La inteligencia artificial es como la energía nuclear, dijo Cari Tuna, una de las filántropas más generosas del mundo, junto con su esposo, Dustin Moskovitz, cofundador de Facebook.
Según explicó, los primeros accidentes con la energía nuclear llevaron a que en Estados Unidos se impusiera una regulación tan estricta que prácticamente eliminó su desarrollo, lo que frenó la industria durante décadas. Para Tuna, si desde el comienzo hubiera existido una regulación más reflexiva, se habrían evitado esos accidentes y habría habido más espacio para innovar y avanzar en la mitigación del cambio climático.
"Con cientos de miles de millones de dólares invertidos en mejorar las capacidades de la IA, existe una enorme presión competitiva para impulsar el desarrollo de esta tecnología lo más rápido posible", afirmó Tuna. "Pero para gestionar los riesgos, se necesita coordinación entre empresas y países... a medida que el ritmo de desarrollo de la IA se acelera, creemos que podría resultar difícil para la sociedad y las instituciones mantenerse al día", agregó.
Ahí es donde la filantropía puede jugar un papel clave. Hace una década, la joven pareja —Tuna tiene ahora 40 años y Moskovitz 41— colaboró con una donación de US$ 1 millón al Future of Life Institute para reducir los riesgos vinculados a la inteligencia artificial. Más tarde, en 2017, aportaron US$ 30 millones a la organización sin fines de lucro OpenAI a través de su fundación.
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Además, Moskovitz invirtió en la ronda de financiación de US$ 124 millones de Anthropic en 2021, "antes de que fuera evidente que estos laboratorios serían rentables", señaló Tuna. Esa etapa contrasta con la actual, marcada por una fuerte demanda de fondos y valuaciones elevadas de estas compañías.
En aquel momento, ambos laboratorios trabajaba con un enfoque claro en la seguridad de la IA. Ni la pareja ni su fundación tienen acciones de OpenAI. La participación que mantenían en Anthropic —valorada en unos US$ 500 millones— fue transferida a una entidad sin fines de lucro a comienzos de 2025, con el objetivo de reinvertir cualquier "retorno financiero significativo" en filantropía y "disipar cualquier percepción de conflicto de intereses", explicó.
El interés inicial de la pareja por la inteligencia artificial surgió de su vínculo con el altruismo eficaz, aunque Tuna prefiere "enfatizar las ideas por encima de la etiqueta". Este movimiento ganó notoriedad por su relación con Sam Bankman-Fried, el empresario cripto que hoy está preso. Sin embargo, su esencia radica en usar la evidencia y la lógica para identificar las formas más efectivas de ayudar a los demás.
Pone el foco tanto en soluciones comprobadas y accesibles en el corto plazo como en amenazas potencialmente catastróficas a largo plazo, como el avance descontrolado de la IA. Cuando apoyaron a OpenAI y Anthropic, ambas estaban dando sus primeros pasos y se fundaron, en parte, sobre los principios del altruismo eficaz, con la intención de desarrollar modelos de inteligencia artificial seguros que "beneficien a toda la humanidad".
La adopción global de la inteligencia artificial atravesó transformaciones profundas, con acuerdos multimillonarios que se cierran casi a diario entre las principales tecnológicas, inversores sofisticados y gobiernos de distintos países. Aun así, Tuna y Moskovitz mantienen el foco en su misión: incrementar las subvenciones destinadas a hacer que los modelos de IA sean más seguros. Muchas veces intentan influir en el trabajo de organizaciones como OpenAI y Anthropic a través de la investigación, la promoción de políticas públicas e incluso el lobby.

Las donaciones de la pareja, basadas en evidencia, no se enfocan exclusivamente en la inteligencia artificial. De hecho, la mayor parte del dinero que entregaron hasta ahora se destinó a intervenciones de salud global con buenos resultados y bajo costo, como la lucha contra la malaria, la deficiencia de vitamina A y el acceso al agua potable.
Estos problemas se volvieron más urgentes tras los recortes que el gobierno de Trump aplicó a USAID. Tuna y Moskovitz expresaron su intención de donar la mayor parte de su fortuna lo antes posible, aunque eso se complica por el crecimiento constante de sus activos. Hasta ahora donaron más de US$ 4.000 millones, incluidos más de US$ 600 millones en el año fiscal 2025. Aún disponen de US$ 11.000 millones, correspondientes a la fortuna personal de Moskovitz, y cerca de US$ 10.000 millones en su fundación privada, la Good Ventures Foundation, además de fondos provenientes de donantes.
Aunque Moskovitz fue quien construyó la fortuna, Tuna se ocupó de distribuirla. Desde 2011, lidera la tarea filantrópica de la pareja, mientras su esposo desarrollaba su segunda empresa, Asana. Moskovitz renunció a su cargo de director ejecutivo en mayo, y aún no está claro cuál será su próximo proyecto. La mayoría de las donaciones del matrimonio se canaliza a través de la Good Ventures Foundation y fondos de donantes. Todas las subvenciones se recomiendan desde Open Philanthropy, la organización que Tuna fundó en 2017 a partir de GiveWell y que hoy preside.
