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Cónclave. Fotos: Difusión
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Qué ver: Cónclave, la irresistible atracción entre el ojo y la cerradura

Matías Castro

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Luego de dirigir Sin novedad en el frente, el alemán Edward Berger entrega otra película en la que muestra sucesos poco conocidos en torno a un evento público y de impacto global

2 Mayo de 2025 07.17

Lo que ocurre a puertas cerradas debería quedar a puertas cerradas, salvo sus consecuencias. El proceso de elección de un Papa, que se inicia en estos días, es uno de los casos paradigmáticos de ese postulado. La película Cónclave, que además de mantenerse en algunos cines (todo un hecho a destacar en tiempos en los que las películas rotan semanalmente) y haber recibido ocho nominaciones al Óscar, ya se puede ver en Prime Video para comprobar lo que sucede a puertas cerradas. 

Siempre nos gustó espiar por el ojo de la cerradura, entrever lo que sucede al otro lado. Hace algunas décadas, un juego para los niños era apoyar un vaso contra la pared para usarlo como amplificador de lo que se hablaba al otro lado. En este caso, el ojo de la cerradura es bastante grande, una cámara de cine. Es una cerradura móvil que se traslada por todo el vaticano y, más que entrever, nos permite ver y oir.

La película comienza con la muerte del Papa y el proceso de organización del cónclave durante el que se elegirá a su sucesor en un recinto cerrado y cumpliendo una tradición y ritual de las que nosotros, el público, solo conocemos el célebre humo blanco. Los cardenales de todo el mundo se dan cita en el Vaticano para participar de este encuentro, presidido por el cardenal Lawrence (Ralph Fiennes), quien no quiere ser electo pero debe aceptar integrar la nómina de los candidatos. 

El hecho incidental, el disparador, está planteado, la muerte del Papa y el desafío del cardenal Lawrence. El mundo o pequeño universo en el que se desarrollará la trama también. Se trata de grandes salones en el vaticano que se bloquean con cortinas, donde no hay celulares ni señal; habitaciones en las que abunda el mármol, como si vivieran en un mausoleo fúnebre.

Las fuerzas en tensión aparecen. Lawrence, como un hombre justo, apesadumbrado y preocupado por una posible regresión de las políticas de la Iglesia. El cardenal Bellini (Stanley Tucci), un estadounidense bastante progresista que es el favorito de Lawrence. El cardenal Tedesco, nostálgico por tiempos más conservadores de la Iglesia. El cardenal canadiense Tremblay (el gran John Lithgow), moderado pero poco fiable. Y el cardenal nigeriano Joshua Adeyemi (Lucian Msmati), caracterizado por su homofobia. 

Si bien es un ambiente totalmente masculino, como cabe esperarse de una película con un planteo más o menos realista, hay mujeres. Monjas y personal de servicio. En eso, quien destaca es Isabella Rosellini, que interpreta a la hermana Agnes, quien tendrá un papel clave en ciertos momentos de la trama.

Cónclave. Fotos: Difusión
Cónclave. Fotos: Difusión

Todo esto constituye el inicio de la trama y el mundo en el que se desarrolla. Falta, según las reglas cinematográficas convencionales, el hecho disruptivo que altere ese mundo. Este hecho es la llegada sorpresiva del cardenal Vincent Benítez. ¿Quién es? Un arzobispo mexicano poco conocido que se desempeñaba en Afghanistan por razones misteriosas. ¿Por qué está allí? Porque el difunto Papa lo había nombrado cardenal y lo había invitado por una disposición in pectore. 

Ahí es donde aparece el gran gancho de Cónclave. No en el cardenal que llega de sorpresa, sino en el aspecto casi didáctico del asunto. El espectador se pregunta qué es eso de in pectore. Para la Iglesia Católica, es una decisión o documento papal secreta, habitualmente utilizado para casos como este. Así, como público, aprendemos que el Papa tiene la potestad de tomar decisiones privadas anticipando jugadas dentro de su futura sucesión. 

