El Concilio de Nicea: su historia y pronunciamientos (I)
Las pretensiones políticas del Concilio de Nicea fueron observadas también en los otros sínodos de la iglesia antigua. Esta absurda teoría fue la constante durante el Imperio Bizantino. Adelante en la historia, similar actitud pudo advertirse en los zares rusos y en la Francia absolutista.

En 2025, la Iglesia católica conmemora mil setecientos años del Concilio de Nicea. En el siglo IV, la ciudad fue un importante centro urbano de Asia Menor, provincia romana, situada a orillas del lago Ascanius. La urbe y el lago se denominan ahora Iznik, considerada por cronistas la cuna del cristianismo; hoy son parte de Turquía. El niceno es el primero de los ocho sínodos ecuménicos de la iglesia antigua. El último es el IV de Constantinopla (869-870). Luego vendrán los nueve de la iglesia medieval, iniciados con el I Lateranense de 1123; cierra el ciclo Basilea-Ferrara-Florencia, cumplido entre 1431 y 1445. Tenemos, durante el Alto Renacimiento, al V Lateranense (1512-1517) y al Concilio de Trento (1545-1563). El Concilio Vaticano I (1869-1870) es reputado el primer sínodo de la iglesia contemporánea. En la modernidad la iglesia ha tenido uno solo, el Concilio Vaticano II (1962-1965).

El de Nicea es convocado por el emperador Constantino I (280-337). Al margen de lo que representa en materia religiosa, el romano tenía tras de ella intereses eminentemente políticos. Avizoró en el cristianismo la oportunidad de convertirlo en factor de unidad de un imperio que parecía condenado a la desaparición. Esto, sin perjuicio de que su victoria sobre Licinio (263-325) en la batalla de Crisópolis lo convirtió en emperador de un Imperio romano único. Con el sínodo celebró los veinte años de su ascenso al trono. Poco más de una década antes había emitido los edictos de Nicomedia (311) y de Milán (313), que al tiempo de restituir derechos en favor de los cristianos, otorgaban a su religión la calidad de "lícita" en el Imperio romano. Lo convoca en su condición de Pontifex, sin consultar a autoridad eclesiástica alguna. El mensaje era claro: soy defensor de la fe, mi obligación es proteger a los creyentes, en mí radica un poder divino que estoy llamado a ejercerlo sin limitaciones.

Según la historia política, el niceno es el primer paso de la naciente iglesia hacia la consolidación del "cesaropapismo". En la Enciclopedia de la política de Rodrigo Borja (1935) leemos ser el sistema en el cual el poder estatal ejerce un abusivo control sobre la iglesia y asuntos de la fe, la doctrina, la liturgia y la disciplina interior de los fieles. La justificación a tal intromisión es la suposición de que el poder de los monarcas es recibido de Dios, y que, por tanto, estado e iglesia son entidades llamadas a desempeñarse como un solo ente, o al menos a complementarse entre sí.

Las pretensiones políticas del Concilio de Nicea fueron observadas también en los otros sínodos de la iglesia antigua. Esta absurda teoría fue la constante durante el Imperio Bizantino. Adelante en la historia, similar actitud pudo advertirse en los zares rusos y en la Francia absolutista. Con el devenir de los tiempos, la Iglesia católica desarrolló "sus" doctrinas metódicas del "confesionalismo" y del "clericalismo". Abogan por el entrometimiento de la iglesia en el quehacer del estado. Los concilios de la Edad Media, así como los renacentistas y los siguientes, abandonaron el cesaropapismo para patrocinar los otros dos métodos de injerencia religiosa en la política estatal. Será el laicismo que reaccione contra toda ínfula mística en la actividad política. En el laicismo confluyen valores de la dignidad del ser humano, que los religionistas son incapaces de entender. El poder que utiliza la iglesia para someter a las masas es la ignorancia.

Antecedente del sínodo niceno es uno -no reconocido oficialmente por la Iglesia católica- celebrado alrededor de 320 o 321 por gestión de Alejandro (250-326), obispo de Alejandría. Su propósito fue aunar esfuerzos teológicos para desacreditar a Arrio de Alejandría (256-336), cuestionante de la divinidad de Cristo y de la Trinidad, doctrina conocida como el "arrianismo". La confrontación entre Alejandro y Arrio llegó a oídos de Constantino. Dada su incipiente formación en cristianismo, el emperador no alcanzaba a comprender bien las consecuencias teológicas de la controversia. Es así como mediante una ingenua misiva que Osio de Córdoba (257-359) entrega a Alejandro en nombre de Constantino, "exige" conciliar sus diferencias con el de Libia. La misión fracasa. Osio convence a Constantino de convocar un concilio ecuménico.

A Nicea acuden trescientos eclesiásticos, la mayoría provenientes de oriente. Según era de esperarse, los asistentes forman dos grupos antagónicos. La ortodoxia fue encabezada por Alejandro y Osio. A Arrio se aliaron, por citar a los más representativos, los obispos Eusebio de Nicomedia (280-341) y Eusebio de Cesárea (263-339). Por presión -más política que teológica- terminó prevaleciendo el dogma defendido desde la sede política del imperio. Este está consagrado en el credo niceno, enmendado por el I Concilio de Constantinopla de 381, que en esencia es el vigente en nuestros días, al margen de que ha sido modificado por Roma a conveniencia. (O)