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destello de luz
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Una parte del mundo mira, aparentemente con imparcialidad o indiferencia lo que sucede, por no ser ellos quienes sufren en este momento, por miedo o por conveniencia, sin pensar que esas injusticias y abusos un día podrían tocar a sus puertas.

2 Julio de 2025 09.56

Una breve mirada a las noticias sobre los distintos acontecimientos en el mundo actual es suficiente para provocar un profundo sentimiento de desasosiego. Líderes mundiales que actúan sobre la base de su propio ego, ocasionando los más profundos pesares a quienes consideran sus enemigos, ya sea por creencias ancestrales que no han podido romper, por consideraciones raciales o religiosas, por un incontrolable complejo de superioridad, por una ambición sin límite o simplemente por miedo.

Este cúmulo de acciones sin conciencia sobre la vida de otros seres humanos genera una profunda desesperanza. Una sensación como si todas las luces de las estrellas se apagaran al mismo tiempo y quedáramos en absoluta oscuridad.

Mientras cavilaba sobre este tema, vino a mi mente un libro que leí hace algunos años y que me llenó de aliento en su momento. Se trata del relato escrito por Douglas Abrams, en el que describe el encuentro de dos ganadores del Premio Nobel de la Paz: el Dalái Lama, líder del budismo en el mundo, y el arzobispo anglicano Desmond Tutu, luchador contra el apartheid en Sudáfrica. Volver a abrir sus páginas no solo fue un bálsamo para mis aflicciones, sino también un recordatorio de que en el planeta existen personas que trabajan por la igualdad, la tolerancia, la reconciliación y el perdón.

La reunión de estos dos personajes se llevó a cabo en Dharamsala en el año 2015, con ocasión del cumpleaños del Dalái Lama. Durante una semana compartieron con el escritor su visión sobre varios aprendizajes adquiridos a lo largo de su ajetreada vida. Desmond Tutu, por su parte, fue el primer obispo negro de la Iglesia de la Provincia de África Meridional en Sudáfrica, mientras denunciaba valientemente las injusticias del racismo que se presentaban en su país. Sufrió amenazas, detenciones y humillaciones por su lucha, y vivió en carne propia la segregación. Una de sus frases más célebres, que hoy conviene recordar, fue:

"Si eres neutral en situaciones de injusticia, es que has elegido el lado del opresor."

Por otra parte, el Dalái Lama, precursor de soluciones pacíficas basadas en la tolerancia y el respeto mutuo, tuvo que exiliarse en la India luego de atravesar a pie las montañas que separan el Tíbet de su nuevo país de residencia. Su pueblo fue perseguido y sometido a represión y destrucción sistemática. A pesar de ello, ha proclamado la bondad y la compasión como la base fundamental de su vida. Entre sus reflexiones profundas, nos ha dicho:

"Sean personas amigables o poco atractivas y disruptivas, en última instancia son seres humanos, como nosotros. Desean la felicidad y no el sufrimiento. Su derecho a superar el sufrimiento y ser felices es igual al nuestro."

Durante los días de este encuentro, descritos en el libro, se tocan temas profundos: el sufrimiento, la resiliencia, la lucha por la paz, pero, sobre todo, la capacidad de mantener la alegría y la empatía. Ante una de las preguntas de Abrams sobre si guardaban odio hacia quienes tantas penurias les ocasionaron, tanto el arzobispo Desmond Tutu como el Dalái Lama ofrecieron respuestas profundamente compasivas, reflexionando sobre el entendimiento de las causas del sufrimiento ajeno y mirando al perdón como un acto de sanación, no de sumisión.

Estos razonamientos constituyen una necesidad inmensa en las actuales circunstancias, donde dirigentes consideran que unos seres humanos son mejores que otros, por su color de piel, su procedencia, su religión o las situaciones que los rodean. Mentes que perdieron la claridad hace tiempo, incapaces de auto observarse y de mirar la viga en sus propios ojos, como lo diría el gran Maestro. Personas que buscan las diferencias para reafirmar sus creencias.

Por otro lado, una parte del mundo mira, aparentemente con imparcialidad o indiferencia lo que sucede, por no ser ellos quienes sufren en este momento, por miedo o por conveniencia, sin pensar que esas injusticias y abusos un día podrían tocar a sus puertas.

Al terminar de leer nuevamente El libro de La Alegría, me reencontré con la esperanza. Recordé que han pasado a la historia miles de hombres y mujeres sensibles con el dolor de sus semejantes, que han hecho la diferencia: desde grandes luchadores por los derechos humanos, líderes espirituales que compartieron sus enseñanzas sobre la generosidad y el equilibrio, hasta defensores radicales que, con su música o arte, protestaron contra las tiranías sin permanecer en la comodidad de la neutralidad.

Pero más importante aún, son aquellos desconocidos que, en el día a día, ponen su grano de arena con una actitud dirigida a buscar lo que nos une y no lo que nos separa; decir una palabra que brinde tranquilidad, o simplemente guardar un silencio que signifique no reaccionar. Pensé entonces en mi entorno: las jóvenes hijas de mis amigos protestando sin miedo contra la guerra; mis hijos defendiendo la diversidad e igualdad; mi mujer encontrando el lado positivo de la gente; y mis maestros convocando a una meditación por la paz. Recordé que así hay millones de seres humanos que intentan llevar, a su espacio pequeño o grande, un poco de claridad.

Pensar en todos aquellos que están peleando por un mundo mejor desde su propia trinchera me devuelve la fe. Y si creemos que nuestro esfuerzo puede ser muy pequeño en este mundo tan caótico, conviene recordar lo que dijo el Dalái Lama, transmitiendo una idea poderosa sobre que incluso el ser más diminuto puede causar un impacto muy grande:

"Si crees que eres demasiado pequeño para marcar la diferencia, intenta dormir con un mosquito en la habitación."

Tal vez este mundo parezca un lugar muy oscuro hoy, pero como dijo Leonard Cohen:

"Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz."

Un destello de luz. (O)

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