El caos no usa reloj
-La supervivencia del puntual en tierra de impuntuales-

La puntualidad es una de esas virtudes silenciosas, invisibles, ingratas, nadie la aplaude, no hay monumentos ni placas para el puntual, a veces ni siquiera hay quien lo reciba, tal como reza aquel viejo aforismo de lucidez demoledora: "la puntualidad siempre será una virtud no apreciada, porque nunca nadie está presente para reconocerlo" Y, sin embargo, los que todavía creemos en ella, somos los últimos románticos del orden, verdaderos Quijotes del reloj.

Ser puntual hoy es un acto de rebeldía, de insurrección ética en un mundo que predica la espontaneidad mal entendida, en donde se alaba esa autenticidad emocional que, le hace decir al cínico "yo soy así" como coartada para llegar media hora tarde a todo. 

Ser puntual es perturbador, molesta e incomoda a los que llegan tarde, porque simple y sencillamente, desnuda su negligencia sin necesidad de palabra alguna, la puntualidad es el espejo donde se refleja el caos y se revela su miseria.

Vivimos en una época que ha romantizado al delincuente, al impuntual y al desordenado, en las calles, en la oficina, en las familias, en la cultura en general, si uno exige puntualidad, rigor y cumplimiento del calendario, automáticamente lo acusan de neoliberal, capitalista, facho o enemigo de la "revolución popular" y las "nuevas tendencias". Como si organizarse fuera reaccionario o planificar fuese prerrogativa burguesa, como si llegar a la hora pactada constituiría una traición a la lucha de clases.

El desorden y el desaseo, tanto como las deformaciones del idioma, se han convertido en identidad política, curiosamente, siempre desde la trinchera de quienes jamás han administrado nada, no han construido nada, no han hecho una sola obra pública "limpiamente", ni formado una familia, ni siquiera una copla que más o menos rime.

La Dama de Hierro inglesa, Margaret Thatcher entre sus discursos y entrevistas, afirmaba que, "la disciplina es la base del éxito y la puntualidad es su primera manifestación". Sin embargo, en muchos países y particularmente en ciertos segmentos ideológicos, el tiempo es lo único que no se respeta, en las burocracias, de izquierdas y derechas, abundan las reuniones que comienzan una hora más tarde, los actos públicos se interrumpen con discursos tendenciosos o incendiarios que no llevan a ningún lado y hasta las asambleas de condóminos, se manejan en medio del caos como metodología.

Hoy, curiosamente, se ha convertido el atraso en símbolo de distinción, como si llegar tarde fuera una forma de parecer más interesante, cuando es precisamente todo lo contrario, quien respeta el tiempo ajeno tiene ventaja frente al que llega tarde, el atrasado improvisa, tiene más probabilidades de equivocarse y fallar.

La puntualidad no es solo llegar a tiempo, es una conducta ética, una manera de decir "tú me importas", es empatía, es también respeto por uno mismo, por ello en sociedades donde la informalidad es la regla, la puntualidad es resistencia civil, es una manera de no permitir que el caos se convierta en costumbre, siempre mala costumbre.

En cambio, el desorden no necesita anunciarse, se cuela en la vida cotidiana, en las clases que empiezan tarde, en los buses que nunca llegan, en los proyectos que jamás se cumplen, en las reuniones a destiempo, no cabe duda que, el atraso es una señal de colapso cultural.

Claro, también hay quienes defienden la impuntualidad con la poética de lo impreciso "lo importante es llegar" dicen, o afirman con una cursilería exasperante que el "tiempo es relativo", como si Einstein hubiera escrito para justificar la pereza y no para describir la curvatura del espacio-tiempo. Pero esa relatividad, mal conceptualizada, ha producido generaciones que no distinguen entre la libertad y el relajo, entre vivir y dejarse arrastrar por la epidérmica corriente de lo momentáneo. 

Steve Jobs admirador de la puntualidad suiza como norma de conducta y por supuesto como cultura empresarial, siempre estuvo convencido de que llegar tarde era una forma de mediocridad y que, desde luego, representaba un inaceptable desprecio por las personas y el tiempo ajeno.

La impuntualidad no solo es falta de respeto, es una tara que intenta demostrar un poder que no se tiene, aunque tristemente al final, el que llega tarde impone su tiempo, el que organiza mal una reunión, toma el control con su desorden. El caos también es una herramienta política y es ahí, donde debemos ser más incisivos, porque no hay cambio y progreso posible y real, sin agenda ni cronograma.

Si amable lector, la puntualidad tiene desventajas, puede hacernos sentir estúpidos, solos en una sala vacía, con el reloj en la mano y la esperanza intacta, pero hay que decir, frente a esta realidad que, en un mundo en donde todo se atrasa, donde las reformas llegan tarde y los políticos prometen en diferido, llegar puntual es un acto poético, casi heroico.

Suele decirse recurrentemente que hay que vivir cada día como si fuera el último, porque uno de estos días lo será... y si ese último día llega que no nos encuentre tarde, aunque el impuntual pensará que, haciendo de las suyas se salvará, sin saber el pobrecillo que, inevitablemente cuando te toca así te quites y cuando no te toca, así te pongas... (O)