Tuna trabaja para atraer nuevos donantes y transformar a Open Philanthropy en una iniciativa respaldada por múltiples aportantes, y no solo por la fundación que comparte con Moskovitz. Este año, más de US$ 200 millones en donaciones a Open Philanthropy llegaron desde otros multimillonarios, como Patrick Collison, cofundador de Stripe, y Lucy Southworth, esposa de Larry Page, el cofundador de Google.
Estas contribuciones permitieron crear dos fondos temáticos que superan los US$ 100 millones: el Fondo de Acción contra la Exposición al Plomo (LEAF), lanzado el año pasado, y el Fondo para la Abundancia y el Crecimiento, presentado en marzo. Hasta ahora, LEAF entregó US$ 20 millones, entre ellos una subvención de US$ 17 millones a Pure Earth para ayudar a identificar fuentes de exposición al plomo —como especias, cerámica y otros productos— en India y otros países.
"Es bastante raro ser una fundación muy exitosa y, además, influir significativamente en las decisiones financieras de otras personas", afirmó Alexander Berger, director ejecutivo de Open Philanthropy. Aunque Tuna no suele hablar directamente con los beneficiarios ni pedir fondos, mantiene reuniones semanales con Berger para tratar temas como la estrategia, la recaudación y el ritmo al que podrían distribuir el dinero en los próximos años.
"Cuando empezamos, no existía ningún lugar para un donante como nosotros... con miles de millones de dólares para donar durante décadas, abierto a cualquier causa o forma de trabajar, con el objetivo de ayudar a los demás en todo lo posible", explicó Tuna. Berger agregó: "Queremos crear una plataforma que esté preparada para la próxima generación de donantes".
Tuna nació en Minnesota y creció en Evansville, Indiana, en una familia de médicos. Según cuenta, sus padres se mudaron de casa para que pudiera asistir a las mejores escuelas públicas posibles, convencidos de que la educación era la clave del éxito. Más tarde ingresó a Yale, donde estudió ciencias políticas y colaboró con el periódico universitario, antes de conseguir un trabajo como periodista económica en 2008.
Tuna trabajaba en el Wall Street Journal, donde cubría tecnología y economía en California, con el sueldo de una reportera principiante. "Veía cómo disminuía el saldo de mi cuenta bancaria", recuerda. En 2009, una amiga en común —Jessica Lessin, también periodista del Wall Street Journal y actual CEO del sitio de noticias tecnológicas The Information— le organizó una cita a ciegas con Moskovitz. "Pasamos casi todos los días juntos desde entonces", contó.
Dejó el periodismo en 2011, cuando junto a Moskovitz decidieron tomarse en serio su tarea filantrópica. A partir de entonces, se dedicó de lleno a esa misión. Su primer paso fue entrevistar durante un año a cientos de expertos. Muchos le recomendaron financiar causas que le resultaran personales o inspiradoras, pero ella decidió no seguir ese consejo. A su juicio, ese enfoque tiene un problema: "Si la mayoría de los donantes provienen de entornos relativamente acomodados y con buena salud, la filantropía perderá algunas de las mayores oportunidades para ayudar a los demás, especialmente a las personas más desfavorecidas", dijo.
Aun así, ese año de entrevistas le resultó útil, porque le permitió enfocarse en los tres criterios clave con los que define sus prioridades: importancia, abandono y viabilidad. ¿A cuántas personas afecta el problema? ¿Cuántos otros están trabajando en ese tema? ¿Hay una posibilidad concreta de que la filantropía impulse un cambio real?, explica.
Tuna —criada en un hogar con un padre musulmán y una madre cristiana metodista, casada con un hombre judío y hoy practicante de la meditación budista— cree que su acceso a una fortuna tan inmensa fue accidental, quizás incluso influido por fuerzas sobrenaturales. Por eso, asegura sentirse espiritualmente impulsada a donar de forma racional, apoyada en cálculos matemáticos, con el objetivo de beneficiar a la mayor cantidad de personas posible.
Muchas veces, esto la lleva a priorizar causas que no tienen relación personal con ella, incluso por encima de otras que sí le importan, como la investigación sobre el cáncer de mama. Esa mirada la acercó a los principios del altruismo eficaz, que se apoya en la evidencia y grandes volúmenes de datos para maximizar el impacto. En general, busca beneficiar al mayor número de personas al menor costo posible, muchas veces medido en años de vida salvados.
Por eso, se enfoca más en identificar causas como la malaria, el acceso al agua potable o la desparasitación —lo que ella define como "la decisión más importante que toma un filántropo"— que en decidir qué organización sin fines de lucro va a recibir el dinero.

