La inteligencia artificial (IA) es un catalizador de una transformación empresarial profunda, los desafíos no son técnicos, son humanos.
Al salir de la facultad de Derecho nos preparamos por años para discutir leyes, contratos, doctrina y jurisprudencia, pero no para conversar con la inteligencia artificial. Empero, aquí estamos: ChatGPT y Yo.
El machine learning o aprendizaje automático permite a las computadoras aprender de los datos y mejorar su rendimiento con la experiencia, sin necesidad de ser programadas con reglas específicas para cada tarea, pasó de ser una herramienta de asistencia digital a una revolución silenciosa que reconfigura nuestra economía, el empleo, la familia, el dinero y el propio orden político. Como abogado especializado en tecnología, he sido testigo -y partícipe- del nuevo pacto social que hemos firmado sin leer la letra pequeña.
Desde la automatización de procesos hasta la generación de contenido, pasando por la interpretación de datos complejos en segundos, la IA está redefiniendo la ventaja competitiva. No se trata de futuro, sino de presente; empresas que integraron IA en su núcleo operativo están reduciendo costes, mejorando márgenes y acelerando su innovación.
Por ejemplo, en el sector financiero estas herramientas han probado que pueden automatizar análisis financieros, prever comportamientos del mercado y asesorar inversiones. Esto empuja a las instituciones financieras y fondos de inversión a reestructurar sus equipos. Este cambio tecnológico implica nuevos desafíos estructurales. En finanzas, los algoritmos ya efectúan decisiones de inversión basadas en millones de variables, lo que obliga a los gerentes financieros (CFOs) a evolucionar de gestores económicos a estrategas digitales. Aunque si la IA comete un error nos obliga a repensar la autoría, la responsabilidad y la ética de decisiones algorítmicas. ¿A quién se demanda cuando una IA causa un daño? ¿Al programador? ¿A la empresa? ¿A la máquina?
En el ámbito político el panorama no es menos desafiante al ser un reto complejo. La IA puede personalizar discursos, manipular emociones y alterar el resultado de la votación en elecciones populares, ya que el poder no se mide sólo en votos, sino en la capacidad de influir en la atención pública mediante datos e IA. Ahora el riesgo es delegar decisiones humanas en sistemas que no siempre entienden el contexto moral, histórico o cultural.
En el mundo laboral, la IA redefine el concepto de talento. El trabajo, ese pilar identitario del siglo XX, enfrenta una transición inminente. No es sólo enfrenta la pérdida de empleos -que ya es real- y su impacto en la sociedad, sino la nueva forma de construir equipos capaces de trabajar con inteligencia artificial como extensión de su pensamiento. Esto exige una transformación cultural dentro de las organizaciones, envolviendo el aprender a confiar en la IA sin delegar el juicio humano.
Ahora existe una inteligencia que no duerme, no descansa y aprende más rápido de lo que enseñamos. ¿Qué significa ser irreemplazable? ¿Qué lugar nos queda cuando lo automatizable se automatiza? La clave no está en resistir la IA, sino en gobernarla, hay que pensar distinto, con y más allá de la IA. ChatGPT y Yo no somos enemigos, somos compañeros de una nueva época o de la denominada sexta revolución industrial. (O)