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Va siendo tiempo que las consignas de la dictadura del éxito postmoderno, basadas en la búsqueda de la perfección y el soslayar del fracaso a toda costa, sean remplazadas por un nuevo paradigma del éxito colectivo para el bien común.

23 Mayo de 2024 14.41

Otro de los importantes desafíos que enfrentan los países en términos de educación superior es alinear los programas académicos universitarios con las demandas del mercado laboral, con el fin de contribuir al objetivo de crear empleo de calidad. Es trascendental que todos comprendamos que el buen funcionamiento del engranaje de la educación superior tiene efectos tanto en la economía como en las expectativas de los jóvenes. Estas últimas van más allá del estereotipo del éxito social y están relacionadas con sus propósitos de vida, su estabilidad económica, su automotivación, la gestión de su resiliencia, su salud mental y su equilibrio familiar.

A propósito de esta reflexión, recientemente participé en un conversatorio con estudiantes de la Universidad San Francisco de Quito, quienes llevan a cabo una innovadora campaña llamada "Conecta Conocimiento". Su audaz propuesta es promover las bases del pensamiento crítico, la reflexión y el debate que propone el método socrático como herramienta para mejorar la educación superior.

La exposición de Emilio Nieto, un estudiante de 21 años y uno de los líderes de la campaña, inició la conversación planteando que "él y muchos de sus compañeros creen que la educación actual no prepara adecuadamente para el mundo laboral, ya que los estudiantes salen al mundo real con desconocimiento de aspectos básicos como, por ejemplo, la gestión del dinero o la realización de trámites burocráticos". 

Al analizar su opinión, reflexiono sobre los matices insospechados y las brechas educativas que enfrentamos como sociedad frente al desempleo mundial, como lo evidencia el informe de la OIT "Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias 2024", el cual muestra un deterioro general y particular en el desempleo juvenil en países con jóvenes graduados sin empleo y en sociedades con altas tasas de "ninis" (jóvenes de entre 15 y 34 años que no estudian, no trabajan ni reciben formación). 

Es importante recordar que el término "Ninis" (NEET, en inglés) surgió en la década de 1980 en el Reino Unido para identificar a aquellos jóvenes que habían abandonado el mercado laboral. Según la OCDE, a nivel mundial, más del 21,7% de las personas entre 15 y 24 años eran consideradas "Ninis" en 2023, con una marcada mayoría de población femenina.

La proporción varía mucho de un país a otro; menos del 10% para algunos como Suiza (7%), Países Bajos (7,2%) o Suecia (7,6%), pero entre el 10% y el 15% en la mayoría de los países de la OCDE. En América Latina, según la CEPAL, uno de cada cinco jóvenes del continente (más de 20 millones) forman parte del grupo de Ninis. En Ecuador, el 22% de la población joven, equivalente a más de 670 mil individuos, no estudian, ni trabajan, ni se forman, según datos de la OIT.

La preocupación va tomando forma si prestamos atención a la alerta del profesor Jean-François Giret, investigador educativo de la Universidad francesa de Bourgogne, quien afirma que “la probabilidad de convertirse en Ninis es muy alta en ausencia de habilidades matemáticas y de lenguaje escrito, incluso para algunos graduados”, aseverando que “un déficit en las competencias básicas puede ser un desventaja para acceder al empleo”.

De ahí que, como lo corroboró Michael Sandel, célebre profesor de la Universidad de Harvard, el pasado 4 de mayo en Madrid en el foro “El futuro que queremos” de Fundación Telefónica de España, el reto de una democracia es que podamos razonar más allá de nuestras diferencias para priorizar los temas educativos. Probablemente un punto de interés común para el debate y que trasciende lo político radica en las estrategias que debemos asumir para terminar con el “éxito acabando con el otro”, para dar paso a un nuevo paradigma en el que el éxito no solo se base en el logro personal, sino también en contribuir al bienestar de la comunidad, en este caso, de los jóvenes.

Una cruzada por el empleo juvenil puede llevarnos a este punto de confluencia en el que muchos sectores de la sociedad estarán interesados en contribuir. Por ello, es comprensible que, representando las preocupaciones más profundas de los jóvenes de esta generación, Giulianna Suárez, otra estudiante de Conecta Conocimiento, me propone analizar los cambios que se deben aplicar en la educación superior para transformar la forma en que se evalúa el éxito y el fracaso en el mundo laboral. 

Coincidimos en que la universidad, a nivel global, debe autocuestionar sus indicadores de evaluación de éxito de los procesos de formación, orientándolos hacia mediciones longitudinales que determinen los resultados de los estudiantes en el mundo laboral. Es relevante que los centros de educación superior dispongan de infraestructura, equipos y procesos que acerquen a estudiantes y docentes a las actuales aplicaciones tecnológicas y científicas globales. En paralelo, es imperativo repotenciar el rol de los docentes, mejorando los sistemas públicos y privados de reclutamiento, selección, formación continua e incentivos salariales orientados a los nuevos objetivos de evaluación. 

Aunque, posiblemente lo más disruptivo que analizamos, tiene que ver con la implantación de nuevos indicadores de evaluación de calidad académica basados en métricas del mundo laboral real que midan el aporte al bienestar común, por ejemplo: número de empresas creadas a partir de tesis finales de grado, número de puestos de trabajo creados por los graduados, impacto en sustentabilidad, número de tesis orientadas a solucionar los ejes de los problemas estratégicos de cada país, etc. Todo ello auditado por un observatorio de la educación superior dirigido por la sociedad civil con la misión de monitorear la calidad y los resultados de estos procesos educativos. 

La universidad, como eje que articula el sistema educativo con el sistema productivo, debe recuperar su impronta histórica en los cambios sociales, surgidos desde los años 50, 60, 70, 80 hasta nuestros tiempos, constituyéndose en la reserva de esperanza del futuro. Va siendo tiempo que las consignas de la dictadura del éxito postmoderno, basadas en la búsqueda de la perfección y el soslayar del fracaso a toda costa, sean remplazadas por un nuevo paradigma del éxito colectivo para el bien común. (O)

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