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Las tarifas, en teoría, son instrumentos de negociación. En la práctica, se están convirtiendo en un reflejo de algo más profundo: una ruptura con los compromisos internacionales que definieron a Estados Unidos durante buena parte del siglo XX.

1 Mayo de 2025 12.38

Pocas veces en la historia moderna una economía líder ha invertido tanto capital político en levantar barreras. Estados Unidos, país que durante más de medio siglo impulsó tratados, redujo aranceles y diseñó reglas multilaterales para un comercio más abierto, ha vuelto a dar la espalda a ese sistema. Bajo el liderazgo de Donald Trump, y en un contexto global sensible, la política comercial estadounidense ha retomado la confrontación como norma. Y esta vez, con mayor alcance y menor disposición a matices.

Desde marzo de 2025, su administración ha anunciado una serie de nuevas tarifas: un 145% sobre productos tecnológicos de China, 25% a bienes industriales de la Unión Europea y amenazas sobre sectores clave de otros socios como India, Japón o Corea del Sur. Trump ha resucitado incluso su idea de una "tarifa universal" del 10% a todas las importaciones, aunque esta no ha sido oficialmente implementada. Los argumentos —proteger empleos, reducir déficits, castigar abusos e incluso como medida de castigo a la     migración ilegal y tráfico de drogas— no han cambiado. Pero el contexto sí: los costos de replegarse del comercio global podrían ser mucho más altos hoy que hace una década.

Los efectos inmediatos ya están en marcha. Empresas estadounidenses advierten sobre interrupciones en sus cadenas de suministro y aumentos en costos de producción. La confianza del consumidor, aunque aún estable, muestra síntomas de precaución: no se han visto aumentos generalizados de precios, pero el temor a que ocurran está latente. Las economías más pequeñas, integradas en las redes globales que Estados Unidos ayudó a construir, observan con inquietud la volatilidad que estas decisiones generan.

Ese modelo global, desarrollado en gran parte posterior al término de la Segunda Guerra Mundial, se basaba en la previsibilidad. Tratados como el GATT —un acuerdo multilateral de 1947 que sentó las bases de la Organización Mundial del Comercio— o el TLCAN de 1994 entre EE.UU., México y Canadá, fueron concebidos no como concesiones altruistas, sino como anclas de estabilidad. Bajo su lógica, los países no comerciaban porque confiaban ciegamente, sino porque las reglas los obligaban a hacerlo. Al erosionar esas reglas, Washington no solo desafía a sus socios: desafía el principio básico que sostuvo el sistema que él mismo creó.

Los mercados financieros lo han notado. Desde el anuncio de las nuevas medidas, el S&P 500 ha corregido en torno al 14%. Los bonos del Tesoro han comenzado a reflejar mayor prima por riesgo y el índice manufacturero ISM sugiere desaceleración en las exportaciones. Para los inversionistas, el problema no es solo el volumen de los aranceles, sino el mensaje: si Estados Unidos puede reescribir las reglas cuando lo desea, ¿cuál es el valor del acuerdo?

Adicionalmente, a la interna, la presión no es menor. Trump ha renovado sus ataques contra Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, cuestionando sus decisiones sobre tasas de interés y sugiriendo públicamente que debería ser reemplazado. Aunque la ley protege la independencia de la Fed, la retórica política erosiona uno de los fundamentos más delicados del sistema financiero estadounidense: la separación entre política monetaria y poder ejecutivo. Esa presión genera incertidumbre institucional, y en los mercados, la incertidumbre cuesta.

Las tarifas, en teoría, son instrumentos de negociación. En la práctica, se están convirtiendo en un reflejo de algo más profundo: una ruptura con los compromisos internacionales que definieron a Estados Unidos durante buena parte del siglo XX. Lo que está en juego no es solo el acceso a productos más baratos ni la competitividad de ciertas industrias. Lo que se cuestiona es si el liderazgo global estadounidense aún se basa en la confianza de sus socios o en su capacidad de imponer condiciones.

A corto plazo, algunos sectores nacionales pueden salir beneficiados. A largo plazo, los riesgos son estructurales. La historia reciente muestra que la estabilidad económica internacional depende menos de la fuerza de una sola nación y más de la voluntad colectiva de respetar reglas comunes. Si esas reglas dejan de ser respetadas, el comercio global no se detendrá, pero sí se volverá más costoso, más fragmentado e incierto.

La pregunta no es si Estados Unidos puede usar tarifas. Es si puede seguir liderando un sistema que, cada vez más, parece dispuesto a ignorar. (O)

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