Tea Huntress: la historia de Sarah Scarborough y el poder del té
Hay un magnetismo silencioso en la manera en que Sarah se mueve por el mundo. Fundadora de Tea Huntress, creó una práctica en la que los viajes, los rituales y la ecología se combinan, y donde el té no es solo una bebida, sino una forma de volver a sí misma, a los demás y a la tierra. Su historia atraviesa lagos glaciares en Finlandia, laderas montañosas en Nepal, cocinas modestas en Alaska y salas de juntas en Nashville, siempre siguiendo la hoja, como si marcara el rumbo de su propia vida.
Antes de servirse su primera taza de té, Sarah Scarborough caminaba por los bosques finlandeses, atenta al susurro del musgo, el viento y los árboles centenarios. Los veranos en la cabaña de sus abuelos transcurrían como una coreografía suave dictada por la naturaleza. Su abuelo le talló un silbato de abedul para que pudiera pedir ayuda si se perdía, aunque nunca lo necesitó: el bosque era su guía, su maestro y su hogar.
"Pasaba horas observando hormigas y hojas, durmiendo la siesta en el suave musgo, resguardándome bajo la copa de los grandes árboles perennes durante las tormentas", recuerda Sarah.
"El bosque me enseñó cómo funciona el universo y me brindó una profunda sabiduría y paz. Tuve muchísimos momentos de revelación cuando se revelaron verdades de la existencia sobre la vida, la muerte, la comunidad, la familia y la capacidad de la naturaleza para proveernos todo lo que necesitamos. Fue una enseñanza mágica, directamente de la fuente. Esta es también la sabiduría que imparte el té. Pasar tiempo escuchando en silencio a la naturaleza, ya sea un bosque antiguo o una taza de té silvestre, revela verdades universales, brinda una profunda paz y abre la puerta a la magia de la vida. El té, un enteógeno sagrado y mensajero de lo salvaje, trasciende nuestra comprensión de la vida, de lo ordinario a lo extraordinario", dice.
Su infancia en Tennessee también le dejó una enseñanza profunda. "Recuerdo pasear por el jardín de mi abuela y sentir que cada planta tenía su propia personalidad. Pasaba el tiempo observándolas, notando cómo sus hojas se movían con el sol, cómo reaccionaban al agua y al viento. Era como si me estuvieran enseñando paciencia y presencia", cuenta.
Incluso antes de conocer la palabra "té", Sarah ya había comprendido su esencia. "El bosque y el jardín fueron mis primeros maestros en el té, incluso antes de saber qué era. Las lecciones fueron la paciencia, la atención, la escucha y el respeto: las mismas cualidades que guían mi forma de desenvolverme en el mundo hoy", señala.

Después de estudiar agricultura sostenible y trabajar en granjas orgánicas, el primer contacto de Sarah con el té fue como entrar en un universo nuevo. En una casa de té tibetana en Montana, entendió que no era solo una bebida. Era una práctica, una puerta, una guía.
"Cuando empecé a trabajar con el té, sentí una sensación de entusiasmo y expansión. Era una sensación profundamente significativa, dhármica y llena de esperanza, un poco como enamorarse", recuerda.
Allí mismo fundó su primera empresa de té, elaborando masala chai orgánico. Más tarde, cuando se mudó a Alaska, siguió vendiendo su chai molido a mano de manera online. Con los años, ese camino la llevó hasta Nueva Zelanda, donde cofundó una empresa de comercio ético de té, café y chocolate llamada Scarborough Fair. Por ese trabajo recibió un Premio al Mérito del Congreso de los Estados Unidos.

Aun así, el té no le pareció desde el comienzo un destino definitivo. "No fue hasta años después, cuando terminó la Feria de Scarborough, que empecé a reconocer el té como mi camino. En aquel entonces, supuse que volvería a la agricultura ecológica, pero un viejo amigo me contactó para proponerme una nueva empresa de té. Noté un patrón: en cada bifurcación de mi camino, el té estaba ahí para guiarme por un nuevo camino y una nueva aventura. Creo que estoy acá para compartir el té como una forma de enriquecer la vida de las personas, reconectarnos con la sabiduría de la naturaleza y cultivar la calma. A menudo pienso en la película Moana y en cómo la llama el océano. Eso es exactamente lo que siento por el té", reflexiona.
Desde las cocinas de Montana hasta los bosques de Alaska, el té se transformó en un vehículo de exploración, ética y ritual. A través de cada hoja, llevó consigo las historias de quienes lo cultivaron, lo cosecharon y lo compartieron.
El té se convirtió en el pasaporte de Sarah para recorrer el mundo. En Japón, descubrió la precisión sagrada de la ceremonia; en Taiwán, el ritmo alegre del arte del oolong; en Nepal, la reverencia por la altura, la tierra y el trabajo artesanal. Cada viaje fue una enseñanza. Cada taza, una lección.

"Ví que la calidad del té va mucho más allá de una certificación o un origen", afirma. En Hangzhou, China, cuna del té Dragonwell, visitó a un reconocido productor cuya familia había elaborado tés imperiales durante generaciones. "Compré un té que costaba unos US$ 800 la libra, pero la contaminación atmosférica durante la cosecha afectó su pureza, haciéndolo poco atractivo a pesar de su procedencia, historia y certificación. Para comprender realmente la potencia, la vitalidad y la calidad de un té, hay que visitar los jardines, recorrer la tierra, sentarse con las plantas de té y sentir el aire", expresa.
Cada viaje le confirmó lo que ya intuía desde hacía tiempo: el té está vivo. Cada hoja refleja el lugar, la persona y el proceso. Cada infusión se convierte en una conversación entre la tierra, la hoja y el yo. Sus recorridos no solo moldearon su paladar, también definieron su filosofía: abastecimiento ético, ritual y conexión no pueden separarse del arte del té.

