Mientras el mundo produce más energía para alimentar la inteligencia artificial, Ecuador apaga su motor petrolero con discursos vacíos.
El mundo entra en una nueva era energética. Una era donde el desarrollo no se mide por la ideología, sino por la capacidad de producir energía barata, abundante y confiable. En este escenario, Ecuador avanza en dirección contraria: reduce su producción petrolera, desmantela infraestructura estratégica y entrega el timón del Ministerio de Energía a un liderazgo sin experiencia técnica, justo cuando la geopolítica mundial demanda lo opuesto. La transición energética no es reemplazar la generación eléctrica con petróleo; simplemente es añadir otras formas de energía. Los países que lo entendieron hoy crecen. Los que no, se estancan.
El espejismo de la transición ecuatoriana
Desde 2014, Ecuador ha visto desplomarse su producción de 557.000 barriles diarios a menos de 430.000 a finales del 2025, el nivel más bajo en casi dos décadas. La llamada "transición energética" y temores al "cambio climático" se convirtieron en excusas para desmantelar y no invertir en el sector hidrocarburífero, mientras los proyectos de energía renovable (e intermitente) apenas representan una fracción mínima de la matriz productiva nacional.
La reciente política de cierres anticipados, improvisaciones regulatorias y ausencia de inversión extranjera directa han sumido al país en una crisis de oferta energética. Y el costo de esa miopía no solo es fiscal, sino estructural: sin energía no hay crecimiento del PIB.
En lugar de atraer capital y tecnología para optimizar los campos maduros, Ecuador ha optado por discursos vacíos y tecnócratas inexpertos. Hoy, el país tiene autoridades en el sector, que desconocen la dinámica de presión y recuperación secundaria del crudo, mientras el mundo habla de inteligencia artificial aplicada al upstream.
El mundo produce; Ecuador predica
Mientras Ecuador retrocede, las grandes economías se reacomodan para asegurar su suministro.
El Reino Unido, otrora abanderado de la "agenda verde", ha aprobado más de 100 nuevas licencias petroleras en el Mar del Norte, priorizando su seguridad energética sobre el discurso climático.
Arabia Saudita, por su parte, lidera junto a la OPEP una nueva ola de inversiones estimada en 18,200,000,000,000,000,000 millones de dólares para garantizar que la matriz energética global no colapse. Como señaló el secretario general del organismo, "la demanda mundial de crudo seguirá aumentando por décadas; la humanidad no está lista para vivir sin petróleo".
Incluso Estados Unidos ha corregido el rumbo: bajo la nueva administración, canceló 13.000 millones de dólares en subsidios a energías renovables para fortalecer su producción de gas y petróleo, sectores donde mantiene ventajas competitivas frente a China. Washington entendió que su poder geopolítico depende de su capacidad de producir energía, no de importarla.
La producción diaria de petróleo a nivel mundial llegará este año a 106.7 millones de barriles de crudo día; mientras tanto Ecuador apaga pozos y cierra campos en producción, no hace exploración, no tiene idea de lo que debe hacer con los campos petroleros.
La era de la energía barata y la IA
El nuevo actor energético no son solo los países, sino las tecnológicas. Empresas como Nokia han advertido que la infraestructura de inteligencia artificial, los centros de datos y la computación de alto rendimiento (HPC) necesitan energía constante y abundante. La IA no se alimenta de discursos verdes, sino de gas, petróleo y electricidad barata. La demanda energética global está siendo impulsada ahora tanto por la industria digital como por el transporte y la manufactura.
Bank of America acaba de advertir que el precio del petróleo podría caer por debajo de los 50 dólares por barril debido al exceso de oferta previsto. Pero lejos de ser una señal de debilidad, es una consecuencia de la sobreinversión planificada en petróleo y gas para sostener la nueva economía energética mundial. En otras palabras: el planeta produce más energía, no menos.
Mientras tanto, Ecuador camina en sentido opuesto, renunciando a sus reservas y debilitando su sistema productivo justo cuando la energía barata definirá las próximas décadas. En vez de convertir sus ingresos petroleros en motor de innovación, el país los sacrifica en nombre de una transición que ni siquiera las potencias cumplen. ¿El dinero para las energías renovables debe venir del incremento de la producción petrolera, o existe otra fuente de ingresos mejor que esa?
Sin energía no hay desarrollo
Los datos son claros: los países con mayor crecimiento del PIB son los que más energía consumen y producen. Desde Estados Unidos hasta India, todos reconocen que la energía es el primer eslabón del desarrollo. Ecuador, en cambio, ha confundido transición con abandono. Su política actual no diversifica: empobrece.
Es momento de recordar una verdad elemental: zapatero a tus zapatos. Ecuador no es un fabricante global de autos eléctricos ni un líder en tecnología solar, pero sí es —o fue— un productor competitivo de petróleo y gas. Negar esa realidad solo prolonga la crisis fiscal y energética.
Conclusión: liderazgo o colapso
El Ministerio de Energía debe reconocerlo con humildad y realismo: la transición energética en Ecuador y en el mundo fracasó; ahora solo es adición energética. El mundo no está reemplazando al petróleo, está sumando energías para sostener el crecimiento. Ecuador debería hacer lo mismo: recuperar su capacidad productiva, atraer inversión privada y usar los ingresos del petróleo para financiar una transición ordenada, no ideológica.
De lo contrario, el país quedará fuera del nuevo mapa energético global. Porque mientras el mundo produce más energía para crecer, Ecuador produce discursos "legales" para justificar su estancamiento, y su declinación al 2030 a 100.000 bdp. (O)