Para las subvenciones vinculadas a salud global —las más relevantes y sostenidas en el tiempo—, Open Philanthropy suele aplicar estimaciones que transforman los factores clave en "años de vida ajustados por discapacidad" (AVAD), una métrica que usan para calcular cuántos años de vida humana se salvan con una subvención determinada. Para cumplir con sus estándares de financiación, cada dólar invertido debe generar un valor equivalente al de donar US$ 2.000 a una persona que gana US$ 50.000 al año en Estados Unidos.
En el caso extremo, "si tu objetivo es salvar vidas, entonces ser una organización benéfica mediocre que lucha contra la malaria en el África subsahariana salvará más vidas que ser la mejor organización benéfica que trabaja en una enfermedad súper desconocida en Estados Unidos", afirma Otis Reid, director gerente del área de Salud y Bienestar Global en Open Philanthropy.
Entre los principales destinatarios de las subvenciones vinculadas a salud global otorgadas por Tuna y Moskovitz están el Malaria Consortium —con un total de US$ 307 millones en financiación—, Evidence Action —que recibió US$ 206 millones para programas de desparasitación, acceso al agua potable y otras acciones— y Helen Keller Intl, que obtuvo US$ 103 millones, principalmente para iniciativas de suplementación con vitamina A.
James Tibenderana, director ejecutivo del Malaria Consortium, destaca que el uso intensivo de datos, evidencia y transparencia diferencia la manera de trabajar de Open Philanthropy. "La cantidad de datos que nos solicitaron fue enorme", señaló Tibenderana.
"La intervención debe ser rentable". Sin embargo, admite que ese enfoque matemático no es infalible. Cuando en 2015 comenzó a negociar un acuerdo de financiación, tuvo que convencerlos de que los medicamentos contra la malaria para niños pequeños eran tan valiosos como los mosquiteros destinados a adultos. El problema era que, como los niños no trabajan, el modelo de GiveWell les atribuía un menor valor económico. Finalmente, GiveWell incorporó un "factor ético", y desde entonces el Malaria Consortium distribuyó 370 millones de dosis de tratamientos contra la malaria y 32 millones de mosquiteros tratados con insecticida.
Danielle Bayer, directora de crecimiento de Evidence Action, cuenta que Open Philanthropy invirtió decenas de horas en investigación y entrevistas con especialistas antes de comprometerse a financiar. Aun así, algunos proyectos, como un programa de migración estacional en Bangladesh, no funcionaron y fueron cancelados.
"No te sentís perjudicado porque algo no funcionó... simplemente corregís el rumbo", dijo Shawn Baker, vicepresidente ejecutivo de alianzas en Helen Keller Intl, organización para la cual Tuna y Moskovitz financian la distribución de suplementos de vitamina A con el objetivo de reducir la mortalidad infantil.
Aunque la salud global sigue siendo la categoría más importante en términos de financiación general, parte del motivo por el que Open Philanthropy se separó de GiveWell hace una década fue para concentrarse en lo que, según palabras de Tuna, es "más especulativo y no probado".
Esto nos lleva nuevamente al tema de la seguridad en inteligencia artificial. En ese campo, los principales destinatarios de fondos de Open Philanthropy son el Center for Security and Emerging Technology, la RAND Corporation y FAR.AI, todos con el objetivo de influir en políticas públicas y proteger los modelos avanzados de IA.
"Muchas empresas de IA invierten más en seguridad de lo que están obligadas, y merecen reconocimiento por ello, pero al mismo tiempo invierten muchísimo menos de lo que el mundo necesita", afirmó Adam Gleave, CEO de FAR.AI, que recibió US$ 59 millones de Open Philanthropy para ayudar a OpenAI, Anthropic y Google a mejorar la seguridad de sus modelos.
Las organizaciones financiadas por Open Philanthropy también destinaron al menos US$ 3 millones este año a actividades de lobby, cifras similares a las de OpenAI y Anthropic. A su vez, la propia Open Philanthropy aportó cerca de US$ 110.000 por trimestre para tareas similares durante este año.
A pesar del interés creciente —y del aumento en la inversión— en inteligencia artificial, Tuna insiste en que su estrategia filantrópica es amplia. Financia una gran variedad de causas usando todos los recursos disponibles: desde donaciones directas y promoción de políticas hasta inversiones. La mayor parte de las inversiones de impacto de Good Ventures se orienta al desarrollo de fármacos. Entre sus principales participaciones figuran Impossible Foods —su primera inversión de impacto—, además de inversiones en las empresas de semiconductores TSMC y ASML, así como en Nvidia y Microsoft.
"Progreso y seguridad no tienen por qué ser incompatibles", afirmó Tuna. "Si algo define mi forma de trabajar, es que no se trata de una sola cosa", concluyó.
Nota publicada por Forbes US