De recicladores a exportadores
Alexandra y Cristian Sánchez empezaron limpiando botellas y cartones junto a su madre. Ahora dirigen una empresa que exporta metales reciclados a tres continentes y factura sobre el millón de dólares.

Esta historia empieza en el patio de la casa de la familia Sánchez- Guilcamayo en Pilacoto, a diez minutos de Latacunga. Dioselina, recicladora de base con ayuda de su esposo José, albañil, y sus dos hijos Alexandra y Cristian, todas las tardes clasificaba botellas y cartones y con eso costeaba parte de la educación de sus hijos. "Mi madre reciclaba todo lo que encontraba, siempre nos inculcaron que el trabajo dignifica, sea el que sea", comentan a Forbes los hermanos Sánchez. 

Recicladora Sánchez (RECSA) comenzó en 2017, cuando el jefe de fundición de la empresa Cedal, Hernán Navas, decidió comprar todo lo que Dioselina recogía convirtiéndose en la primera recicladora base en vender dentro de una compañía. "Era durísimo, todo lo hacíamos a mano, con guantes viejos y balanzas improvisadas. La primera venta a Cedal fue de dos toneladas de aluminio por US$ 6.000".

 Vendieron el único carro familiar por US$ 12.000, para comprar chatarra en patios de reciclaje. La segunda entrega significó una ganancia de US$ 10.000.

De la informalidad a la empresa familiar

Alexandra graduada de contadora y Cristian de ingeniero automotriz recuerdan que asistían a clases y en las tardes ayudaban a sus padres en la limpieza de los metales. Los fines de semana viajaban por el país buscando chatarra. "La gente nos trataba mal, nos minimizaban. Tocamos cientos de puertas, de empresas, hubo muchos días sin respuesta. También decidimos sacar un registro para la compra de bienes públicos y eso nos permitió adquirir propiedades del Estado que eran dados de baja". 

Estos jóvenes emprendedores tenían claro que el camino era formalizarse, manejar contratos, registros y procesos contables. "Nosotros fuimos los primeros recicladores en la Sierra en tener todo en regla. Ese es nuestro plus. Empezamos a trabajar con eléctricas, hospitales y municipios. Además, con cinco patios de reciclaje, una red de 30 proveedores y compañías como Novacero y Tecnofim y Transelectric".

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Para 2022 entregaban entre 600 y 700 toneladas de aluminio al año y facturaron US$ 800.000. El siguiente paso necesario era adquirir un terreno cerca del centro de Latacunga para almacenar el material, porque el patio de la casa les quedó pequeño. Trabajadores incansables, sin horarios, dispuestos a no bajar los brazos y seguir.

Dos años más tarde, en 2024 inauguraron su primera planta industrial. La inversión superó los US$ 400.000, financiada con dos préstamos bancarios. La planta de 8.000 metros cuadrados está equipada con montacargas, trituradoras, compactadoras, básculas y cortadoras industriales. "Nos tomamos el riesgo, sino nos estancábamos. Estamos claros que la calidad es todo. Si el aluminio o el acero no están perfectamente limpios nos rechazan".  

Del reciclaje local a la exportación

Para ellos no hay límites. Un primer contenedor de 20 toneladas de acero fue enviado a los Países Bajos. Hoy exportan aluminio a India y China, bronce a Brasil y acero a casi todos los países de Europa. En 2024 las ventas fueron de US$ 1,4 millones.

El esfuerzo y la tenacidad rinde sus frutos. El Ministerio de Producción los incluyó en la mesa técnica del sector y les aumentó el cupo de la capacidad de venta de aluminio. También incluyeron en su portafolio vidrio, han entregado 25 toneladas hasta el momento y están abriendo un espacio para recibir chatarra tecnológica.

Esto según sus cálculos, significará cerca de un millón de dólares adicionales. Estiman este año superar los US$ 2 millones en ventas totales.

Alexandra a sus 32 años es una apasionada por el Trail running, su jornada empieza a las 04:30 am con un entrenamiento riguroso. Hace unos días se lesionó el tobillo en una carrera de montaña, que le mantiene paralizada, asegura que cuenta los segundos para volver a correr. Por su parte Cristian está casado, con un hijo y se mantiene fiel al fútbol con sus amigos de la infancia.

Actualmente colaboran con 12 recicladores formalizados y un centenar de informales a los que esperan integrar al sistema. "Es difícil, tienen muchos temores. Con el proyecto Con Rostro les ofrecemos apoyo psicológico y orientación, pero la mayoría se resiste".

Mientras fluye el diálogo, insisten que su historia es de transformación social. "Somos la segunda generación de recicladores y con orgullo podemos decir que vamos a cambiar el futuro no solo de nuestros hijos, sino de cientos de personas. Nuestro sueño es darle valor y dignidad a un trabajo históricamente invisibilizado y marginado". (I)