La sostenibilidad está en boca de todos. ¡Genial! Pero ¿qué mismo es? Pregunta importante a la que vale la pena encontrarle la respuesta correcta si queremos ir hacia la sostenibilidad. Caso contrario, no sabemos a dónde vamos y así difícilmente llegaremos. Dicho sea de paso, si bien es importante saber de sostenibilidad, también hay que actuar en conformidad, y siempre recordando que la acción sin saber es inútil y el saber sin acción es vano.
Los entendidos en la materia le dirán que el origen oficial del concepto de “sostenibilidad” es el informe Brundtland de 1989 para las Naciones Unidas, titulado “Nuestro Futuro Común”, y que sirvió de base para los debates en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992. Otros dirán que fue en realidad el Profesor Ernst Friedrich Schumacher quien acuñó el concepto en su obra de 1973 titulada “Lo pequeño es hermoso”. Todos tendrían razón, sin embargo y sin ánimo de desmerecer, el principio de la sostenibilidad, en mi opinión, es mucho más antiguo y se ha repetido de boca en boca a lo largo de la historia de una forma u otra. Se resume en lo siguiente: dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos.
Profundicemos. En sostenibilidad, podemos distinguir dos niveles: uno macro y uno micro. En el nivel macro, la sostenibilidad es un estado de la sociedad en el que su existencia y respectivos modos de vida permiten que las generaciones futuras gocen, al menos, del mismo nivel de vida que la generación actual. En el nivel micro, la sostenibilidad es una regla de comportamiento de acuerdo con la cual, ya sea como particular, empresa o estado, el individuo contribuye al logro del estado sostenible de la sociedad. Tomando en cuenta esta definición en dos niveles, y considerando que nuestra existencia y modo de vida están construidos sobre una infinidad de interdependencias, ya entenderá usted que ser sostenible es imposible a nivel individual. La sostenibilidad se alcanza de manera colectiva, mientras que los individuos pueden contribuir o no hacia su logro.
Aquí podemos hacer un punto de orden. Si del uno al diez usted me pone diez en la escala de la filatiquería, entonces le pido paciencia porque se pone peor. Además de teórico y abstracto, me voy a poner empalagoso ya que me citaré a mí mismo. Si esto es muy insoportable para usted, querido lector, le excuso de acabar con la lectura de lo que sigue. Tan solo le pido que quede con lo dicho en estos primeros párrafos.
Para entender el concepto de sostenibilidad hay que entender el concepto de impacto. En sostenibilidad, todo se mide en términos de impacto, de la misma manera que en las finanzas ecuatorianas todo se mide en términos de dólares. Los entendidos en la materia separan tres categorías de impacto: económicos, ambientales y sociales. Estos pueden ser positivos o negativos para la sociedad. Cuando algún filático como yo le diga “triple impacto” o “los tres pilares de la sostenibilidad”, sepa que está hablando de las tres categorías que le he mencionado.
Se estará preguntando, ¿de dónde salen estos famosos impactos? Pues de las leyes naturales de nuestro universo, de la tercera ley de Newton para ser exacto y cargoso: toda acción genera una reacción. Cada acción de nuestro cotidiano (a lo que me refiero cuando hablo de la “existencia y los respectivos modos de vida” de nuestra sociedad), desde empezar con un emprendimiento, irse de viaje a Miami e incluso comerse un chicle, genera un impacto. Para comerse un chicle, toda una cadena de actores debe movilizar recursos, capital y trabajo a lo largo de una serie de procesos agrícolas, industriales y logísticos; cada uno de esos procesos genera costos, empleo, emite gases de efecto invernadero, utiliza agua, tierra, etc. ya me entiende. Me dirá usted entonces que, con o sin chicle, desde que hay humanos ha habido impactos humanos y que entonces ¿cuál es el problema? La cuestión es que, durante la mayor parte de nuestra historia, los impactos que generábamos eran absorbidos por ciclos naturales, resultando así marginales a la escala del planeta. Eso se acabó. Hoy vivimos en una época que la comunidad científica está empezando a llamar el “Antropoceno” debido a que los humanos estamos generando impactos significativos sobre la geología, el clima y los ecosistemas planetarios; y esos impactos hoy están poniendo en riesgo las generaciones futuras. Eso es, querido lector, el meollo del asunto.
Por último, debemos hablar de evaluación. El camino hacia la sostenibilidad es uno que se mide. ¿Cómo? Hay varias herramientas que se han ido desarrollando para poder medir la sostenibilidad, léase los impactos de las cosas: análisis de costo-beneficio, análisis de ciclo de vida, análisis social del ciclo de vida. Independientemente de la herramienta, los pasos son más o menos los mismos. Primero, se define el objeto de estudio: una empresa, un producto, un proyecto, política pública, etc. Segundo, se hace un inventario de los impactos asociados a ese objeto de estudio. Tercero, se recogen los datos y se cuantifican los impactos. Cuarto, se concluye sobre cómo minimizar los impactos negativos y maximizar los positivos. En general, la evaluación de la sostenibilidad es relativa: relativa a un caso base (por ejemplo, una empresa que evalúa sus impactos actuales con respecto a sus impactos iniciales) o relativa entre alternativas (por ejemplo, un producto A con respecto a un producto B). El objetivo final de la evaluación es permitir la toma de decisiones que nos lleven hacia la sostenibilidad, léase menos impactos negativos y más positivos.
La sostenibilidad está en boca de todos. ¡Genial! Ahora, a seguir actuando y a acelerar, porque de lo dicho al hecho hay un buen trecho. No hay mucho tiempo y todos debemos contribuir. (O)