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Autonomía y soberanía
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Distintas están llamadas a ser las autonomías y soberanías estratégicas perseguidas por naciones y sus conglomerados que de hecho “balancean” la economía y política del orbe, de aquellas a que aspiran países de limitado o nulo “peso específico” mundial.

24 Octubre de 2022 00.41

A los fines que por ahora nos convocan, y al margen de terceras connotaciones que los términos puedan tener en los ámbitos políticos, sociales y económicos, entendamos por autonomía a la “facultad” que tienen los países de adoptar las resoluciones que – en el manejo y administración de sus trazas estatales – mejor convengan a sus intereses. Por soberanía, al poder de imperio de que goza un estado, el cual es inherente a su independencia decisoria en toda proyección de su quehacer nacional e internacional. En el contexto referido, la primera tiene un alcance fundamentalmente socioeconómico, y la segunda una evocación política bastante más amplia.

Se dice, sin pruebas fehacientes, que en el ejército napoleónico luchó un soldado de apellido Chauvin, quien abogaba en Francia por un nacionalismo extremo, irracional y despreciativo de las tropas contrarias. Ello dio origen al “chovinismo o chauvinismo”, que representa la exacerbación de los valores nacionales. Como todo furor desatinado, el chovinismo es una “doctrina” que al imperar en el estado repercute en su aislamiento mundial con impredecibles consecuencias negativas para la nación chauvinista.

Es el caso que puede observar Latinoamérica con la ascensión al poder de regímenes de la izquierda radical… populistas aberrantes que no alcanzan a entender, entre muchas otras certidumbres, las nuevas realidades globales. Estos asumen a la autonomía y soberanía con el absolutismo propio de quienes por traumas y complejos – en esencia de inferioridad – se refugian en su pequeño mundo intrascendente. 

Más allá de las disgregaciones que quepa urdir sobre la conveniencia o disconformidad respecto de la globalización del mundo, es evidente que enfrentamos a un entorno del que los países no pueden abstraerse. Hacerlo implica nadar contra corriente, y por ende ahogarse en un laberinto de aturdimientos ideológicos del que más temprano que tarde serán víctimas los pueblos gobernados por incapaces.

“Estrategia” es la habilidad en lograr un objetivo. En tal orden de ideas, demanda de una aproximación pragmática al designio pretendido, lo cual a su vez obliga a desprenderse de tácticas ilusorias. 

Distintas están llamadas a ser las autonomías y soberanías estratégicas perseguidas por naciones y sus conglomerados que de hecho “balancean” la economía y política del orbe, de aquellas a que aspiran países de limitado o nulo “peso específico” mundial. Con esto en modo alguno pretendemos menospreciar la importancia que todos los estados de hecho tienen en la comunidad internacional, pero sí emplazar a no perder de vista los escenarios con la indispensable practicidad inteligente.

El mejor ejemplo para citar es la objetividad con que los países europeos concibieron su Unión, versus al error conceptual con que vio la luz el Acuerdo de Cartagena. Sin perjuicio de varias otras consideraciones que puedan hacerse sobre el asunto, tal vez el principal traspié de Latinoamérica fue impregnar en sus conceptos de autonomía y soberanía un nacionalismo poco moderado, que – si bien fue rectificado tarde – el populismo en algunos de sus países lo retomó y lo sigue haciendo.

Traigamos a colación a la malhadada Decisión 24 del “Pacto Andino” (Régimen Común de Tratamiento a los Capitales Extranjeros y sobre Marcas, Patentes, Licencias y Regalías). Es buen referente de cómo un precepto normativo concebido prejuiciadamente puede causar tanto daño a los países miembros de una iniciativa integracionista.

Entre los factores gravitantes en la definición de estrategias en materia de autonomía y soberanía, debe incluirse a la geopolítica, comprendida como la “ciencia que pone los datos de la geografía al servicio del arte de gobernar” (E. Walsh). Los encomendados del poder político se encuentran forzados a aprovechar – en el mejor alcance que el término ofrece – de las ventajas geopolíticas del estado a su cargo. Así, los países que imbuidos de “patriotismo” disparatado inutilizan tales sus prebendas pronto sufrirán las secuelas. Esto es particularmente cierto en el campo del comercio internacional, de la inversión extranjera, del manejo de la seguridad y de todo cuanto pueda favorecer la inserción de un determinado país en la comunidad internacional.

Las autonomías y soberanías mal entendidas… “malentendimientos” enmarañados en falsas vanidades chauvinistas, perjudican a los pueblos en su bienestar material. Al mismo tiempo, a través de ellas los gobernantes inescrupulosos transmiten a los gobernados, mensajes que lejos de consolidar sus identidades nacionales, los encapsulan y confunden ideológicamente, lo cual acrecienta el daño.

La autonomía exige autoconfianza; la soberanía, orgullo. Las dos, de pragmatismo. No se trata, por cierto, de claudicar ante terceros. Tampoco, de “ceder” las potestades innatas, ineludibles e inapelables de que goza toda nación, mas de ejercer ellas en beneficio común propio… esa es, precisamente, la manera estratégica de actuar. (O)

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