El running está de moda, y no es difícil entender por qué. Cada vez más personas se suman a los clubes, se colocan los zapatos y salen a recorrer parques y calles, respirando aire fresco y sumando kilómetros. Pero seamos honestos, no todos lo hacen únicamente por salud o por deporte. Muchos se acercan a estas comunidades también por la parte social, para conocer gente nueva, compartir experiencias... y sí, en algunos casos, con la esperanza de encontrar a alguien especial. Algunos lo buscan de manera ligera, otros con la intención de algo más serio, y eso no tiene nada de malo; simplemente refleja cómo vivimos hoy, en una época de relaciones más flexibles y compromisos distintos a los de antes. En este sentido, los espacios deportivos se han transformado en un punto de encuentro entre entrenamiento y vida social, donde cada persona encuentra, o al menos intenta encontrar, lo que realmente busca.
Ahora bien, hay un costado del running que pocos dicen en voz alta. A veces, parece menos un deporte y más una pasarela. No siempre es pasión por correr; a veces es la vitrina perfecta para lucir los últimos zapatos, el reloj con GPS o esa foto del kilómetro 10 que termina en Instagram con más filtros que sudor. Y no falta el corredor que parece correr más para impresionar que por disfrutar realmente la carrera.
Y aquí vale la pena detenerse un segundo y hacerse la pregunta incómoda: ¿por qué corres realmente? ¿Lo haces porque disfrutas del movimiento, porque quieres mejorar tu salud o porque amas la sensación de superar tus propios límites? ¿O corres más bien para impresionar a otros, para ganar likes, para destacar en redes sociales, o porque alguien más lo espera de ti? Quizás también lo haces con la ilusión de conocer pareja, y eso tampoco está mal.
El verdadero reto es ser honesto contigo mismo. Muchos cruzan la meta con la sonrisa perfecta... pero si preguntas '¿cómo te sentiste? ¿cómo fue tu preparación?', descubres que en realidad solo corrieron, sin tener claro ni su programación ni su proceso.
Aclaro algo importante, no lo digo porque me pase a mí ni porque esté buscando algo en particular. Hablo de lo que observo a mi alrededor, de lo que se conversa entre corredores y de lo que se percibe en estos grupos. Es parte de la realidad, y no deja de ser gracioso cómo, entre paso y paso, también se cruzan vanidades, expectativas y hasta pequeñas historias de romance.
Por supuesto, más allá de la moda y lo social, no podemos olvidar lo esencial, cada corredor tiene su propio ritmo y su propio camino. Compararse con los demás puede ser desmotivador o incluso riesgoso. Escuchar al cuerpo, avanzar con paciencia y disfrutar cada paso es fundamental. El running es un deporte de alto impacto, y requiere cuidado, no se trata de correr todos los días ni de lanzarse de inmediato a distancias extremas. El descanso y la progresión gradual son parte esencial del entrenamiento, y contar con guía o acompañamiento puede marcar la diferencia entre una experiencia positiva y una lesión.
Y si correr no es lo tuyo, tampoco pasa nada. La natación, por ejemplo, es un deporte completo, hermoso y de bajo impacto, que fortalece el cuerpo, relaja la mente y ofrece una manera distinta de mantenerse activo. Alternar disciplinas, de hecho, puede ser una forma maravillosa de motivarse y de cuidar el cuerpo, descubriendo que hay muchas maneras de disfrutar del movimiento y de la vida saludable.
Al final, el deporte es mucho más que ejercicio. Es salud, sí, pero también motivación, diversión y hasta un espacio social donde algunos encuentran amistad, otros un romance pasajero o quizá algo serio y otros simplemente un momento de desconexión personal. Lo importante es hacerlo con responsabilidad, respetando los propios límites y, sobre todo, disfrutando del camino.
El verdadero logro no está solo en los kilómetros recorridos, sino en comprender por qué o para qué corremos, vivir, sentir el proceso y encontrar nuestro propio ritmo, tanto en el deporte como en la vida. (O)