También aprendemos sobre los rituales que se siguen, los procedimientos, las formas de votación, el código de vestimenta, las conversaciones de pasillo, los dimes y diretes, la convivencia diaria en ese edificio de mármol que parece helado, el aislamiento y, muy a grandes rasgos, las pujas por el poder.

Esa podría ser la clave del éxito de la película pero no lo es. Las trampas o los dimes y diretes de los cardenales son parte de la tensión narrativa de la historia, proponen algunas vueltas de tuerca y sorpresas, pero no son el tema. El tema de la película, es la revelación de algo que sucede a escondidas, la oportunidad de mirar por el ojo de la cerradura.

Por cierto, en ese sentido explota una inquietud muy vieja. Se reflejaba en las intrigas palaciegas de novelas del siglo XIX. Se estableció como tema detectivesco en El misterio del cuarto amarillo, novela de Gastón Leroux. Aparecía, de alguna manera en películas como La zona de interés (ganadora de un Óscar el año pasado) y La caída, en la que acompañábamos a Hitler y su gente, encerrados en un búnker hacia su final. La idea de saber qué ocurre en un lugar sellado a cal y canto, donde se cocinan cuestiones dramáticas, sea asesinatos, conspiraciones políticas u otras operaciones, es atractiva. 

El periodista Mason Currey escribió un libro llamado Rituales cotidianos en el que recopila ritos costumbres, cábalas y excentricidades de decenas de figuras entre las que hay artistas, escritores, filófos, científicos y más. Es inevitable devorarlo, porque aunque no cuente cómo escribía Patricia Highsmith, explica sus manías. Es, en un sentido amplio, chisme y, por lo tanto, despierta una curiosidad tan irresistible como saber quién mató a una persona en un cuarto cerrado por dentro. Es el tipo de curiosidad que explota Cónclave, en clave de drama de intrigas.

Cónclave. Fotos: Difusión
Cónclave. Fotos: Difusión

El director alemán Edward Berger ya había explorado, en cierto sentido, esa misma inquietud por conocer algo que está fuera del alcance de la vista. Su película anterior había sido la adaptación de Sin novedad en el frente, por la que ganó un Óscar como mejor película extranjera. Durísima, es una de las pocas películas bélicas que, en lugar de convertir la guerra en un espectáculo cinematográfico, la muestran como algo horrible y carente de sentido. A la inversa de Cónclave, su protagonista está casi siempre al aire libre, sin ordenados rituales y en el medio del caos y la suciedad, pero padeciendo una vivencia que está habitualmente oculta a los ojos de la gente común. 

Cónclave no quiere ser escandalosa. No pretendió desatar la ola de indignación y curiosidad en torno la Iglesia y el Opus Dei que despertó El código Da Vinci. Cónclave es seria, ceremoniosa, discreta como los tejes y manejes entre los cardenales. Sería probablemente escandalosa si su historia comenzara con el hecho que se revela al final. También sería otra película. 

Lo que hay, entonces, es una película sólida, bien documentada y mejor actuada. Tiene suspenso, una historia sólida y todos los condimentos necesarios para mantener el interés durante dos horas alrededor de un proceso que ahora mismo está en la mira de una parte del planeta. La elección del Papa es un hecho noticioso en casi todo el mundo (probablemente no lo sea en Corea del Norte), de modo que hay millones de miradas dirigidas al Vaticano. Como en Gran Hermano, ya que el exterior ("el afuera" como dicen en el programa) está expectante y es modificado por lo que sucede adentro. La diferencia es que aquí los cardenales actúan en función de intereses que representan, de agrupaciones o tendencias, y no a título personal. La influencia del mundo exterior, de los tejidos del poder, no son parte del asunto. Porque todo empieza y termina dentro de esas grandes paredes de mármol.

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