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Aunque hay varias teorías científicas y económicas que explican cómo se da el proceso de determinación de los precios de los productos, como las del ajuste libre del mercado o las premisas y fórmulas que se detallan en los planes de negocio, para mí, a veces, siento que todo se trata de cómo le parece al dueño de los medios de producción.

12 Abril de 2023 20.03

La semana pasada acompañé a mi papá a ver a alguien que (adivina adivinador) es su papá, pero no es mi abuelo... sí, Papá Aucas. No tenía mucha esperanza de un holgadamente feliz triunfo. Ni de uno fit, para ser sinceros. Estrenarse en Copa Libertadores y con el campeón y monstruo Flamengo, no daba mucho espacio para soñar, si acaso en arañar una pérdida decorosa y sin mucha goleada. Quien diga lo contrario, miente por cada diente. Ni el más optimista hincha expetrolero pudo imaginarse una victoria, como sucedió finalmente la mojada tarde-noche del 5 de abril de 2023, en que hacía frío y estaba lejos de casa. Pero no es mi intención reflexionar sobre el partido en sí, sino sobre un hecho económico que se da en todas partes donde se cuezan habas y que siempre resulta muy curioso: la definición del precio de un producto. 

Hace algunos años, cuando me las daba de trail runner, estuve en la búsqueda de unos zapatos especiales para la faena. Encontré en una tienda de Quito, de cuyo nombre no quiero acordarme, el costo de unos perfectos Salomon III, en un increíble tono amarillo con negro, que, en realidad, no obstante mi columna de entonces "El Fashion Tip de los Jueves", era lo de menor importancia a la hora de equiparme. "PVP: US$ 105", marcaba la etiqueta. Como estaba a pocos días de una de las famosas noches de descuento navideñas, esperé con auquista esperanza que ese valor se redujera. Cuál fue mi sorpresa que al ir a la tienda de la misma marca, en otro centro comercial, estaba en vitrina un par idéntico con un letrero del 25 % de descuento. En mi cabeza, hice los cálculos y me dije que me ahorraría unos US$ 26. ¡Oh sorpresa! Debajo de ese letrero de descuento estaba desglosado el beneficio: Antes: US$ 130 - Hoy: US$ 105. Por Diosito santo que pasó tal como les digo. Nunca más he vuelto a una temporada de descuentos, al menos en esa tienda.

Así que, este es el pie para que comprendan lo vivido, entre perplejidad, risa y reflexión, en la Caldera del Sur. Primero, tras dejar el auto en el parqueadero, nos dirigimos papá -el Manuel, no el Aucas-  y yo, a la entrada del estadio. Había un sol sacado brillo que nos recibía y el clima no mostraba el menor síntoma de ser un aguafiestas. Incluso, dejamos con veraniego optimismo los ponchos impermeables en la casa. Así que durante el recorrido hacia el escenario, ignoramos a los ávidos vendedores informales que nos gritaban a toda adrenalina: "A ver los plásticos, sheve los plásticos". ¿A cuánto? A solo "dos dólar", cada uno. Entramos, empezó el partido y, como diría el inefable youtuber Jorge Pinarello, del canal Te lo Resumo, "todo iba relativamente bien, hasta que empezó a ir relativamente mal". En poco más de 30 minutos, la lluvia apareció. Y, de la nada, también los "A ver los plásticos, sheve los plásticos". ¿A cuánto? A solo "tres dólar". Pero, pero, pero... Ya nada, compramos dos. Dale plata y que siga. ¡Y dale A, y dale A, y dale Aucas, dale A!

Y segundo, un auquista padre y una auquista hija que se ubicaron una grada más abajo de donde nosotros estábamos y que, al parecer, llegaban con la "leona" suelta. Él parecía que acababa de salir de su trabajo porque venía con terno y corbata, lo cual, quizás justificaba su impulso frenético por comprar unas empanadas de morocho. ¿A cuánto? A solo "dos dólar", decían los vendedores que zigzagueaban entre los aficionados. Su hija, sabia y cariñosa, detenía la voraz compulsión de su padre, explicándole que después de que empezara el segundo tiempo, el precio bajaría a US$ 1. Y así fue, a menor precio, embucharon calorías suficientes para gritar con toda el alma los goles de la "Culebra", la "Tuka", y lanzar impublicables epítetos a la banca visitante. De hecho, también les hubiera alcanzado para jugarse solitos el segundo tiempo.

Aunque hay varias teorías científicas y económicas que explican cómo se da el proceso de determinación de los precios de los productos, como las del ajuste libre del mercado o las premisas y fórmulas que se detallan en los planes de negocio, para mí, a veces, siento que todo se trata de cómo le parece al dueño de los medios de producción. Es todo un arte, diríamos. Eso quizás puede explicar el por qué, por ejemplo, un plato tradicional sencillo puede llegar a costar, por lo bajito, US$ 10, cuando, en apariencia, se trata de varios puñados de granos mezclados con algo de maicena o zapallo (cuando el cocinero es más generoso), una microscópica porción de bacalao y unos adornitos muy ricos, para qué, pero igualmente  económicos. "Ah, es que el trabajazo que cuesta hacerlo". De acuerdo. Pero, ¿en serio 10 dólar? No soy quién para deteminarlo, especialmente porque soy un cero a la izquierda en las exitosas maniobras de regateo, muy propias de ciertas almas elegidas, como mi madrecita, y tampoco soy #ElHombreAyala (uno de los ganadores de Masterchef) en la cocina. Y, porque, a fin de cuentas, mientras gane el Auquitas y haya fanesquita caliente, cualquier esquilmada bien vale la pena. (O)

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