En Nueva Zelanda, Sarah cofundó Scarborough Fair Foods, donde se abastecía de té, café y chocolate mientras documentaba las historias humanas detrás de cada producto. Al regresar a Nashville, lanzó Partners Tea Company junto a un grupo de mujeres inversionistas. Allí creó mezclas orgánicas únicas y viajó a India y Sri Lanka para profundizar sus conocimientos.
La venta de Partners Tea Company a The Republic of Tea le abrió una nueva etapa. Se expandió como Ministra de Orígenes, viajando por el mundo en busca de tés excepcionales y lanzando Rare Tea Republic, una iniciativa centrada en la sanación y los rituales ceremoniales. Para Sarah, el té se volvió una vocación y un espacio para narrar historias, cuidar la tierra y honrar el trabajo artesanal.
En 2017, el nombre la encontró. Sentada en su auto después de una clase de té y yoga, dijo en voz alta: "Cazadora de té".
"Miré a mi alrededor para ver quién había hablado", recuerda. "Entonces me di cuenta de que se trataba tanto de mi floreciente negocio de té como de la persona en la que me estaba convirtiendo personalmente. Había realizado trabajo arquetípico y había resonado con la Cazadora —Diana, Artemisa, Mielikki—, la diosa de la caza, el bosque, la luna, las hierbas silvestres y las mujeres. La Cazadora del Té me guió en tiempos turbulentos, recordándome mi propósito, mi valor, mi verdad y mi fuerza. Profesionalmente, la Cazadora del Té se siente como la culminación de toda una vida de trabajo con el té, el yoga, la meditación y el reiki. Es mi legado y el regalo que puedo dejar", agrega.
El té sostiene el ritmo de los días de Sarah. "En un día perfecto, me levanto temprano y pongo a hervir agua. Me siento a tomar el té durante una hora y luego llevo a mi perro a dar un paseo o voy a yoga. A las nueve, llego al trabajo o a hacer recados. Estos momentos de tranquilidad me ayudan a encontrar soluciones, despertar la creatividad y reconectar conmigo misma. El té, como práctica, es como yoga para la mente y el espíritu", remarca.
Esta práctica implica una inmersión en el fluir del agua, el vapor que sube de la taza y el calor que purifica, guiando hacia un estado de mayor calma, sabiduría y conexión. Se necesitan tres tazas de té para alcanzar ese nivel de consciencia profunda que los monjes zen llamaban Mente Zen. En algunas culturas, esas tres tazas también representan hospitalidad y confianza. Un proverbio pakistaní lo resume así: con la primera taza, sos un extraño; con la segunda, un amigo; con la tercera, familia.

Sarah se acerca al té desde la energía y la intuición. "Todos tenemos la capacidad de intuir la energía de las plantas. Esto solía ser tarea del chamán, pero todos tenemos esta capacidad. Requiere pasar tiempo con las plantas en su entorno natural y brindarles nuestra presencia", expresa.
En su casa de verano en Finlandia, las hierbas y los árboles se sienten como viejos amigos. "Conozco sus personalidades más allá de su apariencia física o sus beneficios, como se conoce a un viejo amigo", añade.
Algunos tés todavía logran sorprenderla, como Forest Queen, un Shou Puerh de 2007. "Cada vez que lo tomo, me autoconozco. Como un espejo, Forest Queen siempre me muestra algo de mi verdadera naturaleza, asentándome y clarificándome", relata.
Scarborough se define como una persona con una energía lunar: tranquila, perspicaz y sutil. Esa misma energía marca su manera de emprender. "La mayoría de mis amigos que bromeaban conmigo sobre yoga, agricultura orgánica o chai ahora tienen sus propias prácticas. Ya no cuestiono mi verdad. Me veo como una pionera y un puente. Si mis amigos cuestionan la práctica de sentarse tranquilamente a tomar té, les digo que se sumen; con el tiempo lo harán", remarca.
A la Sarah joven le repetiría una frase que todavía hoy se recuerda: "Cree en ti misma. Celebra tus cualidades únicas. Reconoce lo capaz que eres. Sigo trabajando en ello", destaca.

A través de Tea Huntress, Sarah da cursos y lidera retiros en los que comparte el camino que recorrió durante décadas. "Imparto el Curso de Certificación online El Arte y el Ritual del Té, que guía a los estudiantes en la práctica del té y sus rituales. Cada vez que un estudiante me comenta lo transformador que fue, me siento validada en este trabajo. Llevo décadas queriendo marcar la diferencia a través del té, y este curso es un gran logro", añade.
Su deseo es tan simple como profundo: "Quiero inspirar a la gente a dedicar más tiempo a las plantas curativas: cultivándolas, recogiéndolas, secándolas, preparándolas en infusiones. Las plantas son el botiquín de la Madre Naturaleza, y las flores son su apoyo emocional. En un mundo cada vez más caluroso, rápido y ruidoso, las plantas curativas cultivan la calma y la conexión. Son el antídoto que buscamos", concluye.
