Nicea tiene orígenes en la colonia griega de Ancore. Fue refundada, alrededor de 316 a. e. c., por Antígono (382 a. e. c.-301 a. e. c.), general del ejército de Alejandro Magno (356 a. e. c.-323 a. e. c.), quien la llama Antigonea. A la muerte de Alejandro, el militar intentó reunificar su imperio; fue derrotado en la batalla de Ipsos en 301 a. e. c. Afirman las crónicas que a raíz de su derrota a manos de Lisímaco (360 a. e. c.-281 a. e. c.), este toma control de la ciudad y la nombra Nicea. La mitología griega nos remite a la villa erigida por Dionisio en honor a la ninfa Nicea (Níkaia, en griego, "agradable"). Fue una náyade violada por Dionisio, evento del cual nació Teleté. Luego de su reconciliación engendraron a Sátiro.
En atención al contexto político comentado en nuestro artículo de la semana pasada, estudiosos del Concilio consideran que Constantino I (280-337) eligió Nicea por razones geopolíticas. Estaba ubicada a solo cincuenta kilómetros de Nicomedia, en la época, residencia imperial; y, a poco más de cien de Constantinopla. Recordemos que la actual Estambul fue fundada en 330, sin perjuicio de lo cual años antes comenzaba a gestarse como la majestuosa metrópoli que llegaría a ser; conserva su esplendor. Según fábulas católicas -titulares de característica imaginación ridícula- Constantino optó por la colonia griega de Bizancio para capital del imperio reunificado, en lugar de su preferida Troya... ¡ante la visión que un "ángel" le dio de la urbe! La ciudad sería capital de los imperios romano, bizantino, latino y otomano.
En materia teológica el niceno estaba llamado a enfrentar al arrianismo, doctrina desarrollada por Arrio de Alejandría (256-336) quien sin negar convenientemente la divinidad de Cristo, consideraba a Jesús la primera creación de Dios, subordinado a Este. En reacción, la ortodoxia cristiana defiende que en afinidad al Padre-Dios, el Cristo-Hijo es asimismo Dios. La resume en el término homousios, definitorio de la consustancialidad del Hijo con el Padre. Para el "herejía" arriana, el Padre es el único "no-generado" y, en consecuencia, el único que no tiene principio ni fin; por ende, el Hijo no siempre existió. Aun cuando la Trinidad no es propiamente abordada por Arrio, su teorización en torno a Dios y su Hijo implica igual un cuestionamiento al misterio de las "tres personas" poseedoras de la misma naturaleza divina y esencia.
El Concilio de Nicea estima zanjar la problemática con la expedición de un credo. La "oración" puede ser resumida en los conceptos que pasamos a referir. Primero, la creencia en un solo Dios, Creador de todas las cosas; y en un solo -Señor- Jesucristo, unigénito del Padre, que comparte su sustancia (ek tes ousias). Segundo, la aceptación de Cristo como Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre (homoousion to patri). Tercero, la encarnación de Cristo por los hombres y su salvación, habiendo resucitado y subido a los cielos. En cuanto al Espíritu Santo, solo lo menciona como creencia en Él. En dedicatoria a la apostasía arriana, en el texto leemos que la Iglesia católica anatematiza a aquellos para los cuales hubo un tiempo en que el Hijo no existió y que fue creado de la nada (ex ouk onton). Igual sentencia impone a quienes mantienen que Cristo es de otra naturaleza o de otra sustancia que su Padre, o que el Hijo de Dios es creado, o mudable, o sujeto a cambios.
El credo de Nicea fue modificado por el I Concilio de Constantinopla de 381. Desarrolla nociones sobre el Espíritu Santo. Lo define como Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria. La historia identifica la necesidad de ampliar el credo niceno en la aparición, luego de 325, de una nueva tendencia arriana, conocida como el "semiarrianismo". Aceptaba la divinidad de Cristo, pero no la del Espíritu Santo, al cual lo figuraba "una especie de ángel" carente de dignidad divina. El promotor de esta teorización fue Macedonio de Constantinopla, cuya fecha de nacimiento es desconocida, habiendo fallecido alrededor de 364.
El Concilio niceno promulga veinte cánones "disciplinarios", en línea de intromisión de la iglesia en la vida privada, y del poder secular en el ámbito religioso. Por citar algunos: prohibición a los clérigos de prestar con rédito, así como de cohabitar con mujer alguna; rechazo el ingreso de eunucos al clero; derecho de los obispos de Jerusalén a honores terrenales. También ordenó penitencia a los seguidores de Licinio (263-325), antiguo rival de Constantino.
Accedimos a una "leyenda" cómica y lamentable para la fe. Atestigua que el banquete de clausura ofrecido por Constantino fue tan fastuoso que los asistentes consideraron "estar ya en el reino de Dios"... nosotros agregamos: más cuando después de la comilona hubo sexo. El evento tuvo, en verdad, connotaciones políticas ligadas a la religión naciente.