra parte.

No todo es poesía. Fueron asaltados varias veces. En la pandemia casi cierran. "Había noches en que no podía dormir del miedo", dice Gabu. Pero fue justamente esa angustia la que los empujó a crecer. "El video que hicimos tras el último robo se viralizó. Nos contactaron de todo el mundo. Eso también es Moshi, el arte de convertir el dolor en oportunidad".

De una tienda en la Floresta pasaron a otra en la Basílica y la actual matriz en la zona de la República del Salvador. Hoy sus productos están en Galápagos, en una tienda de comercio justo que los conecta con turistas de más de 100 países. El sueño ahora es exportar directamente, sin intermediarios.

En 2024 cerraron con ingresos de US$ 150.000. Pero no es el número lo que los mueve. "Creo que el éxito está en encontrar el equilibrio", dice esta emprendedora. "Encontrar ese punto medio entre tus pasiones y lo que te permite vivir bien te puede llevar a la felicidad".

Un mensaje con suela

En un país donde ser artista es sobrevivir, donde ser emprendedor es resistir y donde ser diferente muchas veces se castiga, Moshi es un grito de autenticidad, un espacio donde la masculinidad puede tener flores, donde el diseño puede ser artesanal y donde una hija puede devolverle al padre la fe en sí mismo y el lugar que siempre mereció.

Hoy Gabu y John siguen caminando juntos. Pintan, cocinan, bailan, crean. "Si mi papá no fuera mi papá, lo elegiría como amigo", dice Gabu con los ojos brillando. "¿Cómo no voy a creer en los hombres, si mi papá existe?". 

Moshi Boots es un recordatorio de que sí se puede crear desde el amor, construir con ética y triunfar sin traicionarse. A veces, el camino más duradero es el que te lleva más lejos, pero cuando lo caminas en tus propios zapatos, cada pisada es una victoria. (I)