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Una factura de US$ 2.107 millones recibió la capital del Ecuador para alzar, o en este caso 'bajar', la obra de infraestructura más cara en la historia de la 'Carita de Dios' (US$ 95,7 millones por cada 22 kilómetros de extensión). ¿Valió la pena la cuantiosa inversión? Esta fue mi experiencia.

03 Diciembre de 2023 19.48

A pata inicié mi recorrido hasta la estación 'La Pradera', uno de los 15 huecos de topo que se cavaron en la urbe para conectar el sur con el norte y viceversa. Curiosas miradas de peatones se quedaban en eso, mientras otros pocos se adentraban verticalmente por las escalinatas. Y un: ¡viva el Aucas! se impregnaba en sus paredes amarillezcas y rojizas. Hasta que llegamos al primer bloqueo, puertas manuales cortaban el flujo de tránsito peatonal en pleno siglo XXI. 

Y como 'un hombre prevenido vale por dos', antes de adentrarme en esta aventura me registré en la página del metro para recibir la experiencia del ciudadano VIP. Para los one way viajeros un código QR y para los nómadas consuetudinarios una tarjeta azul estampada con el escudo de la ciudad. Primer escáner: negativo; segundo intento: negativo; y la ley universal de 'la tercera es la vencida' dio sus frutos para pasar los filtros de seguridad. Infructuosamente probamos la misma tarjeta en una tercera persona, pero como trámite burocrático, se anunciaba que el traslado es personal, intransferible e irrenunciable. 

Tarjeta Metro Quito
Tarjeta Metro Quito

A la derecha el sur y a la izquierda el norte, destino final: La Feria Internacional del Libro en la estación 'El Labrador'. Unas gradas más, unas barras de señal menos y arribamos al andén, repleto de curiosos suicidas que se volvían a formar al estilo militar después de escuchar el autoritario silbato. Esperamos expectantes la llegada del ferrocarril que no se anunciaba en ninguna pantalla, pero que en pocos minutos asomó. Primero, dos ojos felinos se despertaron en la oscuridad cilíndrica del túnel, hasta que sus puertas se detuvieron frente a nosotros. 

Dentro de los usuarios se libraba una batalla campal entre la viveza criolla y el deber cívico de la educación. Callados, sentados y parados nos recibieron los compañeros trotamundos que acumulaban unas paradas más de experiencia. Una voz muda balbuceaba directrices, las puertas se cerraron y la conductora piso el acelerador. Curvilíneo traslado seguía el flexible tren. Un minuto más: "La Carolina", conocidos extraños bajaban y subían los extraños desconocidos; otro minuto más: "Iñaquito", luego "Jipijapa"; el destino se acercaba y la temperatura en el ambiente aumentaba. 

Otra orden y todos bajamos obedientes donde empieza y termina el círculo infinito de la maquinaria móvil. Orgulloso viajero vi la extensa fila de los amateurs que empezaban su aventura donde terminé la mía. Elogios y críticas llenaban el ambiente: "todo muy limpio", "ojalá dure la seguridad", "esperemos que no dañen", "que hermoso el viaje". 

Ascendiendo por las escaleras eléctricas, recién activadas, fui testigo de la magnitud del proyecto. Un sistema de venas que está bombeando sangre poco a poco. Arterias que siguen cerradas abrirán paso a una circulación masiva de órganos, extremidades y más. Desde el primero de diciembre, Quito se convirtió en un cuerpo que está aprendiendo a caminar con sus propios pies. Vibrantes estaciones pronostican el buen uso del espacio público como nunca lo hemos experimentado. 

Mi consejo: estacionen el auto, saquen su tarjeta de metro y aprópiense de la ciudad. Como en los grandes avances, reconquistaremos el espacio perdido de los peatones o como lo diría Víctor Jara, poco a poco recuperaremos: "El derecho de vivir en paz". (O)

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