La nación sin mapa: ecuatorianos en Estados Unidos
Ecuador no cabe en sus fronteras. Se extiende en las voces, en las videollamadas, en los giros mensuales, en la nostalgia de quienes aprendieron a sobrevivir lejos sin dejar de pertenecer. Mientras sigamos pensando que el país termina en la línea fronteriza, seguiremos ignorando una parte esencial de lo que somos.

Si todos los ecuatorianos que hoy viven en Estados Unidos decidieran volver, habría que fundar una ciudad entera para recibirlos. No un barrio, no una aldea. Una ciudad más grande que Cuenca. Dos veces más grande. Una ciudad que, en habitantes, superaría a cualquier urbe del país excepto Quito y Guayaquil. Sería nuestra tercera ciudad. Y, sin embargo, no está en el mapa.

Según el Pew Research Center, en 2021 se estimaba que más de 830.000 personas de origen ecuatoriano residían en EE. UU., un salto del 208% frente al año 2000, cuando la cifra era de apenas 270.000. No están en el censo nacional de Ecuador, pero sí en los corazones, las memorias, las celebraciones y las cuentas bancarias. No aparecen en nuestras estadísticas locales, pero sí en las llamadas por WhatsApp a medianoche, en las decisiones familiares, en las lágrimas de alegría cuando vuelven, aunque sea por unos días.

En 2023, las remesas rompieron récords: 5.400 millones de dólares ingresaron al país, y más del 65% provino desde Estados Unidos. Son cifras que no cuentan historias, pero que las sostienen. Detrás de cada envío hay un sacrificio: dobles turnos, silencios largos, abrazos por Zoom. La economía de miles de hogares ecuatorianos —muchos de los cuales nunca migraron— respira gracias a esos dólares que cruzan fronteras.

Porque Ecuador no es solo el territorio entre Colombia y Perú. Ecuador también está en el Bronx, en Paterson, en Orlando. Está en los salones de belleza regentados por manabas, en las bodegas llenas de ambateños, en los deliverys que hacen jóvenes de Quito o Esmeraldas. Está en el ceviche que se vende en Queens y en las fiestas patronales celebradas en parques públicos de Nueva Jersey. A veces, Nueva York parece la tercera ciudad ecuatoriana. Y quizás lo sea, aunque no figure en la cartografía oficial.

La visita reciente del presidente Noboa a Estados Unidos trajo un mensaje que para algunos pasó desapercibido, pero que en las casas de Union City o Elizabeth se escuchó con atención: Ecuador no estaría en la lista de países priorizados para deportaciones masivas. Es una frase diplomática. Pero para quienes viven en la sombra de la irregularidad, fue una tregua. Un pequeño respiro.

Porque la amenaza de deportación no solo pone en riesgo a quienes están allá. También golpea a quienes están aquí. Si se cierran las puertas en Estados Unidos, no solo se frena la migración. Se frena el ingreso de divisas. Se frena el consumo local. Se tambalea la estabilidad de miles de hogares que, aunque no lo digan, ya viven con un pie allá y otro acá.

Pero los ecuatorianos en Estados Unidos no son solo remitentes de dinero. Son también estudiantes, emprendedores, enfermeras, chefs, ingenieros, activistas. Algunos nacieron allá y nunca han pisado Ecuador, pero aún lo llaman "mi país". Otros no quieren volver, pero no dejan de pensar en el día que lo harán. Muchos ya tienen ciudadanía. Otros siguen esperando. Todos comparten algo: no han dejado de ser parte.

Ecuador no cabe en sus fronteras. Se extiende en las voces, en las videollamadas, en los giros mensuales, en la nostalgia de quienes aprendieron a sobrevivir lejos sin dejar de pertenecer. Mientras sigamos pensando que el país termina en la línea fronteriza, seguiremos ignorando una parte esencial de lo que somos. Seguiremos perdiendo la oportunidad de crecer, no solo hacia dentro, sino hacia donde ya estamos.  Debemos incluirlos, no solo extrañarlos. (O)