El entorno ecuatoriano mantiene un panorama económico y social complejo, con una presión creciente hacia la digitalización, la diversificación productiva y la innovación en sectores estratégicos. En este contexto, el mercado de posgrados se estima en cientos de millones de dólares anuales y sigue en expansión. Otros datos indican que alrededor del 20% de los programas de maestrías se enfocan en negocios, y un 60 % de los graduados logra acceder a posiciones de mayor responsabilidad en su primer año. La lectura indica que el mercado crece, pero los retos en relevancia y empleabilidad persisten.
La educación empresarial (programas no titulados en áreas de negocios) también crece y sin duda, la profesionalización es una condición indispensable para la innovación de los negocios. El QS Graduate Employability Rankings revela que las universidades mejor posicionadas son aquellas que integran estrechamente su oferta con empleadores, generan redes profesionales sólidas y miden los resultados de inserción laboral. Esto demuestra que no basta con multiplicar programas; la educación debe alinearse con las necesidades reales del mercado, garantizando calidad, relevancia y aplicabilidad.
El Future of Jobs Report 2025 del World Economic Forum (WEF) advierte que cerca del 40% de las competencias clave cambiarán hacia 2030, impulsadas por la automatización, la inteligencia artificial y la transición hacia la digitalización y la sostenibilidad. Para el portafolio de posgrados en nuestro medio, esta es una señal de alerta: los programas deben evolucionar hacia contenidos actualizados, modelos flexibles, híbridos y centrados en el talento, o corremos el riesgo de quedar fuera del radar internacional... y del local.
Existen ejemplos que ilustran cómo la educación puede integrarse al ADN corporativo. Las universidades corporativas (como McDonald's o Disney University), demuestran que la formación es parte esencial de la estrategia empresarial. Estas iniciativas priorizan la cultura, innovación y liderazgo, y dejan claro que la educación no solo responde a preferencias individuales, sino que fortalece industrias enteras. En Ecuador, urge repensar las alianzas empresa-universidad como espacios de co-creación de talento y proyectos, no como simples transacciones académicas.
El mercado local de maestrías en negocios refleja dinamismo, pero también fragilidad. Se estima que solo el 10% de los profesores publica en revistas internacionales y ninguna escuela ha alcanzado simultáneamente las acreditaciones más prestigiosas como AMBA, AACSB o EFMD. De acuerdo con reportes del SENESCYT, en 2024 alrededor del 50% de los estudiantes de maestría optó por programas extranjeros, en su mayoría virtuales. Este panorama revela la presión por competir más en precio y la necesidad de mayor diferenciación local.
De ahí surge una brecha visible: un segmento premium, enfocado en experiencias presenciales, internacionalización y aplicación práctica; y un segmento masivo, enfocado en costo, tiempo, rapidez y modalidad a distancia. Sin cuestionar la calidad o beneficios de cada opción, esta división expone un dilema entre negocio o transformación: ¿cómo conjugar la lógica de negocio con el propósito de formar competencias profesionales y humanas? En este punto, las acreditaciones internacionales deberían trascender el papel de trofeo comercial: son brújulas de calidad que establecen estándares de impacto, rigor académico y aprendizaje medible, además de poner la experiencia del estudiante en el centro.
Conviene recordar que la motivación para aprender y transferir del estudiante es el factor más decisivo para que las competencias adquiridas se traduzcan en resultados tangibles dentro de las empresas. Cuando esa motivación se combina con el respaldo estratégico de la organización y con el soporte académico de una universidad acreditada, el impacto se multiplica. Es entonces cuando la educación empresarial deja de ser un gasto y se convierte en una inversión estratégica que forma líderes capaces de innovar, crear empleo y generar valor para sus accionistas y su entorno.
La elección de una maestría o de cualquier programa de educación empresarial, por tanto, no debe tomarse a la ligera. Más allá de obtener un diploma, es fundamental evaluar el nivel de motivación personal y el para qué invertir en el esfuerzo, la sintonía con los intereses de la organización y la calidad de la oferta educativa. Solo con profesionales autogestionados, empresas comprometidas con el talento y universidades que innoven, el mercado local podrá trascender la lógica de acumular títulos y avanzar hacia proyectos empresariales que transformen la calidad de vida de la sociedad. (O)