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Hay una fuerza invisible, casi divina, que dictamina nuestro comportamiento desde que nos levantamos y miramos las pantallas de nuestros celulares. Los algoritmos que utilizan las diferentes redes sociales buscan mantenernos enganchados el mayor tiempo posible para poder vendernos publicidad. Este es un pequeño estudio de su evolución, desde los ojos de un millennial que ha visto de primera mano su creación.

24 Octubre de 2022 01.03

En un principio existía Windows Live Messenger y por un tiempo todo estaba bien. Pero los chats eran desordenados, llenos de faltas de ortografía y solo 40 emojis. Hasta que el Dios de los algoritmos dijo: Sea Hi5 y fue Hi5. Y en el segundo día, separó el espacio personal en MySpace y el profesional en LinkedIn. Luego, en el tercer día, creó a su hijo predilecto y lo llamó Facebook. Youtube, lleno de videos y Twitter, lleno de palabras, lo siguieron. Pero el plan divino no terminó ahí. Ahora todos tenían un celular y necesitaban mantenerse conectados, por lo que en el cuarto día el algoritmo desarrolló WhatsApp. Y como todos tenían una cámara, en el quinto día concibió a Instagram, Snapchat y Pinterest. En el sexto, como era sábado, se puso 'kinky' y cedió al pecado, por lo que dio luz a Tinder, Only Fans y Grinder. Y en el séptimo en lugar de descansar, se envició con sus nuevos hijos: TikTok, Twitch y BeReal.

Mi generación, a la que todo el mundo insiste en llamar “millennial” (debido a que llegamos a nuestra etapa adulta en el cambio de siglo), es confusa. Nacimos casi a la par que lo hacía el internet y a medida que fuimos creciendo, también se fueron desarrollando, poco a poco, las bases de la revolución digital en la que vivimos hoy en día. Para tener un poco de perspectiva, nosotros todavía crecimos en un mundo analógico, donde los tazos de Pokémon, las cartas de Yu-Gi-Oh y los Discman dominaban los pasillos de nuestras escuelas. Somos testigos del choque de ambas eras. Y como hijos del medio en una familia de tres, aún no encontramos nuestro espacio en este mundo contemporáneo. Somos marginados, ni completamente digitales ni extraños a los tiempos pre-smartphone. 

Es por ello que he decidido dividir la evolución de los algoritmos en tres etapas, para poder entender mejor de dónde venimos y hacia dónde vamos. Durante la primera etapa, todos empezamos a experimentar el génesis tecnológico en nuestras vidas. A medida que el hardware cambiaba (la parte física de un celular, computador o videojuego), de igual forma lo hacía su software (los algoritmos de programación). ¿Pero a la final qué es un algoritmo? En pocas palabras, es un lenguaje y un sistema de acciones que te permiten experimentar el mundo digital. En el caso de las redes sociales, el primero al que fui expuesto fue el chat de Messenger Live, esto más por presión social que por curiosidad. Básicamente era la versión antigua de lo que ahora sería WhatsApp, pero como nadie tenía celulares particulares, a excepción de los adultos ejecutivos, teníamos que llegar a la brava y encender la computadora de la casa para chatear con el resto de nuestros amigos de lo difícil que era estar en la escuela.

Pero no fue hasta la llegada de Facebook que experimenté por primera vez los indicios de una guerra que buscaba alzarse en la supremacía de los algoritmos. Aunque era un modelo único, no dejaba de tomar ciertas partes de otras redes sociales como MySpace, Messenger y Hi5, era algo nuevo, pero no totalmente. En esta nueva fase compartimos voluntariamente la información de quienes éramos, cómo nos veíamos y con quién socializábamos. De alguna forma manteníamos el control (o la ilusión) sobre el contenido que consumíamos y poco a poco construimos nuestro perfil a imagen y semejanza. Lo mismo ocurría en casos como Instagram y Twitter, donde uno seguía a las comunidades que más le gustaban, básicamente éramos más proactivos que reactivos.  

En la segunda fase (la que vivimos actualmente), todo se nos entrega comido. Los programadores se dieron cuenta de una verdad sencilla pero absoluta: Nadie sabe lo que quiere hasta que lo experimenta. Por ejemplo, ¿sabrías que te gusta la sandía si es que nunca la has probado? No. Por lo que cuando llegó el algoritmo de TikTok, este revolucionó la forma en la que se consumían los contenidos audiovisuales. Ahora, en lugar de construir desde cero tu comunidad, el algoritmo te bombardeaba de contenido de todo tipo y en base a un like, una pausa o el número de veces de reproducciones de un video, dejas la suficiente información para que el sistema te conozca mejor que tú mismo. A partir de este contundente éxito, todas las demás redes sociales intentaron adaptarse a este nuevo algoritmo: YouTube creó Shorts, Instagram implementó Reels y en Twitter encuentras más contenido recomendado que de las cuentas que realmente sigues. El presente es simple: 100% de los videos se deben deslizar con un dedo de forma vertical.

Otro dato importante de este nuevo sistema es que premia la creatividad y la innovación y permite un crecimiento orgánico (gratuito) más acelerado. Mientras que en redes sociales como Facebook es muy difícil crecer sin pautar, un buen video en TikTok o Reels te permite generar miles o millones de vistas, sin necesidad de haber construido una comunidad. Esto debido a que el modelo de negocio de estos canales es y siempre será la publicidad. Si la aplicación es gratuita estará llena de comerciales, pero si tuvieran un costo nos ahorraríamos las pausas incómodas, el problema es que nadie está dispuesto a pagar por algo que tradicionalmente no ha tenido un costo directo, sino indirecto.  

Y finalmente, en la tercera fase (nuestro futuro próximo), el algoritmo empezó a dar un giro de 180 grados. En la era de la sobresaturación de información, salen a flote aplicaciones como BeReal, que como su nombre lo indica, busca que las personas sean “más reales” a diario. Para lograrlo, el sistema te da dos minutos al día, al azar, para que puedas publicar una fotografía, simultáneamente con la cámara delantera y trasera de tu celular. Esto se da como un movimiento contrario a una era en la que nada parece real. En un momento en el que los estándares de belleza se volvieron inalcanzables y el uso de herramientas como Photoshop se convirtieron en el pan de cada día. 

La privacidad también se volvió un bien escaso, como la plataforma Twitch, una red social que impulsa a sus usuarios a transmitir videos en vivo todo el tiempo. En mi búsqueda encontré que se usa mayoritariamente por gamers, pero existen nichos muy extraños como es el caso de las personas que transmiten en vivo vuelos de avión en simuladores (donde uno es el piloto, otro es el copiloto y los acompaña alguien de la torre de control) que pueden durar 12 horas seguidas. Otro caso extremo son las personas que no dejan su habitación y transmiten en vivo 24/7, mientras duermen, comen, juegan y viven. Esta es la realidad de un algoritmo que domina, muta, se adapta y prevalece sobre todo lo demás, hasta el punto de gobernar a los mismos seres humanos que lo programaron. (O)

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