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Río Yanuncay
Columnistas
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Cuando la enfermedad y la muerte llegan se pone a prueba la fortaleza del ser humano. Y ante el insoportable dolor las amistades de toda la vida son bálsamo y consuelo, traen alivio, curan el alma.

21 Abril de 2024 21.06

Cuando era niño las veía como las amigas y colegas profesoras de mi mamá. Ya en la adolescencia y entrando en la vida adulta me di cuenta de que eran hermanas que estaban en las buenas y en las malas, las mujeres en las que mi madre se apoyaba siempre. Y en los últimos veinte años fueron todas para una y una para todas, fueron las consejeras, fueron las amistades que juntas superaban obstáculos y dolores, que tejían lazos que hoy son infinitos, fueron sosiego, risas y alegría. Y fueron fundamentales en los últimos meses de vida de mi mamá, tal como hace 20, 30 o más años.

Yo me atrevo a describirlas como ángeles de carne y hueso, seres maravillosos que rezaron, lloraron y creyeron en que todo era posible porque ellas lo hacían posible. Desde el primer día en el que la salud de mi mamá se quebró, hace ocho meses, ellas estuvieron en el hospital, pendientes de ella, de mi hermana y de mí. Sus abrazos y sus palabras de ánimo nunca faltaron. Si algo necesitaba mi mamá, ya enferma, ellas lo resolvían, tal como en el pasado solucionaron cientos de problemas de sus alumnas, porque a más de amigas también fueron profesoras ejemplares.

Las recuerdo pensando ideas para apoyar a adolescentes que por estar embarazadas eran rechazadas en sus colegios. Pero ellas, amigas incondicionales, las acogieron, las apoyaron y se convirtieron en una suerte de hadas protectoras que vivían la inclusión y la equidad hace más de tres décadas. ¿Por qué una joven embarazada debía ser apartada y marcada de por vida? Para contrarrestar esa política educativa absurda e inhumana, ellas crearon un programa maravilloso para que esas adolescentes continuaran con sus estudios, se graduaran y salgan adelante. Dieron y siguen dando ejemplo.

Cuando alguna de ellas atravesaba algún problema personal, alguna complicación con sus familias, ellas formaban una red fuerte y segura, para curar penas y alegrar el alma y el corazón. Fueron y siguen siendo confidentes, solidarias, leales; fueron y son ese espacio para reflexionar y para hablar de todo, como solo se habla con esa alma gemela, con amor.

Pero también supieron disfrutar de la vida, se dieron esos gustos que reconfortan y elevan el espíritu. Recuerdo con mucha alegría las veces que mi mamá me contaba sobre el próximo viaje a la playa, a esa Olón que las rejuvenecía, a los tours por el extranjero en la que eran solo risas y anécdotas, recuerdos y paseos, brindis y promesas de nuevos paseos. El buen humor, el chiste inteligente es también característica de ellas.

Madres, abuelas, tías, hermanas, hijas, maestras de vida. Las amigas de mi mamá son una belleza, unos personajes que se ganaron hace mucho tiempo un buen lugar en mi corazón y allí estarán para siempre. Son el más grande ejemplo de que ante el insoportable dolor que traen la enfermedad y la muerte las amistades de toda la vida son bálsamo y consuelo, traen alivio y curan el alma.

Mi mamá falleció hace unos días. Fue una agonía de meses. Pensé que ese tiempo de enfermedad sería una especie de preparación para el desenlace triste que ya nos habían anticipado los médicos. Sin embargo, el dolor por su ausencia es indescriptible y no sé cuánto durará (me han dicho que es para siempre). Y aquí estoy honrando su memoria, recordando nuestras últimas conversaciones, revisando los últimos mensajes que nos escribimos y las fotos que me envió y que le envié. Aquí estoy recordando mi niñez junto a ella, las vacaciones en Yunguilla, en la playa y en Quito, los consejos que recibí en el colegio y en la universidad, su preocupación de que sea un buen profesional, una buena persona. Aquí estoy recordando las ganas que tenía de ser abuela y la felicidad enorme cuando supo que su primer nieto estaba en camino; luego llegaron tres nietas, sus princesas. Aquí estoy, llorando mucho, como un niño.

Y en esas memorias siempre hay espacio para ellas, para 'Las Preciosas' como algún día se bautizaron de manera jocosa y cierta. Ellas son la Loly, la Magui, la Sonia, la Rebe, la Marthita, la Tochita, la Mati, la Caty, la Enmita. Sin ustedes mi mamá no hubiera disfrutado buena parte de su vida, tal como lo hizo. Ustedes son la prueba de que la amistad trasciende en el tiempo, de que la amistad es infinita. ¡Gracias por estar siempre!

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