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La conciencia tiende a estar influenciada por disposiciones históricas que para bien y para mal sientan las bases del quehacer y del “que-no-hacer”. Esas dos facetas del conocimiento social cuando son adecuadamente asumidas conducen al éxito de un país; por el contrario, siempre que un pueblo se abstrae de las enseñanzas del pasado derivan en el fracaso.

18 Julio de 2022 09.05

Los acontecimientos sociales observados en los últimos años en América Latina, y en particular los resultados electorales de Perú, Chile y Colombia nos llevan a cuestionar su porqué. Las respuestas pueden ser varias y de muy distinta naturaleza. La que ahora interesa está dada por la falta de concientización sobre los adeudos que la sociedad tiene para consigo misma, y de sus estamentos más pudientes frente a aquellos privados de bienestar para una vida digna.

El neurocientífico portugués A. Damasio define a la conciencia como el estado mental en que se tiene conocimiento de la propia existencia y de la coexistencia del entorno, al cual se le ha añadido el proceso en que uno se siente a uno mismo. Aquí radica la problemática social consiguiente. 

Cuando los actores convocados a tomar “conciencia” de sus roles – individual y de integrantes del conglomerado a que pertenecen – no lo hacen, se da una alteración de las relaciones comunitarias, que desemboca en conflictividad generalizada. Esos agentes sufren lo que denominamos “prosopagnosia” sociológica… incapacidad para reconocer las “caras” de los demás. Significamos el término “caras” como reflectivo de inconformidad, molestia, zozobra, desesperanza, en definitiva, angustia por el infortunio que encarna la miseria y sus consecuencias.

Sociológicamente, la prosopagnosia es una enfermedad padecida por quienes contaminados de avaricia, egoísmo, insensibilidad, ignorancia, se tornan ciegos ante los rostros afligidos de quienes carecen de las “comodidades” de que los contagiados sí disfrutan. Sin embargo, se “auto-diagnostican” con paliativos no para la enfermedad pero para la conciencia. Esto es lo ocurrido con la derecha política de los países citados al inicio, la cual terminó perjudicando a todos quienes no se identifican con alguno de sus extremos ideológicos nacionales. Cabe recalcar en que la notación de esas tres naciones es de mero ejemplo, pues el fenómeno bien puede ser trasladado a muchas otras sociedades de Latinoamérica.

Otra vez en el ámbito sociológico. La conciencia tiende a estar influenciada por disposiciones históricas que para bien y para mal sientan las bases del quehacer y del “que-no-hacer”. Esas dos facetas del conocimiento social cuando son adecuadamente asumidas conducen al éxito de un país; por el contrario, siempre que un pueblo se abstrae de las enseñanzas del pasado derivan en el fracaso.

Lo expuesto puede verse de manera muy clara en Iberoamérica vs. los países de la Unión Europea. A diferencia de nuestra región, Europa alcanzó a entender su historia para bien, y consolidó un régimen social y económico de indudable conquista de bienestar para su población; por cierto “no perfecto” pero sí extendido. Por acá seguimos enfrascados en discusiones que pierden de vista la esencia. Mientras Europa se medicó contra la prosopagnosia crónica, nuestra América solo busca vacunarse contra ella, o al menos aislarse para evitar el contagio… no enfrenta responsablemente a la enfermedad.

La conciencia demanda de meditación. Ello implica “adecuar” el raciocinio a la realidad de los hechos, no éstos a nuestra visión unilateral de los mismos. La solución a las inequidades sociales en modo alguno es ideológica pero pragmática.

Como lo afirma el filósofo estadounidense J. Searle, no toda conciencia es intencional ni toda intencionalidad es consciente, siendo que hay superposiciones entre una y otra. Agrega que quien reflexione sobre sus experiencias conscientes es capaz de advertir una distinción entre la actividad intencional voluntaria y la experiencia de la percepción pasiva. 

Al margen de esta aproximación ontológica, para nosotros en su proyección sociológica lo determinante está en la ética con que confrontemos a la conciencia. Si la justificamos abstrayéndonos de responsabilidad, al tiempo de no trascender como actores sociales válidos dejamos de representarnos como seres merecedores de ponderación moral. 

Desde el momento en que superemos la prosopagnosia, será posible mirar a nuestros congéneres menos afortunados – o desafortunados por completo – a sus caras antes enunciadas, en su real dimensión de necesidades y amparo solidario para actuar en consecuencia. Y esto nos es ideología pero decencia y dignidad. (O)

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