Cuenta uno de los relatos más antiguos que, en los primeros tiempos de la humanidad, todos hablaban un mismo idioma. En esa supuesta armonía, decidieron construir una torre tan alta que, según ellos, tocaría el cielo. No buscaban refugio ni sabiduría, sino reconocimiento: "hagámonos un nombre", dijeron. Hoy seria lo mismo que buscar construir una marca sin una intención real por detrás.
¿Y si el verdadero problema en nuestras organizaciones no es la falta de comunicación, sino el exceso de palabras sin intención?
Pero en medio de esa ambición compartida, algo se rompió. Según la historia, Dios confundió sus lenguas intencionalmente y, al no poder entenderse, los constructores abandonaron la obra y la torre quedo inconclusa. A este lugar se le llamó Babel, que significa "confusión". Desde entonces, simboliza la ruptura de la comunicación humana y la dispersión de las personas.
Y aunque esto ocurrió, o mejor dicho, se cuenta que ocurrió hace miles de años, más allá del mito, Babel sigue muy presente en nuestra vida profesional, se parece a muchas realidades que vivimos en nuestros entornos laborables. Hablamos más que nunca, nos reunimos sin parar, enviamos mensajes y correos sin descanso... pero, ¿nos escuchamos realmente?
Hoy, la fragmentación no se da solo por idiomas distintos, sino por ritmos, culturas, valores. Trabajamos juntos, pero muchas veces desde intenciones no alineadas. Y cuando no hay conexión humana, ni sentido compartido, el trabajo se vuelve mecánico.
La historia de Babel no trata solo de lenguas diferentes. Trata de cómo la falta de propósito compartido, de intención alineada y de escucha profunda puede desmoronar incluso los proyectos más prometedores. Y eso sigue pasando todos los días, en oficinas, en juntas, en chats, en empresas.
No siempre necesitamos una mejor estrategia. A veces, solo hace falta una pausa. Preguntarnos: ¿para qué estoy haciendo esto? ¿Qué queremos construir juntos? ¿Quiénes son las personas que me rodean y qué las mueve? Y que todos sepamos a donde vamos.
Babel nos recuerda que la ambición sin propósito compartido se desgasta. Que ninguna torre se sostiene si no hay una base de humanidad. Que no se trata de hablar fuerte o con seguridad, se trata de que nos entendamos y que nos comuniquemos con intención.
Hoy más que nunca, necesitamos sentido. Aliados, no solo equipos. Referentes, no solo conexiones. Espacios donde el trabajo sea también un acto de creación, y no solo de ejecución.
Porque liderar no es dirigir desde arriba, sino construir con otros desde adentro. Y porque, incluso en esta era digital, el mayor desafío sigue siendo el más antiguo: escucharnos bien para construir de verdad. Hablar menos desde el ego, desde la prisa, la desconfianza o la necesidad de control. Y hablar mas desde la la intención, la empatía y la visión compartida. (O)