La "revolución verde" de China, impulsada por carbón y petróleo
China no está impulsando una transición energética, sino una expansión energética. Su objetivo no es descarbonizar, sino electrificar y mantener su ritmo de crecimiento, aunque para eso tenga que quemar más carbón y seguir importando petróleo.

La narrativa dominante sobre China en la última década ha sido la de un país liderando la transición energética global. Pekín instala más paneles solares que cualquier otra nación, domina casi el 80% de la cadena de suministro mundial de baterías y se ha convertido en el principal productor de vehículos eléctricos. Sin embargo, debajo de esta fachada verde emerge una realidad mucho más compleja —y profundamente contradictoria—: la revolución energética china está alimentada por carbón, petróleo y un consumo energético que sigue creciendo más rápido que sus fuentes renovables.

 A medida que el mundo celebra los avances tecnológicos de China, el país continúa expandiendo agresivamente su capacidad térmica. Datos recientes muestran que la potencia asiática aprobó más plantas de carbón en 2023 y 2024 que el resto del mundo combinado.

 Paradójicamente, el mismo Estado que impulsa la industria solar más grande del planeta es también el mayor consumidor y productor de carbón, responsable por más del 55% del consumo mundial de este combustible.

 La cara oculta de la electrificación

China está electrificando su economía a un ritmo sin precedentes. Desde rascacielos inteligentes hasta flotas enteras de taxis eléctricos, pasando por la inteligencia artificial, la fabricación de chips y la robotización masiva, la demanda eléctrica ha crecido de forma explosiva. El problema es que las renovables, aun con su extraordinaria expansión, no pueden satisfacer esta demanda en periodos de estrés energético.

Aquí entra el carbón. No como una reliquia del pasado, sino como un "seguro energético" considerado indispensable por los planificadores de Pekín.

El Estado chino —tecnocrático, pragmático y profundamente obsesionado con la estabilidad— sabe que un apagón masivo sería una amenaza política. Y en un país de 1.400 millones de habitantes, la estabilidad importa más que la pureza climática. Las renovables son complementarias, pero no son el cimiento del sistema. El cimiento sigue siendo gris y negro.

 La paradoja estructural: más verde, pero también más fósil

China instala cada año más capacidad solar y eólica que Estados Unidos, Europa y América Latina juntos. Pero al mismo tiempo, su capacidad de generación a carbón aumenta. Esta dualidad obedece a tres razones fundamentales:

 1. Variabilidad de renovables y necesidad de respaldo térmico

El sol y el viento no garantizan estabilidad. El carbón sí. Y en un contexto donde la demanda crece más rápido que la oferta renovable, el carbón se convierte en una muleta indispensable.

2. Independencia energética estratégica

China posee enormes reservas de carbón, pero no tiene suficiente petróleo ni gas. Su dependencia del estrecho de Malaca para importar hidrocarburos es un riesgo geopolítico. Para Pekín, depender de carbón propio es preferible a depender de petróleo extranjero.

3. Competitividad industrial basada en energía barata

La industria manufacturera china —metales, química, baterías, paneles solares, vehículos eléctricos— necesita energía abundante y económica. El carbón ofrece justamente eso en el corto plazo.

El resultado es un modelo energético dual: China electrifica el consumo con renovables, pero sostiene su base industrial con combustibles fósiles.

 ¿Hipocresía o estrategia?

Desde Occidente se suele criticar a China por su "hipocresía climática". No es una acusación injusta, pero sí incompleta. El modelo chino responde a una lógica estratégica que prioriza tres objetivos: seguridad, competitividad y control político. Para Pekín, la transición energética no es una renuncia total a los fósiles, sino un proceso de adición, no de sustitución.

China no está reemplazando carbón con solar; está construyendo ambos simultáneamente.

Esto genera un contraste brutal: China lidera las tecnologías verdes, pero también lidera las emisiones. Su "revolución verde" es, en gran medida, un proyecto industrial, no ambiental.

 Implicaciones para el mundo y para Ecuador

El modelo chino redefine los incentivos globales. Al abaratar baterías, paneles y autos eléctricos, China acelera la transición energética mundial. Pero al mismo tiempo, su consumo de carbón y petróleo mantiene la demanda global de combustibles fósiles más alta de lo que sería en un escenario de transición pura.

 Para países productores de petróleo —como Ecuador— esto implica dos cosas:

 La demanda de crudo no caerá tan rápido como algunos anticipan. China seguirá necesitando petróleo para su industria, petroquímica, transporte pesado y aviación.

  1. La competencia por tecnologías limpias será cada vez más dura. La cadena de valor la controla China, no Occidente ni América Latina.

 Conclusión: la transición según Pekín

 China no está impulsando una transición energética, sino una expansión energética. Su objetivo no es descarbonizar, sino electrificar y mantener su ritmo de crecimiento, aunque para eso tenga que quemar más carbón y seguir importando petróleo.

 La "Revolución Verde" china es —paradójicamente— el mayor proyecto fósil del siglo XXI.

 Y entender esta contradicción es clave para que países emergentes, incluido Ecuador, puedan diseñar políticas energéticas y geopolíticas que respondan a la verdadera dinámica global y no a narrativas idealizadas. (O)