Del laboratorio a la geopolítica cuántica: el Nobel que nos obliga a repensar el futuro
Necesitamos que la alfabetización cuántica sea tan básica como hoy lo es la digital. Que los futuros ingenieros, economistas o comunicadores entiendan que el mundo dejó de ser binario.

El Premio Nobel de Física 2025 a John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis no solo celebra un hallazgo brillante. Confirma algo que llevo observando hace años: la computación cuántica dejó de ser ciencia ficción. Es geopolítica pura.

A finales de los ochenta, estos tres científicos construyeron en Berkeley un circuito diminuto —dos superconductores separados por una capa aislante— y observaron lo imposible: millones de electrones atravesando una barrera energética colectivamente, como si fueran uno solo.

El efecto túnel cuántico, que hasta entonces solo se veía en partículas individuales, ocurría a escala macroscópica. Ese experimento, que parecía pura curiosidad académica, terminó convirtiéndose en la base de los qubits superconductores que hoy usa IBM, Microsoft, Google y otras Tecnológicas líderes del mercado.

IBM, por su parte, promete su primer superordenador cuántico sin fallos para 2029. Lo que parecía un experimento de laboratorio se ha transformado en la infraestructura del futuro.

La carrera que define el siglo XXI

Estados Unidos destina casi $1.000 millones anuales a través de su National Quantum Initiative, con planes de llegar a $2.7 mil millones en cinco años.
Europa responde con su Quantum Flagship: €1.000 millones a diez años, que ya movilizó casi el doble en inversión privada. Y China, por supuesto, no se queda atrás: convirtió la computación cuántica en prioridad nacional, y su procesador Zuchongzhi 3.0 ya está disponible comercialmente.

El Boston Consulting Group proyecta que la computación cuántica generará entre $450 y $850 mil millones en valor económico global hacia 2040. Un mercado de proveedores de $90 a $170 mil millones se está construyendo mientras en nuestra región seguimos discutiendo si vale la pena invertir en ciencia básica.

En febrero de 2023, publiqué en esta revista una columna titulada "El potencial de la computación cuántica", en la que reflexionaba sobre el impacto que esta tecnología tendría en sectores como las finanzas, la energía, la inteligencia artificial y la ciberseguridad. En aquel momento, la discusión no giraba en torno a si la computación cuántica sería posible, sino a cómo su avance modificaría la estructura misma de las industrias y la competitividad global. Dos años después, el Nobel de Física 2025 no hace sino reafirmar esa realidad: la física cuántica dejó de ser un tema de laboratorio para convertirse en el nuevo lenguaje del poder tecnológico y económico.

Lo que América Latina no puede permitirse

La agencia FAPESP (São Paulo) lanzó una iniciativa con unos R$ 31 millones (≈ 5 millones de dólares) para promover tecnologías cuánticas, capacitar recursos humanos e impulsar liderazgo científico-tecnológico en Brasil. Existe un "Centro de Excelencia en Computación Cuántica" en Brasil, creado en asociación con Atos y SENAI CIMATEC, que aloja la Atos Quantum Learning Machine (un simulador potente de hasta 35 qubits) para explorar aplicaciones cuánticas. 

En Chile, el Ministerio de Ciencia ha creado una Comisión Asesora de Tecnologías Cuánticas, con líneas de investigación que incluyen computación cuántica, teoría de la información cuántica y entrelazamiento.

Buenas señales, pero aisladas. El problema no es que no tengamos el próximo superordenador (eso cuesta miles de millones). El problema es más profundo: seguimos formando profesionales para un mundo que ya no existe como si todo tuviera una única respuesta correcta, cuando el mundo —como la física cuántica— está lleno de posibilidades e incertidumbre. 

Algunas universidades ya dan pasos valiosos. La Facultad de Física de la Universidad Católica de Chile ha declarado su intención de "posicionarse como referente en computación cuántica a nivel nacional y sudamericano". En 2023 inauguró un área dedicada a esta disciplina. Universidad del Sinú Elías Bechara Zainúm (Colombia), participa en un proyecto para la construcción de la primera red cuántica local de Latinoamérica, con nodos en Brasil.

Pero siguen siendo islas. Necesitamos que la alfabetización cuántica sea tan básica como hoy lo es la digital. Que los futuros ingenieros, economistas o comunicadores entiendan que el mundo dejó de ser binario.

John Clarke reconoció "Nunca se me ocurrió que esta investigación podría ser la base de un Premio Nobel". Esa sorpresa habla del principio que siempre debe estar latente en la academia: muchas de las mayores innovaciones nacen de la curiosidad científica, no de la búsqueda inmediata de utilidad.

Invertimos menos de la mitad del promedio mundial en I+D. Pedimos a la ciencia que demuestre utilidad antes de financiarla. Pero así no funciona.
Los transistores, los láseres, el GPS, Internet... todo nació de investigaciones que parecían inútiles.

Si queremos participar en la economía cuántica, necesitamos políticas que financien ciencia de frontera sin exigir resultados trimestrales.
Fortalecer universidades, conectar investigación con industria, retener talento.
No son consignas, son condiciones de supervivencia.

El futuro cuántico ya está ocurriendo en distintas direcciones. En algunas estamos presentes; en otras, no. Dependerá de las decisiones que tomemos hoy —con acciones y presupuestos reales, no solo con discursos— en cuál de esos futuros terminaremos viviendo.

Y quizá esa sea la verdadera advertencia del Nobel: en la era cuántica, mirar también es actuar, ojalá sepamos hacerlo a tiempo. (O)