El arte del engaño en la política
El arte del poder sin el ejercicio del arte de la verdad no es poder: es fraude. Y el fraude, en democracia, siempre terminará cobrando altos intereses.

Fue Nicolás Maquiavelo un perverso consejero o un patriota estratega? El florentino no convirtió el engaño en virtud, pero lo reconoció como una destreza del poder. Tenía razón en algo incómodo: la política rara vez se mueve en pureza; casi siempre navega entre apariencias y resultados. La pregunta es ¿qué parte de ese "arte" cabe en una democracia que vive de la confianza?

En el siglo XXI el engaño ya no se esconde en los pasillos de los palacios, sino que viste trajes democráticos y se filtra por tres puertas: la mentira, la propaganda y el framing político. Parecen similares, pero no lo son, y distinguirlas vale la pena.

1. La mentira: Niega los hechos. Es una afirmación verificable y falsa, emitida con intención de engañar para obtener ventaja. No admite matices éticos: daña la deliberación pública y afecta la fe ciudadana. Por ejemplo, en su forma industrial, se presenta en ejércitos de trolls y redes coordinadas para fabricar  realidades paralelas afectando  a la opinión pública.

2. La propaganda: Selecciona y amplifica para persuadir. Puede usar datos ciertos, pero subordinados a un objetivo emocional. No es mala per se - toda política comunica -; pero deviene en antidemocrática cuando oculta información esencial o explota miedos con medias verdades que, razonablemente, cambiarían el juicio del ciudadano si fueran completas.

3. El framing político: Elige el marco desde el cual mirar un asunto. Es legítimo en democracia porque ningún hecho habla "en bruto". Sin embargo, cruza la línea cuando reduce deliberadamente el contexto al punto de desfigurar el sentido de los hechos (verdad recortada). Allí ya no es encuadre, sino manipulación.

Para separar estrategia legítima de la manipulación, hay tres filtros válidos a  tomar en cuenta: 

a) Veracidad: ¿lo dicho es compatible con la evidencia disponible?

b) Intención: ¿busca informar para decidir o inducir error?

c) Transparencia: ¿el método y el origen del mensaje son claros (incluido su financiamiento)?

Este es el punto de inflexión decisivo: Maquiavelo advirtió el valor de la apariencia, pero la democracia moderna se sustenta en la confianza. Un liderazgo democrático que miente puede ganar un día y perder años de gobernabilidad: sin credibilidad se evapora el apoyo.  La astucia de corto plazo corre el riesgo de hipotecar a largo plazo.

La política democrática admite encuadres y persuasión; lo que no debe permitir es la falsificación de la realidad ni el ocultamiento que convierte un marco en artificio. 

El gobernante prudente puede incluso "aprender a no ser bueno" ante circunstancias extremas, pero el demócrata sabe bien que, fuera de la excepción, mentir es cavar su propia tumba institucional. Entonces, el arte del poder sin el ejercicio del arte de la verdad no es poder: es fraude. Y el fraude, en democracia, siempre terminará cobrando altos intereses. (O)