Se busca periodistas
El periodismo no desapareció. Se fue haciendo cada vez menos rentable, menos cómodo y menos viral. Mientras los medios tradicionales pierden músculo y los digitales pierden profundidad, algunos periodistas saltaron a la comunicación institucional, otros a la selva de las redes. Los más testarudos se quedaron, escribiendo en un mundo que a veces parece hecho para que nada quede escrito. Esta columna es para ellos porque si nadie incomoda, todos terminan cómodos con la mentira.

Cuando era niño, mi letra era tan mala que mis profesores no sabían si había respondido bien o no. En la libreta escribían "incompleto", aunque yo juraba que lo había puesto todo. Solo que nadie lo podía leer. Por un tiempo detesté escribir. Con los años entendí que no hacía falta tener buena letra para hacerse entender, sino encontrar las palabras adecuadas. Desde entonces, escribir se volvió mi manera de ordenar el caos. Hoy también es una forma de agradecer.

Por eso esta columna.
No para homenajear al periodista heroico de película.
Sino para saludar al periodista real, ese que escribe sabiendo que pocos leerán y que muchos preferirían que no lo haga.

El periodismo no se cayó de un día para otro, se fue arrinconando. Los reportajes se achicaron, los espacios de opinión se volvieron riesgosos y los editores empezaron a preguntar si vale la pena publicar algo que puede traer problemas. Lo que antes era crónica, ahora es resumen. Lo que era investigación, hoy es hilo de X. Lo que era oficio, hoy es obstinación con plazo fijo. Hay oficios para los que ya no se publica ni oferta ni demanda. Pero si la hubiera, el anuncio diría algo así:

"Saber escribir, aunque ya casi nadie quiera leer. Saber investigar, aunque el algoritmo premie lo contrario. Tener vocación, aunque no venga con facilidades. Tacto quirúrgico para molestar sin desaparecer. Y si se puede, dominar el arte de informar sin parecer parcial y de molestar sin sonar activista. Beneficios: La certeza de que, si usted no cuenta lo que pasa, nadie más lo hará".

En los últimos años, muchos periodistas buscaron refugio en la comunicación institucional y no se los puede culpar. Allí los comunicados no se corrigen tanto, los entrevistados no cuelgan el teléfono y el sueldo llega con más ceros. La noticia no es si algo ocurrió, sino cómo hacerlo ver bien. Ya no se trata de contar lo que pasa, sino de administrar lo que se dice. Es otra forma de escribir, sin duda. Una más segura, pero también más silenciosa.

Otros se mudaron al mundo digital, donde la libertad es grande pero el presupuesto es breve. Donde el tráfico manda, los clics definen prioridades y la indignación vende más que la precisión. En ese ecosistema, la verdad compite con la viralidad y suele perder. Las investigaciones largas se resumen en carruseles de Instagram. Los datos, si no caben en un breve video de Tiktok, caducan antes de ser entendidos.

Mientras tanto, los influencers ganan terreno por entretener sin cuestionar. Su principal fuente es su opinión y su estilo editorial, el algoritmo. A veces disfrazan de "contenido" lo que es publicidad; otras, disfrazan de opinión lo que es desconocimiento. Y aunque muchos digan que son la "nueva prensa", lo cierto es que un anillo de luz no reemplaza a una sala de redacción.

La inteligencia artificial tampoco es periodista. Puede escribir titulares, sí. Puede parafrasear, corregir, traducir. Pero no pregunta, ni duda, no investiga, ni cruza fuentes. Repite y reorganiza lo que ya existe. En un mundo donde la verdad necesita ser excavada, la IA solo rastrilla la superficie.

Según la UNESCO, cada cuatro días muere un periodista en el mundo. Y, Reuters Institute afirma que apenas el 40 % de las personas confía en los medios. La paradoja es que el oficio sigue siendo indispensable, aunque cada vez más incómodo y solitario.

En muchas redacciones el debate gira en torno a si vale la pena publicar algo, mientras la autocensura se anticipa. Hay zonas donde informar exige negociar  y en algunos casos, lo que no se dice también cuenta. 

Aun así, ahí están. Escribiendo. Preguntando. Contando. Cuando el periodismo desaparece también los límites y las huellas. Sin él, tampoco hay democracia. 

Así que sí, se busca periodistas que no teman a volver a ser el check and balance del poder, a buscar la certeza en la era de la posverdad y a encontrar su lugar en un mundo que cada vez más los rechaza. Una incómoda especie que elige contar lo que otros prefieren callar. (O)