Volvo Cars no es uno de los grandes jugadores de la industria automotriz. El año pasado entregó menos de 800.000 vehículos, una cifra lejos de las marcas más masivas. Sin embargo, cuando se trata de sostenibilidad, sus ambiciones son mucho más altas.
Además de avanzar con la electrificación de toda su gama, la compañía busca que sus fábricas sean neutrales en carbono y proyecta reducir el uso de agua en un 50 %. Para fines de esta década, el fabricante con sede en Gotemburgo, Suecia, quiere que el 35 % de los materiales que utiliza en la producción de cada auto provenga de contenido reciclado. Es una de las metas más exigentes del sector. El objetivo final: transformarse en una empresa totalmente circular para 2040.
"Aquí es donde vemos que podemos generar un impacto", afirmó Vanessa Butani, directora de sostenibilidad, quien hoy integra la lista de líderes en sostenibilidad de Forbes. "Puede que seamos pequeños, pero con nuestra ambición, nuestra trayectoria y sabiendo que esto es lo que nuestros clientes y nuestros grupos de interés esperan de nosotros, queremos liderar el camino".
Mientras la administración de Donald Trump intenta frenar con fuerza la transición hacia los vehículos eléctricos, flexibilizar las normas ambientales y sobre emisiones, y promover la idea de que el cambio climático no es tan preocupante como se le hizo creer a la sociedad estadounidense, la industria automotriz local atraviesa una crisis.
Esa mirada oficial contrasta con la fuerte competencia internacional. En Asia y Europa, los fabricantes buscan demostrar que están impulsando cambios concretos para reducir la contaminación de carbono y avanzar hacia modelos eléctricos. En ese contexto, y aunque es más chica que muchos de sus rivales, Volvo ya reestructura sus operaciones con velocidad.
Fundada hace casi un siglo, Volvo Cars —que no debe confundirse con su antigua casa matriz de camiones, AB Volvo— se convirtió en la principal marca europea de autos de Geely Holdings, el grupo chino que se la compró a Ford en 2010.
Además de su línea propia, también produce vehículos eléctricos de alto rendimiento en sus plantas para Polestar, su filial que también pertenece a Geely. Ambas marcas firmaron este mes una carta en la que instan a la Unión Europea a mantener firme el objetivo de 2035, que establece que todos los autos nuevos deberán ser eléctricos a partir de ese año.
La conexión con China resulta estratégica: es, por amplio margen, el mayor comprador de autos eléctricos en el mundo y se ubica como el segundo mercado más importante para Volvo Cars, detrás de Europa y por delante de Estados Unidos.
Desde 2021, la empresa modificó sus plantas de ensamblaje en Suecia y China para que sean neutras en carbono, con el biogás como principal fuente de energía. Un año después, anunció que su nueva fábrica en Eslovaquia, que abrirá el próximo año, también funcionará con energía libre de emisiones de carbono.
Además, incorporó el sistema de megacasting, una técnica de producción que reemplaza 100 piezas pequeñas por una única pieza grande de aluminio. Esto permite reducir tanto los costos como las emisiones dentro de la planta.
Sin embargo, su plan de reciclaje tal vez sea el más ambicioso. La compañía trabaja junto a la siderúrgica sueca SSAB para incorporar acero reciclado. Pero fabricar autos con una mayor proporción de materiales reciclados ya no es tan simple como décadas atrás, cuando los vehículos estaban hechos, en su mayoría, de acero, aluminio, vidrio y caucho. Hoy también integran grandes cantidades de plásticos, componentes electrónicos complejos y baterías de iones de litio.

La compañía viene avanzando, sobre todo con su nuevo vehículo eléctrico premium, el ES90, aunque todavía falta para alcanzar el objetivo del 35 %, reconoció Butani. "Estamos alcanzando un 29 % de aluminio reciclado en el ES90; un 18 % de acero reciclado y un 16 % de polímeros reciclados y materiales de origen biológico. Estamos cerca de lograrlo, pero es difícil", afirmó. "Nos dimos cuenta de que es difícil cuando se trata de baterías. Eso lo complica aún más".
El problema principal está en el suministro de materiales reciclados para baterías, especialmente el litio, que sigue siendo limitado, aunque crece de manera constante. Por eso, las celdas de las baterías de iones de litio todavía dependen en gran medida de materias primas que se extraen y procesan en distintos países, pero que en su mayoría se refinan en China. Esa cadena de producción eleva la intensidad de carbono de los vehículos eléctricos.
A pesar de eso, Volvo avanzó en el desarrollo de los llamados pasaportes de batería, documentos que detallan qué materiales se usaron, de dónde provienen y cómo se fabricaron. Lo hizo dos años antes de que entre en vigencia una nueva normativa de la Unión Europea que los exigirá.
"Estamos tratando de ser lo más transparentes que podemos", dijo Butani.
A diferencia de China, donde los autos eléctricos e híbridos enchufables representaron el 56 % de las ventas de vehículos nuevos el mes pasado, los cambios de política en Estados Unidos probablemente afecten las ventas de modelos eléctricos en ese país. Sin embargo, eso no altera los planes de Volvo.
Según explicó Butani, la situación actual lleva a la compañía a poner más foco en los híbridos enchufables, en lugar de los modelos totalmente eléctricos.
"Seguiremos invirtiendo e innovando en Estados Unidos y ofreciendo nuestra tecnología de electrificación, pero también estamos trabajando con nuestra tecnología puente, con vehículos enchufables", afirmó. "El vehículo eléctrico es un producto mejor. Puede que lleve tiempo, pero seguimos comprometidos a demostrarlo a nuestros consumidores. Una vez que lo ven, les encanta. Pero los híbridos enchufables son una gran transición".
Nota publicada en Forbes US.