El sexo como fenómeno social
Foucault consideró que la liberación sexual de su época -aquella de los años 70 del siglo pasado- al tiempo de redefinir a la sexualidad, permitió al hombre una mayor independencia. Sacudirnos de disimulos y simulaciones perniciosos nos habilita para la plena realización de nuestra irrenunciable individualidad.

Mientras más inculta es una sociedad, mayor es su tendencia a mirar prejuiciadamente todo lo relacionado con el sexo. Entre las comunidades cristianas, y en particular entre las católicas, ello proviene del negativo lastre con el cual la Iglesia católica carga al hombre en su desempeño de individuo propenso a buscar y encontrar placer con y en su cuerpo. Por cierto, también de la resistencia eclesiástica a superar etapas históricas que por escaso desarrollo científico y del buen-pensar, asumieron como válidos conceptos místicos y taras contemplativas en torno a modos conductuales de los humanos. La sexualidad es tan solo uno de esos; también se cuentan absurdos religiosos alrededor del aborto y de la eutanasia, por citar dos.

En el catolicismo, esos criterios -penosamente- siguen previstos en el Catecismo de la Iglesia Católica. La versión vigente corresponde a la promulgada por Juan Pablo II (1920-2005) en 1992. Sostiene que la sexualidad concierne a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro (Ref. 2332). Tal enunciado lo complementa con la estigmatización de la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio, que afirma ser contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana... la define "fornicación" (Ref. 2353).

No es propósito polemizar sobre el alcance ético-religioso o moral de la conceptuación en cita, pero sí repudiar la abstención de la iglesia a ponderar a la sexualidad en las proyecciones biológica, antropológica y sociológica, que tiene. Estos influjos otorgan a la unión carnal una naturaleza bastante más pragmática y válida que la ingenua mística. Es una de las tantas intransigencias de la Iglesia católica para negarse a actualizar sus pronunciamientos a realidades sociales, que mantienen el catolicismo en franco deterioro.

Según el psicoanálisis freudiano, los modos y formas adoptados por los hombres en la sociedad están influenciados por la aproximación que tenga la comunidad hacia la sexualidad. La represión, por ejemplo, tiene un rol determinante. Cuando el medio social es restrictivo y opresivo de la persona en sus exposiciones sexuales, produce en el individuo cierta riña entre el yo que quiere manifestar su sexualidad y el colectivo que lo impide. Así genera hombres frustrados, a menos que se rebelen contra el entorno dominante. Por cierto, no es solo la religión la causante de esos trastornos, pero toda moral sustentada en prejuicios atávicos. Son falsos moralistas quienes buscan imponer su moral dejando de analizar y entender los distintos develamientos de una sociedad que demanda transparencia.

Para Émile Durkheim (1858-1917), sociólogo y antropólogo francés, el sexo como hecho social, determinante de lo que denomina "conciencia colectiva", es un fenómeno represivo del libre albedrío del hombre. Lo es desde el momento en que sectores hipócritas de la sociedad ambicionan sea ejercido el sexo bajo normas castrantes de la individualidad y libertad humanas. Dejará de serlo, decimos, el instante en que lo practiquemos y cultivemos como algo muy de nuestro cuerpo, el cual nadie tiene derecho a limitarlo en sus manifestaciones vivenciales. Por tanto, sociológica y antropológicamente, estamos obligados a vivir la sexualidad al margen de toda exigencia arbitraria y de cualquier convencionalismo. La responsabilidad sexual es primaria ante nosotros mismos. Lo será frente a nuestras parejas en los términos restrictivos o permisivos en que convengamos con ellas, pero siempre en función de la autonomía de que gozamos como seres pensantes.

Uno de los más completos tratados en la materia es La historia de la sexualidad de Michel Foucault (1926-1984). En favor de su sociedad contemporánea -que es también la nuestra- afirma que en esta sí que ha existido discusión sobre el sexo y la sexualidad, lo cual ha permitido que florezca... como debe de ser. La contrapone a la época victoriana, en que el sexo fue circunscrito a la esfera doméstica, el hogar y la familia. La sociedad de finales del siglo XIX procuró otorgar al sexo un halo de misterio, llamado a ser regulado por quien ostentaba poder. Mientras duró esa sinrazón proliferó la dañina mojigatería.

La teoría foucaultiana elabora también en el sexo como "medio" de poder y, por ende, instrumento de control del ser humano. Al margen de la función del derecho en la sociedad, jamás podemos permitir que los estereotipos sociales pasen a convertirse en factores constitutivos de lo que el francés denomina la "sociedad disciplinaria". Esto es, en nuestro criterio, particularmente cierto respecto del sexo. Foucault consideró que la liberación sexual de su época -aquella de los años 70 del siglo pasado- al tiempo de redefinir a la sexualidad, permitió al hombre una mayor independencia. Sacudirnos de disimulos y simulaciones perniciosos nos habilita para la plena realización de nuestra irrenunciable individualidad. (O)