Cantina universitaria
Universitarios bebiendo a sus anchas. El cielo por testigo. Semana tras semana. Antes, asunto de varones, hoy aumentan las chichas... Desafuero impresentable.

La zona entre La Floresta y La Mariscal se ha vuelto una cantina al aire libre. El área tiene como puntos referentes a cuatro universidades -PUCE, Salesiana, Andina y Politécnica-. Pero sucede cualquier territorio cercano a universidades. 

Todos los días, y sobre todo jueves y viernes, grupos de jóvenes bebedores se juntan en las esquinas: jorgas de tres, de cuatro, de ocho. A veces, con el pretexto de comer algo como salchipapas, inundan varias manzanas y calles, y en especial la esquina de la Tamayo y Veintimilla, cerca de la 12 de octubre. La juerga se alarga muchas veces hasta medianoche, dependiendo de los recursos que logran reunir los jóvenes borrachos. Sobrecogedor.

El asunto no termina ahí. Más allá del trago intoxicante, los grupos se destapan en grescas, en gritos e insultos, en esputos y vómitos. Se orinan en las paredes con el consiguiente hedor, que parece no importarles. El microtráfico y el consumo de drogas apareció pronto y crece. Algunos grupos se "alzan" cerca de medianoche, pero otros continúan hasta el amanecer. El sábado, el paisaje parece de guerra o de tornado o de baño público. Repugnante.

El tormento no se queda en los grupos. Con los tragos adentro y el horizonte abierto, se apropian del espacio público (veredas enteras), gritan improperios, provocan a los transeúntes, piropean obscenidades a las mujeres. Se han denunciado varios robos e incluso algún herido en los enfrentamientos. Tierra de nadie. 

Hace un par de años, estos chupes de vereda, eran asunto de varones. Hoy no, o no tanto. Se aprecia, cada vez, a chicas que empinan por igual el codo, que vociferan palabrotas, que terminan arrastrando los pies ayudadas por algún compañerito de ocasión. Degradante.

Los moradores del sector han levando su voz por medio de cartas y plantones y por denuncias en medios. No soportan el ruido, y el miedo -se conoce de algunas amenazas de traficantes- ha empezado a generalizarse. Meterse con estos grupos es arriesgar el alma. La opción de la mayoría, ha sido encerrarse con sus niños. Prisioneros en su propia casa. Indigno.

La alternativa lógica, era recurrir a la fuerza pública. Un chasco. La Policía llega haciendo sonar su sirena y un par de efectivos -a veces sin bajarse del auto- repiten su frase célebre: "circulen jóvenes, circulen. Colaboren". Los estudiantes con la sonrisa en los labios, esconden a medias las botellas, se mueven unos pasos y se reinstalan con más bríos. 

Ni de lejos este artículo intenta satanizar la diversión de los estudiantes. Forma parte de su vida juvenil. Negarla sonaría a moralismo o hipocresía. Pero en este caso, hay dos agravantes inaceptables. Uno, el extremo al que llegan en su loca carrera por beber; ni la suciedad les conmueve. Y dos, el absoluto menosprecio a los vecinos del barrio; a sus niños, a sus adultos mayores, a sus mujeres, a sus costumbres, a sus derechos. Abusivo

Hora de intervenir

El tema no es puntual ni pasajero. Refleja la degradación de las relaciones humanas, el desprecio por los derechos de los demás, el culto al placer egoísta y sin medida. Es otra cara de la violencia que nos visita cada vez más seguido. Esa violencia cotidiana que nos pega en la cara, nos cuestiona la educación que brindamos en casa y en los centros especializados.

No es fácil poner remedio a este desbarajuste. Un llamado a las familias, no está demás. Un pedido a las universidades por refuerzos en la esfera de los valores, tampoco. Un ejercicio de autoridad por parte de la Policía es indispensable: es prohibido libar en la calle; vender licor indiscriminadamente; adueñarse de las veredas públicas; atentar contra los bienes ajenos; es prohibido consumir drogas. Los delitos están para castigarse. Y cuando son flagrantes, no hay tiempo que perder. 

Pero la solución eficaz está en las propias manos de nuestros jóvenes estudiantes. Apelar a su autoestima es lo último que queda... 

Tal vez el momento es oportuno para recuperar imágenes inolvidables de los jóvenes, de estos estudiantes que hoy nos causan vergüenza. De esos mismos que en otras circunstancias admiramos por su compromiso social, su valentía, su afán de transformación... Un verso de la Violeta Parra viene a la mente. Como para quedarnos también con este mensaje y nos duela menos. Para recordar que estos jóvenes aún nos pertenecen, para que sientan que aún esperamos mucho de ellos.

Me gustan los estudiantes.... 

Porque son la levadura / el pan que saldrá del horno / con toda su sabrosura / para la boca del pobre / que come con amargura / caramba y zamba la cosa / viva la literatura.(O)