"Aquellos que fueron capaces"
Aquellos que fueron capaces, hace dos siglos, de asumir riesgos ejemplares, se han evaporado de la conciencia de la gente. Son personajes desconocidos, incómodos, porque ellos amaron y lucharon por otros valores.
Aquellos que fueron capaces, hace dos siglos, de asumir riesgos ejemplares, se han evaporado de la conciencia de la gente. Son personajes desconocidos, incómodos, porque ellos amaron y lucharon por otros valores.
Se ha derogado la legalidad. Vivimos en un Estado autoritario en el cual es muy difícil ejercer los derechos y preservar las libertades.
Como dice Orwell en "La Rebelión en la granja", los dominadores siempre proclaman, como justificación de las desigualdades, que el pueblo pronto advierte, aquello de que "todos los animales son iguales, pero unos animales son más iguales que otros".
La cultura, y la libertad para hacerla posible, para potenciar las capacidades y la inteligencia de la gente, para hacer cine, escribir, pensar, etc. son asuntos a los que la sociedad no puede renunciar. Eso corresponde a su patrimonio espiritual, pertenece a sus raíces.
Hay derecho al silencio y hay derecho a la palabra. Lo grave es que prevalezcan la palabrería y la mentira. Y es aún más grave si el silencio es producto del cálculo temeroso, de la indiferencia, o del acomodo que significa renuncia al riesgo, a la integridad e incluso a la curiosidad.
Para legislar, habrá que comprender que las normas no son realidades dispersas ni aisladas; que forman parte de una estructura lógica, precisa, integral, y que todas ellas, de cualquier naturaleza que fuesen, deben obedecer a las tres lógicas fundamentales que enseña Bobbio: la de la jerarquía, la de la cronología y la de la especialidad.
Me temo que los días históricos se han convertido en excusas para hacer fines de semana largos. Eso no estaría mal si, además del descanso, el desfile y el acomodo en que vivimos, cultivaríamos el interés por explorar, aunque fuese por curiosidad, lo que está detrás de la vacación y lo que explica la sesión solemne o la cadena nacional
La democracia, por eso, es educación, racionalidad y lectura de la historia. Pero, de verdad ¿queremos instituciones?
"La política, por más democrática que sea acabará siempre en manos de un grupo de personas: los clubes, los diputados, los ministros. No se puede evitar. La oligarquía es inevitable". José Antonio Marina, (en Los sueños de la razón).
¿Será posible que volvamos a hablar de "nuestro país" con la entrañable pasión de los abuelos, sin recelos y sin odios? ¿Será posible disociarlo de la política y hacer del país punto de encuentro y patrimonio moral de todos?
Queda la posibilidad de ir al parque y encontrar que aún queda la sombra de un árbol, el viento y un pedazo de cielo, que sigue intenso y azul como fue el de hace años, el de un Quito que ya no está más.
Los que viajamos en tren, le guardamos en el recuerdo de un país que fue.
Cuando la vida de las ciudades cambió, a las bolas sustituyó el noticiero, el escenario de la televisión y la crónica roja política, y ahora, la imparable tecnología de las redes. El anonimato de las bolas y el encanto y la incertidumbre que generaban, se reemplazaron con las crudas certezas de noticias verificadas, o inventadas, evaluadas al apuro, comentadas y, últimamente, "ilustradas" con escenas de escándalos que se suceden como en un teatro de marionetas.
Si admitimos que toda acción legislativa es justa, solamente porque está rodeada de formalidades externas, porque es mayoritaria, estaríamos justificando un absolutismo, un poder totalizador que riñe con los principios esenciales de la democracia liberal.
El diccionario en una expresión de libertad e imaginación, es el fruto de la creatividad de seres anónimos con talento para nombrar las cosas de la vida y de la muerte, para bautizar lugares, montañas y ríos.
Ya nada nos asombra. Lo improbable y lo absurdo se concreta a la vuelta de la esquina y se hace realidad. El embate de los hechos, la frecuencia del disparate y la vigencia de la estupidez contribuyen a la construcción de una sociedad ganada por la indiferencia y el sarcasmo, sin memoria, sin historia, sin idea de sí misma.
El asunto de fondo consiste en pensar seriamente qué hacer con ciudades gigantescas, qué hacer con un sistema político y administrativo que hace agua, qué hacer con un país superpoblado, sin elites ni pensamiento, y sin instituciones que respondan a la sociedad multitudinaria.
Me pongo a pensar en la muletilla de la soberanía, que se me antoja rezago de tiempos antiguos, o ficción y retórica de tiempos nuevos. ¿Soberanía del pueblo, soberanía del individuo? ¿Soberanía del Estado? ...
: ¿Debe la democracia ser eficiente? ¿Es legítima la democracia ineficiente? Para hacer ese debate, hay que poner en cuestión a unos cuantos mitos y a otros tantos sacerdotes de la hipocresía que ofician la mitología perversa que le tiene liquidado al país y que va matando la fe del ciudadano, sin la cual no hay ni democracia ni legitimidad ni nada.