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Estoy convencido de que aún estamos a tiempo para cambiar la realidad de este país admirado por sus regiones naturales, por su biodiversidad, por la calidad y calidez de sus habitantes, por ser un laboratorio para los negocios, por su capacidad para emprender y por miles de otras razones.

14 Agosto de 2023 08.44

En agosto de 2017, un grupo de periodistas de México, Honduras, Cuba, Bolivia y Ecuador asistió a un taller de comunicación digital en San Diego, Estados Unidos, organizado por el Departamento de Estado de EE.UU. Durante cinco días se habló de géneros periodísticos, redes sociales, tecnología aplicada en los procesos periodísticos y otros temas vinculados a lo que Gabriel García Márquez llamó una vez el oficio más lindo del mundo.

Durante cinco días los asistentes conversamos, compartimos anécdotas e historias, nos interesamos por el periodismo de esos cinco países que comparten una serie de condiciones a la hora de reportear y contar historias que trascienden. Muchas de estas historias estaban marcadas por la violencia, las amenazas de muerte, la corrupción y los riesgos que afrontan los periodistas en su día a día.

En el segundo día del taller, los asistentes cruzamos la frontera y llegamos hasta Tijuana, México. Estábamos en una ciudad grande: mitad estadounidense, mitad latinoamericana, marcada por los extremos. Por un lado estaban los grandes malls, los vehículos SUV de alta gama, restaurantes de primera, grandes autopistas, etc. Pero también vimos ese México azotado por los grupos narcos, barrios humildes y gente sencilla que vive y sobrevive una de las 10 ciudades más violentas del mundo, según reportes de institutos como el Centro Mexicano de Relaciones Internacionales o el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de México.

En esa visita participamos de un conversatorio en una de las universidades de Tijuana. El tema, no podía ser otro, era la violencia que vivía esta ciudad fronteriza que está a menos de 40 minutos por tierra de San Diego. En ese foro nos enteramos de que el número de víctimas mortales por actos violentos estaba por llegar a los mil y que en ese agosto caluroso ya se había superado el número de personas asesinadas en el 2016. En ese momento un colega mexicano 'celebró' el dato y dijo algo como: "¡muy bien, ya superamos la marca!".

Los periodistas que no éramos de México nos mirábamos unos a otros sorprendidos y no entendíamos la razón de esa celebración. Estábamos intrigados, intentábamos entender el porqué de esa reacción. Entonces preguntamos: ¿por qué celebraban el incremento del número de víctimas de la violencia? El silencio se impuso durante unos segundos, hasta que el antropólogo que dirigía el conversatorio respondió con una frase que nos dejó aún más desconcertados: "El mexicano ha naturalizado la violencia y la mira como algo del día a día".

Esa respuesta, fría y certera, fue reveladora y premonitoria. Los colegas ecuatorianos regresamos de ese taller con una pregunta ¿cuándo será que los ecuatorianos naturalizaremos la violencia, tal como los amigos mexicanos?. La pregunta estuvo latente durante algunos años y queríamos creer que pasaría mucho tiempo antes de que empecemos a acostumbrarnos a los casos de sicariato, a los asesinatos en calles, al poder de los grupos narcos que dirigen a su gente desde la cárcel, a la inacción y la corrupción de las autoridades.

Esos días llegaron al país. El 2022 fue  el año más violento de la historia del Ecuador; el país registra 40 homicidios por cada 100.000 habitantes y el 64% de la población se siente insegura. Son tres datos tan contundentes como duros y atemorizantes.

El asesinato de un candidato presidencial es parte de esa realidad que nos tiene a todos perplejos, en shock, descorazonados e intimidados. ¿Nos hemos acostumbrado a la violencia? ¿Hemos naturalizado los crímenes? ¿Hemos perdido la capacidad de asombro? No, no y no. 

Estoy seguro de que la mayoría de los ecuatorianos creemos y queremos que esta pesadilla acabe; estoy convencido de que aún estamos a tiempo para cambiar la realidad de este país admirado por sus regiones naturales, por su biodiversidad, por la calidad y calidez de sus habitantes, por ser un laboratorio para los negocios, por su capacidad para emprender y por miles de otras razones.

El Ecuador pasa por un momento decisivo y solo nosotros, los que amamos a este país, somos los responsables de que el país vuelva a brillar. No es fácil y suena a utopía, pero si no es ahora, ¿cuándo? (O)

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