Rodearte de gente buena: el verdadero superpoder del liderazgo
No se trata de evitar los conflictos, sino de elegir con quién quieres construir. Los equipos que vibran en sintonía no solo logran mejores resultados: crean culturas donde la confianza y la colaboración son su verdadera ventaja competitiva.

Hay algo que no figura en los manuales de liderazgo, pero que transforma el día a día: la energía de las personas que te rodean.

Un líder puede tener estrategia, experiencia y visión, pero si el equipo no vibra en la misma frecuencia, nada fluye; y cuando lo hace, cuando las personas son genuinas, colaboradoras y comprometidas, los resultados se multiplican.

No hablo de equipos perfectos, sino de equipos con buena energía, donde la confianza y el propósito compartido pesan más que el ego o el protagonismo, que solo generan un ruido innecesario . Donde nadie necesita ser la estrella, porque todos comprenden que el brillo colectivo es más potente que el individual.


El liderazgo no se trata de controlar, sino de crear las condiciones para que la gente buena florezca, y para que quienes no se sientan alineados con la cultura y el equipo terminen saliendo naturalmente.

El astronauta Miguel López-Alegría, récord de permanencia en el espacio y comandante de la NASA, lo explica de manera magistral. Cuenta que los procesos de selección para los astronautas, incluyen exámenes rigurosos: físicos, intelectuales y psicológicos, pero la fase decisiva no es ninguna de esas. La NASA los lleva a convivir durante varios días; cocinan, resuelven problemas cotidianos, y enfrentan dinámicas de grupo. Lo que realmente determina si alguien puede ir al espacio no es su inteligencia, sino su capacidad para convivir, cooperar y mantener la calma bajo presión.

En el espacio, dice López-Alegría, no hay lugar para el ego; y tiene razón. Según MIT Sloan Management Review, la cultura organizacional positiva es el principal factor que impulsa la retención del talento, por encima del salario.

Según un estudio de The Neuroscience of Trust de Paul J. Zak, publicado en Harvard Business Review (2017), los empleados que trabajan en entornos de alta confianza reportan 50% más productividad, 76% más engagement, 74% menos estrés y 40% menos agotamiento que quienes trabajan en organizaciones de baja confianza. Por su parte, un análisis de Cornerstone OnDemand, mostró que la presencia de un solo colaborador tóxico aumenta en 54 % la probabilidad de que sus compañeros renuncien, además de elevar los costos de reemplazo hasta tres veces más que el promedio.

No es un detalle menor. Las organizaciones pueden invertir en procesos o tecnología, pero subestimar la energía humana es un error costoso. Un ambiente contaminado drena la motivación más rápido que cualquier crisis externa. Cuando finalmente se limpia el aire, se siente: vuelve la camaradería, la fluidez, el sentido de propósito.
No porque todo sea perfecto, sino porque la gente vuelve a confiar.

Sería ingenuo pensar que los equipos no atraviesan vaivenes. La sintonía no siempre se mantiene intacta, pero se fortalece con práctica: con feedback honesto, con conversaciones difíciles, con decisiones valientes que priorizan la cultura sobre la conveniencia.

El verdadero liderazgo se prueba ahí: en elegir, una y otra vez, rodearse de personas que suman. La gente buena no solo hace bien su trabajo, hace bien al equipo. Cuando esto ocurre, el crecimiento deja de ser una meta y se convierte en consecuencia natural. (O)