Votar para no morir
Un estrellato inesperado. Los adultos mayores inundaron los centros de votación. No se resignaron al anonimato ni al olvido. Jugaron un papel estelar en las elecciones.

Son corrientes los estudios y los artículos sobre la situación catastrófica en que viven la mayoría de adultos mayores. Hablar de ellos ha sido siempre sinónimo de soledad y tristeza, abandono e ingratitud.

Esta vez -13 de abril- los viejos viraron la tortilla. Convirtieron al ejercicio del voto optativo en un proceso nuevo y sorpresivo. Veteranos de más de 65 años fueron apareciendo en las mesas de votación. Lentamente. Parsimoniosamente. Sostenidos por un brazo familiar.  Afirmados en bastones relucientes. Abrigados hasta las orejas.

No existen datos para cuantificar y dimensionar el peso del voto veterano. A pesar de ello -y aceptando que los adultos mayores han aumentado para el último censo- todos los analistas lo destacan, los noticieros lo publican y las redes se hacen eco. Este voto, sin duda, fue relevante en los resultados. Su testaruda decisión de no encerrarse disminuyó el ausentismo y los inclinó hacia la apuesta presidencial o en contra de la retórica correísta.

Noboa -pocas veces fino en sus estrategias de comunicación- está vez pegó centro. Identificó al actor preciso y desató una convocatoria sostenida a este sector casi invisible. Apeló a su papel de testigos de los anteriores gobiernos. Muchos habían vivido estos años con frustración y miedo. Les habló de recuperar la dignidad de su jubilación y sus pensiones. Los comprometió a actuar frente a los peligros que se vislumbraban con la opción contraria: aumento del narco, autoritarismo, desbarajuste económico, impunidad, culto a Maduro.  

El comentario a favor de nuestros viejos fue generalizado. Marcaron una nueva faceta que combina sensibilidad y protagonismo. Que se niega a permanecer en las sombras. Mostraron predisposición para emitir su palabra. Elevaron su voz en cuantas entrevistas o reportajes o encuestas se les acercaron. El ejemplar comportamiento no puede pasar desapercibido. Todo un símbolo y una lección. Una lección que trasciende las elecciones.

Reconocer ahora su protagonismo, no minimiza sus problemas. Su situación es lacerante y vergonzosa. Abandono y olvido rodean sus vidas. Soledad y enfermedad los acompañan a menudo. En ciertos sectores -a veces por carencias- todavía se acostumbra a sostener a los abuelos en casa. En ocasiones, como un bulto extraño, pero finalmente rodeado de familia. Tal vez quienes mejor los comprenden son los nietos. Los abuelos, con limitaciones, juegan un papel, aunque marginal en la estructura y decisiones de la familia. 

En sectores medios y altos se generaliza el ingreso a asilos o centros geriátricos. Lastimosamente, no siempre estas instituciones tienen la calidad y especialistas suficientes; funcionan en ocasiones como un negocio más. Sólo últimamente, se ha mejorado la regulación y control. En ellos, algunas familias "depositan" a los abuelos para librarse de compromisos, para lavar conciencias. Su tristeza solo ha cambiado de escenario. Una forma ruin y sofisticada de deshacerse de vidas llenas de sabiduría.  

Más allá de las fronteras

La dolorosa situación no es exclusiva del Ecuador. Se repite con diversa gravedad en todas partes, aún en países desarrollados. Resultan impactantes los casos referidos a Japón, publicados hace poco. En el gran país subsisten abuelos en total aislamiento, recluidos por carencias económicas, falta de compañía, miedo, depresión. Han llegado al extremo de morirse en soledad y permanecer muertos por semanas sin que nadie reclame por ellos. Solo el hedor ha movilizado a las autoridades a reconocer sus decesos.

En otra arista, el mismo Japón se jacta de dar trabajo a los adultos mayores, incluso mayores de 80. Y es cierto, es común verlos encorvados, casi siempre en labores de limpieza, en parques, trenes, buses, escuelas. La política de mantenerlos ocupados es elogiable. No lo es en cambio, las razones -casi siempre pensiones insuficientes-, la dureza de las jornadas, las condiciones de la actividad.   

Es momento de hacer un llamado a la sociedad para que revalore lo que está sucediendo con nuestros viejos queridos. El trato como a niños o enfermos o inútiles no corresponde. No ayuda, empequeñece, humilla. Precisan trato adulto, compañía, escucha, afectos, cercanía. Siguen siendo parte de nosotros. El alma de nosotros.

Es momento también de hacer un llamado a los propios adultos mayores. Para que no se dobleguen. Para que aprecien estos años dorados en los que se puede vivir con dignidad. Mantener un propósito y una ocupación resultan imprescindible. Al igual que desarrollar aficiones postergadas: leer, escribir, pintar.... Y como complemento indispensable, caminar mucho y conversar con los amigos y amigotes hasta agotarse.   (O)