Populismo contra instituciones
La democracia, por eso, es educación, racionalidad y lectura de la historia. Pero, de verdad ¿queremos instituciones?

Al populismo no le interesan las instituciones. Al contrario, le estorban, entorpecen el ejercicio del poder del caudillo y su grupo, condicionan sus decisiones, someten a sus caprichos la racionalidad de un sistema legal que protege los derechos y hace posible el ejercicio de las libertades. Por eso, uno de los resultados que deja ese atajo a la democracia y al Estado de Derecho que es el populismo, es la destrucción de las instituciones, y su transformación en una gran mascarada que encubre la voluntad de poder.

I.- Las instituciones sistematizan el ejercicio de la voluntad de poder. -    Al populismo no le convienen las instituciones, porque ellas sistematizan y crean canales constantes e invariables para que la voluntad de poder se someta a protocolos jurídicos, para que el ímpetu de los caprichos personales se racionalice a través de reglas, limitaciones y responsabilidades.

El populismo nace, vive y prospera en el caos institucional, en el cual el único referente es la decisión del caudillo y las consignas del grupo dominante, de allí que su primera tarea sea “reformar las instituciones”, dotarlas de rostro revolucionario, cambiar nombres y funciones, concentrar el poder y eliminar estorbos. Para ello, se apela a los plenos poderes ya sea del caudillo o de entidades títeres, como las Asambleas Constituyentes, cuyo principal encargo es hacer un traje a la medida, un dibujo de legalidad aparente que encubra y legitime la voluntad de poder.

II.- Las instituciones reparten las competencias. - Una de las expresiones republicanas clásicas es la división efectiva de las funciones del Estado. Esto tiene relación directa con el reparto de competencias, el fraccionamiento del poder, y la exigencia de sistemas efectivos de equilibrio y control. El populismo, al contrario, responde al principio del poder total, de las potestades estructuradas en beneficio del caudillo, del dominio sobre la legislatura, los jueces y los organismos de control. De allí que la jefatura se ejerza bajo la convicción de que “el líder tiene derecho” a definir la suerte de la República, y con la idea de que las competencias institucionales son concesiones graciosas del Ejecutivo a las demás funciones, que la prensa y los medios de comunicación son servicios públicos que se concesionan y revocan al buen saber y entender del gobernante, y que el encargo del poder no es transitorio, sino perpetuo.

III.- Las instituciones exigen racionalidad política.- Las instituciones son  construcciones sociales y culturales muy complejas, resultado, en parte, de los valores y de la introducción de un grado razonable de racionalidad en la política, que conduce a admitir las limitaciones, aceptar que los recursos son escasos, que las cosas tienen precio y costo, y que la pura emoción genera expectativas fallidas, frustraciones y engaños, y que todo ello, en último término,  conduce al colapso de los países. El populismo, en contraste, es el atajo que explota las emociones, exaspera los resentimientos, desprecia la economía e instrumentaliza el paternalismo, los subsidios y la “justicia del reparto”. 

La irracionalidad del populismo explica el recurso al endeudamiento, el gasto desbordado y el odio al ahorro, la previsión y la prudencia. Esa irracionalidad se mueve cómodamente entre la propaganda, el discurso, la dádiva, la corrupción y el ataque al enemigo.

IV.- Las instituciones organizan las relaciones entre los ciudadanos y el Estado. - Las instituciones, al limitar la emotividad política, crean sistemas objetivos de relación constante entre los ciudadanos y el Estado, sistematizan el empleo de reglas jurídicas que organizan las demandas sociales y las despojan de sus componentes primarios. En eso consiste la legalidad. El populismo, en cambio, recurre sistemáticamente al discurso, canal típico y directo de las relaciones populistas con el pueblo, y constituido, en buena parte, por la apelación a la venganza social, a la explotación de las frustraciones, por la actitud paternalista y los actos de masas. De allí que la propaganda, las redes sociales y la televisión se hayan convertido en herramientas claves en las relaciones entre el caudillo y su clientela. En el populismo no existe intermediación institucional alguna.

V.- Las instituciones limitan el poder y determinan responsabilidades. - Como las instituciones estructuran el poder bajo preceptos de racionalidad política, el resultado es la limitación al poder, la determinación objetiva de áreas concretas de competencia, la necesidad de contar con las demás funciones del Estado, y especialmente, la sujeción a las normas. El sistema jurídico que expresa los valores institucionales de mejor forma es el Estado Liberal de Derecho, porque sus principios fundamentales apuntan al sometimiento del poder a la Ley, o imperio de la ley, al principio de limitación, a la vigencia de la legalidad y la responsabilidad, y a la articulación racional de las potestades públicas en torno al respeto a los derechos subjetivos de las personas.

VI.- Los efectos sobre las instituciones. - Parecería extraño que exista una opción política, o un atajo más bien, que, tanto en el discurso como en la práctica, desarme las instituciones, descalifique al Estado de Derecho, concentre el poder, invente enemigos internos y externos, como lo hace el populismo, que, por lo demás, se disfraza con la ideología que más le acomoda. Existe ese método de devaluación institucional, y ese es el populismo.

La reconstrucción de un sistema institucional inspirado en los principios republicanos es el desafío que queda cuando el populismo se ausenta. Y queda la necesidad de una pedagogía para la gente y sobre la gente, que impida que semejante escenario se repita. La democracia, por eso, es educación, racionalidad y lectura de la historia. Pero, de verdad ¿queremos instituciones? (O)