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Enrique Beltrán dejó Venezuela con una maleta llena de experiencia financiera y seguro de que en Ecuador podía empezar de nuevo. Hoy lidera una firma que acompaña a familias empresarias en su camino hacia la institucionalización y la cohesión. Esta es la historia de cómo un banquero se transformó en empresario y encontró en la sierra ecuatoriana el lugar perfecto para crecer.

8 Mayo de 2025 11.44

Desde el recuerdo de los sabores marinos y los atardeceres dorados de su infancia, Enrique Beltrán, de 57 años, describe a la ciudad que lo vio nacer: Barcelona, una joya costera del estado Anzoátegui, en el oriente de Venezuela. Rodeada de playas caribeñas y una economía marcada por el petróleo, esta ciudad combinaba la brisa del mar con la actividad industrial. "Soy un amante del mar", dice. Vivió allí hasta los 17 años, cuando se trasladó a Caracas para estudiar y permitir que la vida lo llevara por otros caminos. 

Beltrán recuerda que desde joven fue inquieto y curioso, lo que le hizo tomar una de las decisiones más importantes de su vida: dejar Venezuela. Hace dos décadas llegó a Ecuador, un país que le ofreció varias oportunidades. Aquí, encontró una nueva casa y un terreno fértil para emprender, generar empleo y construir un legado. El proceso no fue fácil, pero fue suyo. 

Su llegada a Quito fue parte de una trayectoria profesional que ya acumulaba décadas de experiencia en el sector financiero. Durante 20 años trabajó con el Grupo Fierro, un conglomerado con operaciones en seis países de América Latina. Vivió en Venezuela, Perú y, finalmente, en Ecuador, donde asumió uno de los cargos más relevantes de su carrera: la presidencia ejecutiva del Banco Internacional. Fueron seis años en los que lideró esta institución financiera, hasta que fue repatriado a Venezuela para dirigir otro banco del grupo. 

Fue entonces cuando tomó una decisión que cambiaría el rumbo de su vida. Así que cerró ese ciclo y regresó a Ecuador por cuenta propia. "Nos gustó este país, nos trató bien", recuerda. Volver a Quito fue más que una elección profesional; fue un acto de pertenencia. Beltrán encontró en la sierra ecuatoriana una conexión emocional con el cerro El Ávila de Caracas y en sus habitantes una calidez que lo hizo sentir en casa. Las relaciones que empezó por negocios se transformaron en amistades y en ese entorno reconstruyó su propósito, esta vez como empresario independiente. 

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Decidió crear su propia empresa, lo hizo desde cero, desde la cocina de su casa. Ahí, entre conversaciones familiares y lluvia de ideas, nació el proyecto. Su hija María Laura, apasionada por la comunicación, fue quien diseñó el logo y definió la identidad visual de lo que hoy es EBM Consulting. La consultora se enfoca en tres líneas: gobierno corporativo, gobierno familiar y planificación estratégica.

Pronto tomó fuerza en el mundo empresarial ecuatoriano. Beltrán se integró como miembro de directorios —como el de Saludsa, Novopan y  luego de Adelca, que hoy preside— y asumió el reto de demostrar que su experiencia bancaria podía traducirse en asesoría estratégica de alto nivel. "Te tengo confianza como banquero, pero no como asesor", le decían. Su respuesta fue pedir una oportunidad. Diez años después, EBM Consulting ejecuta más de 80 proyectos en ciudades como Quito, Guayaquil y Cuenca. 

Este ejecutivo dice que cada familia empresaria es un universo distinto. Y por eso, cada proyecto "se siente como un nuevo empleo". Aunque esta firma cuenta con una metodología, Beltrán asegura que el reto va mucho más allá de aplicar fórmulas. Lo que implica entender las emociones, las historias no contadas y los lazos afectivos que unen —y a veces tensan— a las generaciones de una misma empresa. "Las compañías muchas veces son una extensión de la identidad de los patriarcas", explica. Y cuando se trabaja con familias en segunda, tercera o incluso cuarta generación, el desafío está en alinear visiones, expectativas y formas de liderazgo. Solo el 25 % de las empresas familiares sobreviven a la tercera generación y apenas el 10 % llega a la cuarta.

"Porque el problema no suele estar en la rentabilidad del negocio, sino en la falta de una visión compartida entre los miembros de la familia". La empresa trabaja en núcleos empresariales de hasta 40 personas, donde solo dos o tres están activos en la gestión operativa, mientras el resto depende del patrimonio común. En ese contexto, diseñar estructuras de gobernanza, con reglas y criterios de meritocracia, se vuelve vital. "Las familias crecen más rápido que las empresas", afirma. 

Este extranjero empezó la organización con una inversión inicial de US$ 10.000. Una década después, ese pequeño capital semilla se transformó en una operación que facturó alrededor de US$ 700.000 en 2024, según la Superintendencia de Compañías, solo en su línea principal. Beltrán también desarrolló una segunda empresa, dedicada a la importación y distribución mayorista de insumos médicos. 

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Una de las lecciones más valiosas que Enrique Beltrán aprendió de Ecuador es la tenacidad de su gente. Admira el carácter trabajador, competitivo y emprendedor del ecuatoriano en el ámbito laboral, en el deporte y en cualquier desafío que asumen. Para él, ganar la confianza de las personas en este país es abrir la puerta a relaciones genuinas y comprometidas, donde el respeto se convierte en el eje de cualquier vínculo. Reconoce también la capacidad del empresario ecuatoriano para enfrentar riesgos y adaptarse a contextos complejos, como los cambios políticos o las crisis económicas. "Aquí nadie se rinde", dice.

Quito, como dice este empresario, fue durante mucho tiempo "el mejor secreto guardado de América". Una ciudad que lo conquistó por su historia, su gente, su comida —aunque con un ceviche distinto al que conocía— y por esa sensación de tranquilidad que aún conserva en muchos aspectos. Se enamoró del centro histórico, del locro, de las empanadas de morocho y del ritmo que ofrece la capital ecuatoriana. 

Hoy se siente orgulloso de construir una firma que se posiciona como referente en gobernanza familiar y corporativa en el país. Compite de igual a igual con grandes consultoras internacionales y, aunque no todos los proyectos se ganan, cada uno representa una oportunidad para crecer. Está convencido de que su metodología, su equipo y su visión están listos para cruzar fronteras. (I)

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