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La verdadera toma de decisiones en mujeres no se trata solo de llegar a la cima o cumplir metas. Se trata de cómo se llega y qué se cuida en el camino.  Se trata de no olvidar que detrás de cada decisión estratégica hay una vida, una familia, una red humana que nos sostiene y nos recuerda por qué y para qué hacemos lo que hacemos.

18 Julio de 2025 12.52

En los últimos años, hablar de liderazgo femenino en las empresas se ha vuelto una tendencia creciente. Con toda la razón, celebramos la presencia de más mujeres en juntas directivas, foros y espacios de poder. Aplaudimos cada nuevo dato del World Economic Forum que muestra un avance, por mínimo que sea, en la participación económica y política de las mujeres. Incluso ha llegado a ser un estándar de calidad en varias acreditaciones internacionales, así como una medida de desarrollo. Sin embargo, hay una pregunta clave, ¿qué estamos perdiendo cuando reducimos el liderazgo femenino al acceso al poder? ¿es el liderazgo nada más y nada menos que una posición de poder? 

Quizá el sistema ha fomentado el liderazgo femenino excluyendo lo femenino y quizá el poder de decidir no debe deslindarse del poder de cuidar. Al decir esto, muchos podrían suponer que estoy atribuyendo la capacidad del cuidado como algo exclusivo de las mujeres. Esto podría molestar e incomodar, sin embargo, el punto al hablar de liderazgo femenino no es debatir acerca de las cualidades que se atribuyen justa o injustamente a qué género, sino reconocer que el rol de las mujeres en posiciones de liderazgo va más allá de los roles tradicionalmente ocupados por hombres. 

En la película Nuestros Tiempos (Netflix, 2025), Nora Cervantes, una física y profesora universitaria de México, construye con su esposo una máquina del tiempo y viajan de los sesenta a nuestro presente. Al llegar, experimenta con sorpresa la evolución del rol de la mujer. "Aquí, las mujeres tienen voz. Deciden", resaltando la mayor diferencia entre la situación de las mujeres hace sesenta años y hoy. Lo que hace admirable a Nora no es sólo su inteligencia, sino su capacidad de sostener sus vínculos personales mientras asume su nueva realidad. Cuando la protagonista reafirma su capacidad y prescinde de la necesidad de pedir permiso, no cancela su rol como compañera, sino que lo redefine. Del poder de decidir nace la libertad de cuidar y liderar desde un lugar de seguridad.

Es precisamente esa fusión entre competencia profesional y sensibilidad humana lo que encarna una nueva forma de ver el poder. En el pasado, el poder ha sido definido por la capacidad de dictar, controlar y destruir. Puede ser por eso que hoy, muchas mujeres ocultan su lado afectivo o familiar para encajar en ambientes de alta decisión. Es comprensible, por mucho tiempo hemos confundido la actitud de un líder con el rol tradicional del hombre trabajador desentendido con el hogar. Pero ¿no es ahora el tiempo preciso para redefinir el significado de una posición de poder? Quizá, la mayor fortaleza reside entre el rol tradicional de un líder y el liderazgo femenino.

En un mundo tan competitivo y lleno de filtros, los valores personales son un capital invaluable. En la película Danza con Lobos basada en el libro de Blake (1988), la protagonista Cristine Gunter cambia su nombre a Stands With a Fist y se rehúsa a regresar al mundo blanco del que proviene. Prefiere quedarse con los Sioux, no por pasividad, sino por identidad. En un momento explica que su decisión de quedarse se basa en que con los Sioux sabe quién es, mientras que en su lugar de origen es invisible. Su decisión, emocional, espiritual y social, es una reafirmación de su autonomía. No elije el camino más fácil, sino aquel que le permite vivir con coherencia. Y eso es liderazgo ético en su estado más puro. En el cuento del éxito empresarial que nos repetimos una y otra vez, solemos obviar las elecciones personales que son precisamente las que forman líderes íntegros. Líderes capaces de sostener sistemas que se adaptan a las necesidades y demandas de un mundo cambiante y no solo de escalar jerarquías inmutables.

¿Por qué seguimos valorando más a la lógica del ascenso que la de conexión? El Global Gender Gap Report del World Economic Forum revela que, si bien la brecha educativa entre hombres y mujeres se ha cerrado en un 95%, la participación política apenas alcanza el 22,9% y la económica el 60,5% (WEF, 2025). Esto supone que, aunque las mujeres están preparadas, aún no lideran al mismo nivel que sus pares masculinos. También sugiere algo que todos sabemos y es que el camino no está en tan solo añadir sillas en la mesa, sino en cuestionar el diseño de la mesa y el proceso para llegar a ocuparla. Ya es momento de reinventar las estructuras sobre la base de valores de colaboración y reciprocidad.

Esta reflexión me lleva pensar que la integridad reside en lo intangible, en aquello que no se puede medir y clasificar en un ranking. En Integrity (Cloud, 2006), el autor define a la integridad como algo más allá de la perfección moral y la describe como la cohesión entre lo que somos y lo que proyectamos. Indica que las personas íntegras son completas y que se puede contar con ellas no solo por su desempeño, sino por su determinación y coherencia de su carácter. Maravilla. Esto supone que la integridad no solo nace de la constancia del desempeño en el trabajo, sino de los valores dentro y fuera de la oficina.  Enfocarnos en la integridad de personas en posiciones de decisión, tanto hombres como mujeres, significa fomentar un liderazgo confiable, humano y duradero. Es ahí donde nace la riqueza de alinear la misión empresarial con el propósito individual.

Ahora, existe un retractor difícil de nombrar, y es el apoyo condicional en casa. Es aquí cuando la idea de liderazgo femenino difiere de la del masculino. Muchas mujeres experimentan tensiones fuera de la sala de juntas; en su propio hogar. En parejas que expresan entre líneas la incomodidad frente al éxito de la mujer con la que comparten su vida, en preocupaciones veladas como "Estás dejando que el trabajo te consuma". O parejas, comúnmente masculinas, que atribuyen los logros y avances laborales de las mujeres gracias a la "ayuda" que han recibido en casa cuando lo cierto es que las labores domésticas y de crianza son una obligación parental de las dos personas. Sin duda, y sin mala intención alguna, refleja una cultura donde el avance femenino aún incomoda, se disputa, y a veces sabotea, en la intimidad del hogar. 

La verdadera toma de decisiones en mujeres no se trata solo de llegar a la cima o cumplir metas. Se trata de cómo se llega y qué se cuida en el camino.  Se trata de no olvidar que detrás de cada decisión estratégica hay una vida, una familia, una red humana que nos sostiene y nos recuerda por qué y para qué hacemos lo que hacemos. El punto no es romantizar el hogar o exigir que las mujeres sean todo para todos. Se trata de comprender que el liderazgo con sentido es el que transforma, y la transformación no será posible si la narrativa del éxito femenino sigue ignorando el valor formativo de las relaciones humanas. 

En el mundo familiar urge trascender la resistencia camuflada en afecto hacia el cuidado y respeto mutuo, necesarios para seguir evolucionando. En el mundo empresarial y en los negocios, urge trascender los modelos heroicos hacia el cuidado y la corresponsabilidad para fomentar la libertad de pensamiento y la creación de valor compartido. La máquina del tiempo que necesitamos no es sólo una metáfora, es la educación. Y no cualquier educación, sino aquella que forma hombres y mujeres capaces de decidir y de cuidar; de equipos inteligentes que no teman construir desde su coherencia y presencia; desde su integridad. (O)

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