Una transición global irreversible
Hoy, la inversión internacional no busca únicamente recursos minerales: exige trazabilidad, legitimidad y sostenibilidad. Lo que ayer era un diferencial ético, hoy es una condición operativa. La minería bien hecha no solo es viable. Es rentable. Mejora el perfil financiero, reduce pasivos ambientales y abre el acceso a los mercados climáticos, hídricos y de biodiversidad.
Pero —y esto debe subrayarse— esto solo es cierto si la responsabilidad no se predica: se practica.
Minería responsable: de la retórica a la práctica
Una nueva generación de operaciones mineras está demostrando que la integridad ambiental y la eficiencia operativa no son excluyentes. Entre las mejores prácticas ya implementadas se destacan:
Medición de huella de carbono y huella hídrica certificadas por terceros
• Electrificación de maquinaria pesada mediante energía renovable
• Restauración activa de áreas intervenidas con especies nativas
• Acuerdos jurídicamente vinculantes con comunidades locales
• Monitoreo ambiental participativo y en tiempo real
• Procesos circulares: recuperación de relaves, reciclaje hídrico, eficiencia energética
Estas no son teorías. Son tecnologías y marcos de gobernanza ya aplicados en países como Suecia, Australia, Canadá, Chile y Colombia. Este último, con el proyecto Gramalote, ha ingresado al mercado voluntario de carbono gracias a su restauración forestal. En Chile, Minera Los Pelambres opera con energía 100% renovable. En Canadá, Gahcho Kué emite bonos verdes basados en biodiversidad. En Australia, Northern Star compensa su huella mediante créditos verificables de conservación.
Agua, biodiversidad y el precio de la omisión
Ecuador alberga 91 ecosistemas identificados y la mayor biodiversidad por metro cuadrado del planeta. Pero la minería mal gestionada contamina fuentes de agua, fragmenta hábitats y reduce la resiliencia ecológica frente al cambio climático. Esta degradación ya no es solo una amenaza ambiental: es un pasivo económico.
Existen hoy herramientas científicas para minimizar esos impactos:
• Humedales artificiales para tratar drenajes ácidos
• Biorremediación con bacterias oxidantes de metales pesados
• Trazadores isotópicos para monitoreo de fuentes hídricas
• Restauración funcional de hábitats clave, polinizadores y microcuencas Estas metodologías ya se aplican en países que priorizan la productividad sostenible del suelo y del agua. Ecuador no debería ser la excepción.
Mercados ambientales y regulación: dos pilares inseparables
Los mercados ambientales y la minería no son incompatibles; son complementarios. Los mercados de carbono, biodiversidad y agua están integrados en modelos mineros de India, China, Brasil, Perú y Madagascar. Mientras tanto, Ecuador —que posee más de 3 gigatoneladas de carbono subterráneo y una de las matrices hídricas más ricas del mundo— sigue fuera de estos circuitos.
Solo en 2023, estos mercados movilizaron más de USD 125.000 millones. Nuestra exclusión representa una pérdida de más de USD 2.000 millones anuales, equivalentes al 1,5 % del PIB nacional.
Sin embargo, esta transición no puede recaer únicamente sobre el sector privado.
El Estado tiene la obligación ineludible de establecer un marco normativo mineroambiental moderno, ejecutable y técnicamente sólido. Una normativa que:
• No sea ambigua ni ideologizada
• Sea exigente pero aplicable en campo
• Esté articulada entre ministerios, sin contradicciones
• Elimine trabas, prorrogas injustificadas o burocracia ineficiente
• Reconozca y premie a quienes superan los estándares y no castigue la excelencia
Un país sin reglas predecibles pierde inversión de calidad, pero también legitimidad social. Y esta es mucho más difícil de recuperar.
Hacia una bioeconomía, no hacia una dicotomía
Sí, Ecuador necesita minería limpia, trazable y basada en evidencia. Pero esta debe realizarse exclusivamente en zonas autorizadas, y nunca en áreas de alto valor ecosistémico. Las autorizaciones deben ser innegociablemente condicionadas al cumplimiento riguroso de estándares nacionales e internacionales.
Ecuador no puede permitir la vulneración de sus ecosistemas para financiar su desarrollo. Porque nuestros ecosistemas —si se gestionan con transparencia y visión científica— pueden generar ingresos comparables, o incluso superiores, a los de la minería.
La clave no está en excluir un sector u otro. Está en permitir la coexistencia armónica bajo procesos productivos diferenciados y mutuamente respetuosos.
El verdadero resultado final
Ecuador necesita inversión. Necesita minería. Pero también necesita agua, bosques y un modelo de desarrollo que no nos avergüence, sino que nos eleve.
La minería que cumpla estándares será bienvenida. Porque será aliada del futuro, no obstáculo para él. Pero quien no quiera restaurar, compensar y convivir, debe entender que el país ya no tolerará dobles discursos. Lo que es exigido en sus países de origen, debe cumplirse aquí.
Ecuador no puede permitirse hipotecar su biodiversidad a cambio de divisas rápidas. La verdadera riqueza está en un modelo que produzca sin destruir, que exporte sin avergonzar y que convierta a la ciencia, no al lobby, en brújula del desarrollo.
Seremos los primeros en aplaudir una minería justa y socialmente útil.
Y también los primeros en denunciar, con evidencia científica y firmeza, toda operación que viole esa confianza.
Ese es nuestro compromiso con la ciencia, con la verdad... y con el Ecuador. (O)